Por Javier Pioli
“En el principio creó Dios los cielos, la tierra… y las cianobacterias”
Imaginemos, por un minuto, que en el relato bíblico de la creación aparecen las cianobacterias. Bastaría un poco de sentido lúdico y creatividad, solo una pizca de sana irreverencia para imaginar dentro del Génesis la aparición de una especie como esa, hoy tan mentada y con tan mala prensa.
No debe sorprendernos que en el relato mítico original no haya lugar para bacterias, virus y hongos y que solo se mencione la creación de la hierba verde y de los árboles, de las aves, de los monstruos marinos, del ganado o de los animales que reptan. Estos relatos surgieron en nuestra historia como una forma de comprender el mundo circundante y nuestros propios orígenes, buscan dar un sentido a esa naturaleza compleja y a la vez fascinante, buscan relacionarla con una entidad superior que la ha creado, que la sostiene y que vela por ella.
Por eso en el Génesis el pueblo de Israel vinculó a Dios con ese su mundo conocido, con ese mundo que estaba al alcance de su experiencia histórica. Un mundo de ovejas, cabras, prados, desiertos y serpientes. Pero esa experiencia no estaba –digamos- muy al tanto de las ventajas del microscopio o de los descubrimientos que Van Leeuwenhoek protagonizaría muchos siglos después[1].
Esa es la razón por la que en el mito del Génesis nuestras famosas cianobacterias no fueron ni siquiera un actor de reparto; permanecían dentro de ese paréntesis gris de especies desconocidas, ignoradas por la cosmovisión israelita. Y como no tenía sentido hacer cargo a Dios de seres vivos que se desconocían, los microorganismos no entraron en el canon. De ahí que nadie habló de un Dios creador del Clostridium difficile, de la Escherichia coli, o de otras bacterias tan amigas de la chanchada. Sí aparecen los ‘monstruos marinos’, pero de los bichos chiquitos, nada.
Mamá cianobacteria
Hoy en día tenemos plena certeza de que las cianobacterias no solo existían en tiempos del Antiguo Testamento, sino que están en este planeta desde larguísima data. De hecho, las teorías científicas más aceptadas indican que estas bacterias estuvieron entre las primeras formas de vida que habitaron los mares, y que comenzaron a producir su propia energía a partir del proceso de fotosíntesis.
Si no me fallan las lecciones de Biología del liceo, un ‘residuo’ de la fotosíntesis es el oxígeno. Este, liberado en cantidades masivas por las primeras cianobacterias hace unos 3.000 millones de años, fue dando forma a la atmósfera terrestre y generando el clima propicio para la vida fuera del agua. De ahí que, con la ayuda de la ciencia, hoy podemos reconocer a estos microorganismos su rol protagónico: como antepasados del reino vegetal, y como responsables de la formación de la atmósfera actual. (Dedicado a mi profe de Biología de primero y a su practicante, que espero tengan la fortuna de no recordarme)
Por eso, reivindico el derecho a creer que las cianobacterias deberían entrar en el Génesis, ahí, al lado del mismísimo Creador, complotando vida en cada cloroplasto.
Malo para dar nombres
Imagino también el momento en que el ser humano se sintió solo, y el desfile de especies que Dios hizo pasar ante él para que les diera nombre (ver Gn 2:18ss):
-Esta se va a llamar ‘cabra’, me gusta el nombre –dijo Adán inventando palabras-. Esta se llamará ‘paloma’, y este otro se llamará ‘gorrión’; y a aquel de más allá le voy a poner ‘cuervo’, porque tiene cara de traicionero…
–¿Y con esta especie qué podemos hacer? –dijo Dios sacando del agua una cosa gelatinosa, informe y verde-azulada.
–¿Esa porquería? Nah… Y…. ‘alguita verde’, ponele.
Y ‘alguita verde’ se llamó. Dicen que la cianobacteria protestó, y que apeló presentando un recurso, pero como la alternativa era que Adán la llamara ‘yerba que flota’, se conformó con el primer nombre. Aunque por milenios ella siempre supo que no era alga.
La mala palabra
Hoy en día no resulta extraño llegar a la playa y ver en el agua esta presencia incómoda, molesta candidata a las conversaciones entre turistas o vecinos del barrio. Es extraño, pero en el momento en que las cianobacterias se hicieron visibles en las costas de Rocha ese gen uruguayo tan amante del balneario parece que se activó, generando un torrente de indignación y protestas. Que matamos el turismo, que la salud, que si ponemos la bandera con la cruz o si la escondemos para no asustar tanto. Misterioso ese gen de la indignación, que nos hace patalear un poco para no cambiar nada.
Hoy, de a poco las cianobacterias se han convertido en mala palabra, casi tan mala como el concepto de eutrofización, algo que doña Rosa o don Pepe no se animan a decir por miedo a trabucarse en la segunda sílaba. Entonces las algas verdes o la yerbita en el agua causan asco, bronca o una melancólica tristeza, como si de forma irremediable estuviésemos perdiendo el paraíso nacional, el Edén del chapuzón en Artilleros, en Playa Honda o en La Balconada. Y así, entre la bronca y la resignación, las cianobacterias se llevan consigo la esperanza de disfrutar un poco más el río y el mar; y el verano se va, a marcha camión, prometiendo volver en nueve meses, haciéndonos soñar que ese día llegará, y que las ‘algas verdes’ no van a estar. Mientras tanto no haremos nada.
Así, convirtiéndose en mala palabra, las cianobacterias y sus toxinas ascendieron en pocos días de la calidad de actrices ignotas a villanas de la película. De golpe y porrazo los noticieros y algunos medios de prensa escrita mandaron sus cámaras y periodistas a la orilla del río, captaron la cinematográfica imagen de una ola verde, entrevistaron a tres señoras indignadas y a dos niños frustrados y convirtieron a las cianobacterias en una cosa mala, malísima, tóxica y peligrosa. He ahí la archienemiga a combatir.
Afortunadamente, otros medios y algunos actores de la sociedad civil han conseguido aislar el ‘gen del bañista indignado’ para ir un poco más allá del peligro real que representan estas floraciones. En forma reciente, en una nota publicada en La Diaria, Amanda Muñoz recordó que detrás de las cianobacterias se esconden una serie de factores perjudiciales para el equilibrio ambiental: el uso masivo de fertilizantes sintéticos y de otros agroquímicos (que aportan un exceso de fósforo y nitrógeno a los cursos de agua), la producción agroindustrial intensiva, los grandes embalses (en los que proliferan estos microorganismos), las lluvias intensas y los picos de temperaturas alcanzados como consecuencia del cambio climático[2]. Así, sin quererlo y sin imaginarlo, hemos creado un caldo de cultivo en el que se juega mucho más que un chapuzón de verano.
Las cianoprofetisas
En una nota posterior, Mariana Achugar señaló que el problema de las cianobacterias en las costas uruguayas pone de relieve la incapacidad del Estado (y de la sociedad civil en general) para resolver en el corto y mediano plazo los problemas medioambientales. Aparentemente, las rencillas electorales y otras temáticas que saturan los medios de comunicación vuelven a ubicar a la crisis ecosocial “en la periferia de la agenda política”. Así las investigaciones realizadas por la UdelaR o los reclamos de las organizaciones civiles no tienen mayor eco[3].
Ante la ‘ola verde’ el Estado responde pero lo hace tímidamente y sin apuntar a su génesis: avisa cuando las aguas no son aptas para baño o emite comunicados afirmando que OSE garantiza la potabilidad de las aguas corrientes. Mientras tanto una persecución policial, un delito de narcotráfico, los dichos de un precandidato a la presidencia o las noticias faranduleras del fútbol de primera división ahogan –irónicamente- la pregunta por la causa de las cianobacterias. El debate de fondo, aunque exista, no tiene visibilidad.
Volviendo al Génesis, me gusta pensar que, si en efecto Dios creó a las cianobacterias, debe estar haciendo de ellas un actor con dones de profecía. Aunque el ‘gen del bañista indignado’ –miope y egocéntrico como siempre- no quiera ver más allá de una molesta mancha verde, las cianobacterias están ahí como una marca indeleble, que clama y fosforece cual portavoz de una Creación que está siendo quebrada por la mano humana. Como buenas profetisas biológicas, ellas se han alimentado de nuestros propios excesos e inconsistencias, para crecer, para multiplicarse y agruparse, para que veamos en ellas el síntoma de un modelo productivo y de formas de consumo que no tienen viabilidad en este mundo. No con esta Creación.
El mito del desarrollo, el sueño moderno del consumo hedonista y del progreso ilimitado se baña hoy en un río que se ha vuelto verde. Podemos sentarnos a esperar que la mancha se vaya, podemos indignarnos y creer que todo está perdido, podemos fingir demencia y chapotear estúpidamente en nuestras propias contradicciones. Las cianobacterias seguirán ahí para denunciar lo que hemos callado verano tras verano.
Como ocurría con los profetas del Antiguo Testamento, las cianobacterias nos transmiten hoy un mensaje que no solo es denuncia, y que puede ser también un anuncio de esperanza. Más allá de los tristes derroteros que hemos seguido, ellas anuncian la esperanza en una divinidad creadora, que sigue jugándose por cada pieza de este rompecabezas, y que está dispuesta a pelear junto a nosotros para restituir lo que parece perdido. Para que la justicia social y ambiental vuelvan a beber de las mismas aguas.
Javier Pioli
Eq. de Ecoteología del Centro Emmanuel (www.centroemmanuel.org)
Por más información, recomendamos:
– Peruzzo, Nicolás y Alejandro Rodríguez Juele, Bacterias: La historia más pequeña jamás contada, Montevideo, Bandas Educativas-Instituto Clemente Estable, 2018. Descargable en .pdf en: https://www.comicbacterias.com/?fbclid=IwAR0hnx-HLUirsPPrzhG5BGLUNanQngI8O5KqkCl_kOCrJQkXCHFZpkXlZlY
– “Excepcional proliferación de cianobacterias…” por Amanda Muñoz, en La Diaria (18/2/2019) Disponible en: https://salud.ladiaria.com.uy/articulo/2019/2/excepcional-proliferacion-de-cianobacterias-alcanzo-500-kilometros-de-costa-de-carmelo-a-la-paloma/?fbclid=IwAR18FDqTJNNFtBDdcJBlWTXKO36pLSVuIcm0Y2OcJNh9tC5-WjjafQ9esAM
– “Entre la ceguera y la indiferencia política”, por Mariana Achugar, en La Diaria (19/2/2019). Disponible en: https://ladiaria.com.uy/articulo/2019/2/entre-la-ceguera-y-la-indiferencia-politica/
[1] El holandés Anton van Leeuwenhoek (1632-1723) pudo observar mediante el uso de microscopio una serie de microorganismos que hoy conocemos como protozoarios y bacterias. Se trata del primer caso documentado de observación de bacterias, descubiertas en el análisis de una muestra de saliva humana.
[2] Ver: “Excepcional proliferación de cianobacterias: alcanzó 500 kilómetros de costa, de Carmelo a La Paloma”, por Amanda Muñoz, en La Diaria (18/2/2019)
[3] Ver: “Entre la ceguera y la indiferencia política”, por Mariana Achugar, en La Diaria (19/2/2019)
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