Aporte de Diego Pereira, invitado de Los Dioses están Locos
I- En la marea de la complejidad posmoderna
Luego del fracaso de la modernidad, siguió una etapa donde aquellas esperanzas depositadas en ella se esfumaron. Es entonces que hasta hoy hablamos de posmodernidad y es dentro de este clima que nos toca vivir la renovación de un nuevo cristianismo que se presenta confuso, entre normas y dogmas religiososo frente a la necesidad de búsquedas de libertad, de salir de la angustiante situación que se respira en los países como el nuestro con una cultura tan occidentalizada y laicista. Son muchos los aspectos que podemos describir del mundo y la sociedad en la cual vivimos, pero en este limitado trabajo veremos aquellos que nos pueden mostrar lo perdidos que podemos estar.
Uno de estos aspectos tiene que ver lo cambiante, reciclable, donde no sólo hablamos de objetos sino que las personas parecieran ser desechables, utilizables según el propio interés pero, luego de haberse extraído del otro lo útil o necesario, se procede al recambio. Así lo explica este profesor: “…en la sociedad actual la relación personal es un producto más de consumo inmediato, y por tanto fácilmente descartable. Aun en el caso de que el producto cumpla con lo prometido, no puede ser de uso verdadero.”(Antonio Jiménez). Esta actitud propia del sujeto posmoderno de rechazar las relaciones a largo plazo, son reemplazadas por las relaciones virtuales facilitadas hoy por las redes sociales. Ante la necesidad de aprender valores comunitarios vemos que “…entre las artes del vivir moderno líquido y las habilidades necesarias para practicarlas, saber librarse de las cosas prima sobre saber adquirirlas…” (Zygmunt Bauman)
El mito de Narciso refleja el vivir centrado en sí mismo del individuo posmoderno. Esto conduce a un descentramiento de la realidad perdiendo esa relación de amistad con el medio y con los demás, ya que el sujeto no existe ni con-vive con lo creado, sino que está en una relación de primacía sobre el mundo. Es un “culto al yo” desde una concepción materialista de la existencia. Se sufre una grave inestabilidad psicológica que tiene efectos decisivos en las opciones vitales.
Otro rasgo posmoderno es la atemporalidad. Se piensa que el pasado no tiene relación con lo que vivimos hoy y del mañana nada podemos saber. La vida se juega en este momento. No hay noción de historia y por lo tanto tampoco de proceso, o mejor, de camino. Si no hubo ayer (desde donde vengo) y no hay mañana (hacia donde voy) pierde valor cualquier esfuerzo que se deba hacer hoy por algo ni tampoco hay posibilidad de ponerse a pensar en ello. “El resultado final es el secuestro del acontecimiento, la imposibilidad de la reflexión de la vuelta sobre las cosas, impidiendo la recuperación de la secuencia de significados y erradicando el sentido” (J. Mardones).
Según Jung Mo Sung, al referirnos a la violencia actual, podemos hablar de dos tipos de violencia: la institucionalizada y los actos de violencia. La violencia institucionalizada es aquella por la cual se la encubre intencionalmente y se la presenta como problema social. El problema del hambre, de la pobreza, de la injusticia y de la exclusión social son visto como consecuencia del mal funcionamiento del sistema económico y del mercado de consumo, de los defectos del sistema judicial o como errores del sistema político y de las políticas sociales, pero nunca son presentados como violencia. Por otro lado tenemos los actos de violencia que son aquellos actos en los cuales el acento no está puesto en la falta, por ejemplo robar, matar, drogarse, sino que en la acción violenta con la cual se produce el acto. Lo que más se remarca es la carga de violencia que se deposita en ellos, como propaganda, muchas veces política.
El individuo posmoderno sufre el consumismo. No se trata de que somos sujetos que consumimos productos indiscriminadamente y nada más, lo grave es que consumimos lo que no es necesario e incluso va en desmedro del medio ambiente, y esto sin ninguna clase de reflexión, y por ello sin ninguna culpa. Pero sobre todo hablamos de que “una sociedad consumista es aquella cuya dinámica está constituida por los bienes de consumos superfluos; y en la que, además, la gente cifra su éxito y su felicidad en ese consumo…” (Jung Mo Sung), por ello es preocupante el valor que le damos al consumismo ya que eso pauta nuestra felicidad o tristeza, y sobre todo nuestro status social. En la mayor parte del mundo moderno “Consumo, luego existo! O: usted es lo que consume!, son expresiones que explican o explicitan la vivencia de esta cultura en el cotidiano de la personas…»
En los tiempos actuales la pobreza ha tomado un papel principal en las discusiones no sólo parlamentarias y religiosas, sino que ha pasado a formar parte del debate de una gran parte de la sociedad. Esto también se debe al declive que, como ya vimos, se ha dado en la educación, ya que siempre es la clase más pobre y desprotegida la que recibe peor educación. Pero aún así se siguen dando dos fenómenos paralelos: la instalación de la pobreza como un problema más de los tantos a enfrentar por cualquier gobierno que esté de turno, y el de la gran ignorancia de la cual son parte millones de personas en el mundo, como si la pobreza no afectara la conciencia social.
II- Una esperanza firme y alcanzable: la Cruz de Jesús de Nazaret
La situación descripta en la primera parte nos va llevando a adoptar una actitud concreta ante la realidad. Para nosotros los cristianos de Latinoamérica el encuentro con Jesús de Nazaret no es solo esperanzador, sino liberador. La esperanza cristiana nace desde la muerte de un hombre sencillo y pobre, asesinado en una cruz, desprotegido, abandonado, condenado injustamente como un hombre peligroso. Es en esta conjunción de situaciones, similares a las nuestras actuales, que el mundo judío recibe el mesías tan esperado y prometido por los profetas, que fue condenado por el Templo de Jerusalén y por el Imperio Romano. Jesús se confió a las manos de un Dios que en apariencia lo abandonó. Esa sensación de abandono y soledad es la que sufren tantos hermanos y hermanas en todo el mundo. Pero aún en esa situación Jesús logra vencer al mundo, el sufrimiento y la muerte, alcanzando la resurrección por el amor de Dios Padre, que escuchó sus plegarias y que no se olvidó de su fidelidad. Es la afirmación del amor predilecto de Dios por el que sufre, por el que no cuenta en la sociedad.
El encuentro con Jesús de Nazaret tiene esa capacidad de meternos en la historia y descubrir, desde la suya, atisbos de nuevas esperanzas en la nuestra. Sin duda es una esperanza incomprensible desde la racionalidad dominante o la lógica del poder, pero no es una esperanza irracional. Es un cambio en la lógica del conocimiento: no desde las seguridades que podamos alcanzar, sino desde la precariedad de la misma existencia humana, sobre todo aquella que está ante nosotros. Es la realidad del que sufre, del oprimido, del pobre, del enfermo, del exiliado, del maltratado, del no-existente. De esto ya hablaba San Pablo al referirse a que mientras los griegos buscaban la sabiduría, los cristianos la encontraban en la cruz de Jesús, escándalo para los judíos y locura para los paganos (1Cor 1, 21-25). Creemos entonces que el camino para encontrarnos con Jesús y renovar nuestra fe pasa por buscar en las situaciones y contextos de pobreza humana: material y espiritual. Allí volvemos a la fuente: encontramos a Jesús crucificado, pero que resucita liberado de la muerte.
“La causa de Dios es la causa de los pobres. La opción por la causa de los pobres tiene su fundamento en que Dios, nuestro Padre, desea la igualdad y la hermandad entre sus hijos. El ha creado con amor los bienes de la tierra para todos los hombres, no para unos pocos.” (Hans Küng). También nos iluminan las palabras de Pablo a los cristianos de Corinto: “Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8,9). Con ello queremos reafirmar lo que surgió en Latinoamérica, la opción por los pobres. La grandeza de Dios que acoge a todo lo creado es también perfecta predilección por lo pequeño y desvalido del mundo, por lo oprimido y despreciado; por los pobres. Allí radica para nosotros la esperanza en medio de la niebla posmoderna: es el pobre que nos revela a Jesús crucificado y resucitado y nos invita a unirnos a él y a su causa: el Reino de Dios.
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