Comprender cuáles son los orígenes, los dispositivos y los discursos que se articulan contra las causas feministas requiere múltiples miradas, entre ellas visualizar las redes, los actores que se han multiplicado y diversificado, así como cuáles son las confluencias y los procesos históricos. Organizaciones que trabajan en el tema, como la Asociación para el Derecho de las Mujeres y el Desarrollo, plantean que las estrategias contra la perspectiva de género y la diversidad en las políticas públicas organizan su discurso y accionar en al menos cuatro ejes: la protección de la familia tradicional, la ideología de género, los valores y la soberanía nacional. En el resumen del informe “Derechos en riesgo”, de 2017, de la investigadora Alejandra Sardá, se definen algunos conceptos:
Protección de la familia natural o tradicional. La familia natural o tradicional (padre, madre, hijos) debe ser protegida frente a cualquier intervención del Estado que debilite la autoridad paterna y el derecho de los padres a decidir sobre sus hijos. Fortalecer y proteger la familia natural o tradicional es la solución para todos los problemas sociales (ejemplo: violencia, adicciones, etcétera). Los niños tienen derecho a crecer en una familia natural o tradicional, que es el mejor ambiente para su desarrollo y protección.
Ideología de género. Existe una poderosa ideología radical que pugna por abolir las diferencias naturales entre los sexos y reemplazarlas por la noción errónea según la cual las personas pueden elegir lo que llaman su “género”. Esta ideología es innecesaria porque los dos sexos que existen en la naturaleza son complementarios, tienen roles y características específicas –respetar esos roles no es discriminación–. La ideología de género genera desorden social e insatisfacción, ya que las personas se realizan y manifiestan plenamente su dignidad humana cuando cumplen con el rol que la naturaleza les ha asignado según su sexo.
Valores. Nuestra sociedad vive una crisis de valores, sumida en la confusión y la ansiedad que generan el individualismo y el materialismo. Se necesita una “revolución de los valores”, ayudando al que sufre y cumpliendo con el rol que a cada quien le ha sido asignado en la sociedad y en la familia. Obnubilados por el progreso científico, los seres humanos creen que dominan a la naturaleza, que pueden torcerla y explotarla. Pero hay leyes superiores a nosotros que siempre van a prevalecer.
Soberanía nacional. Hay intereses creados detrás de la ideología de género: las potencias imperialistas y los poderes económicos que han encontrado otra forma de someter a los países menos desarrollados, no sólo económica, sino también culturalmente. Nuestros países tienen que resistirse y defender nuestra cultura y nuestros valores. Estos intereses creados nos envidian porque, aunque seamos pobres, tenemos valores (la familia, la caridad) que en sus países ya se han perdido. Por eso quieren debilitarnos sumiéndonos en el caos social mediante la imposición de leyes y valores que nos resultan ajenos. Detrás de toda manifestación supuestamente “progresista” hay un interés económico de las potencias coloniales”.
Podríamos encontrar diferentes hilos conductores entre estos cuatro ejes del discurso antigénero y los actores que lo llevan adelante. En este punto creo que los aportes de Michel Foucault en torno al concepto de gubernamentalidad nos dan insumos para entender el funcionamiento del poder y las formas de control. Su planteo radica en que para entender la modalidad del gobierno actual hay que remontarse a los orígenes precristianos y cristianos del poder pastoral. Dicho poder se ejerce sobre una multiplicidad en movimiento, es un poder fundamentalmente benéfico cuyo objetivo es la salvación de la grey y es un poder que inidividualiza. La metáfora del pastor y las ovejas como símbolo de poder primero estuvo en manos de la Iglesia oficial del Imperio romano, luego en el aparato militar y, por último, en el gobierno civil. Es decir, el aparato estatal tomó las funciones del poder religioso armándose (ambos) de tecnologías y dispositivos de control sobre la población. Con esto quiero plantear que el control ha sido parte inherente de la función de las iglesias aliadas al poder de turno, al aparto militar y al Estado, por lo que el cuerpo, la sexualidad y la sabiduría de las mujeres representaban el mayor temor de estos aparatos y dispositivos de control.
Para comprender las bases fundacionales del actual conservadurismo religioso, un personaje clave es Jerry Falwell, quien fue pastor fundador de la iglesia Thomas Road (una de las iglesias más influyentes de los bautistas del Sur), brazo político del movimiento Mayoría Moral y fundador de Liberty University en Virginia (la institución educativa más grande del mundo en el espectro evangélico-fundamentalista para la formación de misioneros e intelectuales).
Para el investigador Harvey Cox, quien aborda esta temática en su libro La religión en la ciudad secular, movimientos como el de Falwell inicialmente surgen como una reacción a la movilización religiosa, social y política contra la segregación racial, por justicia económica y paz, encabezadas por Martin Luther King y los grupos ecuménicos pacifistas contrarios a la guerra en Vietnam (1963). Falwell intuyó que, si los activistas negros y pacifistas blancos podían usar las iglesias y justificar su accionar en la Biblia, los conservadores y fundamentalistas podrían hacer lo mismo. En 1979, cuando la Mayoría Moral toma forma definitiva, es definida como una organización no religiosa sino “a favor de la vida, la familia tradicional y la moralidad; somos pro americanos, lo cual significa una fuerte defensa nacional y un Estado de Israel fuerte”. Este movimiento formalmente ya no está activo, pero sus actores más relevantes están presentes en el movimiento Tea Party y en otros sectores de la derecha religiosa. Llevan adelante organizaciones como Capitol Ministries, apoyan grupos conocidos en Latinoamérica como Parlamento y Fe (dirigido en Uruguay por Gerardo Amarilla) y organizan desayunos de oración con los presidentes de Estados Unidos, en uno de los cuales participó recientemente Álvaro Dastugue. Este modelo norteamericano es el que ha guiado y acompañado las expresiones de este “despertar” religioso en la política latinoamericana. Por parte de estos actores existe un sentimiento de un nuevo gran avivamiento religioso y político; muchos de los eventos que organizan estos grupos se titulan “Nacidos para gobernar”. Este entusiasmo se basa en los triunfos que se capitalizan en la región: en 2016 el “no” sobre el plebiscito por la paz en Colombia y la presidencia de Jimmy Morales en Guatemala; en 2017 el triunfo de Donald Trump y la destitución en Perú del presidente Pedro Pablo Kuczynski; en 2018 el avance parlamentario evangélico conservador en Costa Rica y la elección de Jair Bolsonaro en Brasil. Estas son algunas de las banderas de victoria contra el enemigo que se levantaron en el II Congreso por la Familia y por la Vida organizado en Punta del Este por este sector y que hace pocas semanas realizó su tercera edición en Panamá. En esta nueva instancia dos diputados evangélicos del Partido Nacional han asumido cargos de liderazgo en la región: por un lado, Álvaro Dastugue asumió como secretario de este congreso y, por el otro, Gerardo Amarilla asumió la presidencia de la Unión Iberoamericana de Parlamentarios Cristianos (que tiene por objetivo defender los cuatro ejes del discurso antigénero). Amarilla declaró al portal Evangélico Digital su intención de “conformar una instancia política internacional que articule esfuerzos, sistematice pensamiento y experiencias, y que formule estrategias comunes, para proteger los fundamentos cristianos que han sostenido a las sociedades de la región”.
Este discurso en defensa de la familia tradicional, la soberanía, los valores y contra la perspectiva de género tiene una estrategia clara, sin duda sus avances están plasmándose en la región. Articula el discurso militarista en temas de seguridad, una agenda moralista fundada en lo religioso tradicional para las políticas sociales y una familia tradicional y fuerte que garantice la presencia de un Estado mínimo (que no intervenga en el desarrollo y crecimiento del neoliberalismo económico).
Nos queda pensar cómo desde la sociedad civil, academia, grupos religiosos, medios de comunicación y actores políticos comprometidos con la agenda de derechos se establecen también alianzas y confluencias de reflexiones y acciones. Porque lo que está en riesgo es la vida de las mujeres, de las personas de la comunidad LGTBI, la autonomía progresiva de los niños y niñas y la democracia.
Nicolás Iglesias Schneider es trabajador social e investigador especializado en religión y política.
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