Por Juan Stam. Son increíbles las desviaciones perversas que inventan día a día algunos personajes (me niego a llamarlos pastores ni tampoco «evangélicos», mucho menos «apóstoles» o «profetas»). No se dan cuenta del daño que hacen, o no les importa. Lo único que les importa es su propio poder, su éxito, fama y riqueza; son asalariados «de quienes no son propias las ovejas» (Jn 10:12).
Por eso no les importa la vida de las víctimas que están engañando. Están dispuestos a todo, hasta a maldecir a otros que son obstáculo a sus ambiciones. En mis andanzas y en mi pastoral electrónica, me he dado cuenta de muchos casos de estos abusos. Antes era sólo un problema de pastores dictadores que querían controlar toda la vida de sus feligreses. Ahora es cosa de tiranos inescrupulosos, verdaderos terroristas espirituales, dispuestos a destruir la vida de otros con sus maldiciones.
Por todo eso salen muchas personas muy heridas de estas «iglesias», con graves crisis de fe. Les relato dos casos típicos que he conocido de estos terribles abusos. En una ciudad de cierto país latinoamericano conocí una pareja de cristianos radiantes, con un profundo amor a Cristo y a los demás. Pero no habían sido siempre así. Me contaron que habían conocido a Cristo en una iglesia peor que legalista, odiosamente tiránica. Uno tenía que someterse en todo o sufrir las maldiciones del pastor. ¿No asistes a todos los cultos? Dios te castigará con enfermedad. ¿No estás diezmando? Dios te castigará con pobreza, miseria y hasta bancarrota. ¿Criticas al pastor? Dios te pegará la lepra de Miriam por haber murmurado. Y lo peor de todo, si sales de este campo de concentración espiritual, toda tu vida será maldita: tus hijos serán drogadictos, tu matrimonio colapsará y quién sabe si te robarán y después tu casa se incendiará y a ti se te pegará un cáncer. Todo como «palabra profética» por no obedecer al «pastor». El caso es más común de lo que puede parecer. Se repite con gran frecuencia, en diversas formas. Muchas víctimas no llegan a superarlo o quedan heridos por mucho tiempo. Afortunadamente, mis amigos arriba mencionados se armaron de valentía para hacer frente a tan viles amenazas, y encontrar la libertad en Cristo. Les cuento un caso real aún peor. Una persona (me reservo el nombre y el género) entró en una mega-iglesia y llegó a ser líder. En eso descubrió graves pecados morales en la vida de su «apóstol». Yo personalmente he conocido evidencias convincentes de esos hechos, y son ampliamente conocidos en el país (sería muy interesante que algunos «pastores» se sometieran a pruebas de ADN). El «apóstol» tampoco se ha arrepentido ni confesado su pecado públicamente. Si Dios le está «prosperando» con éxito y fama, ¿qué falta hace confesar las debilidades que pueda tener como siervo del Señor? El éxito es la prueba indiscutible de su inocencia. (Cuentan de un pastor argentino, cuyo adulterio era conocido y comprado, que respondía a toda pregunta con «No olvides que soy pastor de la iglesia más grande de Buenos Aires»). Cuando la mencionada persona preguntó sobre el tema, entiendo que discreta y respetuosamente, vino la acusación de estar sembrando discordia, de hacer daño a la obra del Señor, y del pecado imperdonable de no someterse. La persona renunció a su puesto en la iglesia y decidió retirarse de esa congregación. El domingo siguiente el «apóstol» pronunció una solemne maldición desde el púlpito. Tales maldiciones, aunque engañosas, no son ninguna broma. Para comenzar, tienen un gran efecto sicológico que puede traer así el cumplimiento de la maldición. Confunden a las víctimas y hacen un enorme daño en sus vidas. Y por qué negarlo, pueden abrir puertas por la obra de fuerzas malignas. Entre los testimonio que he escuchado, más de una vez me han dicho, «y fíjate que ahora todo me va mal». Puede ser apenas una percepción, pero en todo caso eso de ninguna manera prueba la veracidad de la maldición ni la legitimidad de quien la ha lanzado. Más bien, lo seguro es que esas maldiciones no son de Dios. Obviamente lo único que les interesa a estos asalariados es su propio imperio y su carrera. Sólo por eso están dispuestos a maldecir a los que amenazan sus mezquinos intereses, disfrazados como la causa del evangelio. Para encubrir sus pecados, en vez de arrepentirse están dispuestos a maldecir a otros, y parece que ni les molesta la conciencia. Esto es uno más de los graves daños que están haciendo estos falsos apóstoles y profetas al pueblo de Dios. No podría ser más grave la ofensa ante Dios y el prójimo.
Costarricense, Doctor en teología por la Universidad de Basilea, Suiza. Por muchos años fue profesor del Seminario Bíblico Latinoamericano (hoy UBL), de la Universidad Nacional Autónoma de Costa Rica, y de otras instituciones teológicas en San José. Es autor de muchos artículos y varios libros, en especial, el comentario a Apocalipsis de la serie Comentario Bíblico Iberoamericano.
Fuente: Lupa protestante
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