La desgracia de algunos pueblos ha sido su inmensa riqueza. Es historia vieja. Hay quienes encuentran más fiel a la realidad hablar de países “empobrecidos” y “enriquecidos” antes que “pobres y ricos”. Los primeros generalmente padecen el infortunio de asentarse sobre subsuelos capaces de despertar codicias sin límites. Oro, cobre, litio, petróleo, coltán, la lista es larga, la historia es la misma, el enriquecimiento de unos pocos y la pobreza de la mayoría que espera con sedienta desesperación las gotas de un vaso que promete rebalsar pero que no cumple nunca. «Lo peor que le puede pasar a nuestro país es encontrar petróleo», dijo ayer el ingeniero Juan Grompone. Se sumó al concierto de opiniones de todo signo armado cundo alguien gritó que habría yacimientos en Uruguay. Una voz sin intereses políticos, económicos o de otra índole, venida de la academia, y sobre todo del sentido común. En primer lugar porque no es oportuno
explotarlo, “ el petróleo tiene los días contados”, señaló. “Y ahora nos venimos a dar cuenta que lo teníamos”, pensé y no dije nada. En segundo lugar porque es de las riquezas que empobrecen. El espejismo del dinero fácil genera en las sociedades la pérdida del valor del trabajo y la bendición de los frutos que sacian pero no sobran. Encandilados por cataratas de petrodólares, pueblos enteros han despreciado la sabiduría que llevó siglos construir y que de buenas a primeras parece no valer nada frente a esta promesa de enriquecimiento repentino y posibilidad de un despilfarro que se presenta engañosamente como
celebración de la abundancia. Embobecidos con el hallazgo, pueblos cuidadosos de la tierra, del agua, de los frutos que los alimentaron por generaciones, se volvieron sus mal tratadores pensando que de aquí en adelante sólo de petróleo viviría el hombre. Olvidaron técnicas de producción y conservación de alimentos, conductas de austeridad y de ayuda mutua, porque pensaron que los tiempos de esas necesidades habían pasado y he aquí todo sería hecho nuevo. Olvidaron conocimientos ancestrales de medicina, ahora todo era comprable. Hasta que un día, a golpes de realidad, como una especie de moderno Midas, cayeron en la cuenta de que el petróleo no se come. Ya entonces el lujo demencial era monopolio de algunos jeques y la mayoría seguía viviendo en jaque. La creación tiene la riqueza y la generosidad del creador. Su administración es nuestro déficit histórico. La conversión es la única posibilidad de saldarlo.
Fuente: Cuestión de Fe. Iglesia Evangélica Valdense
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