ECUMENICAMPEONATO 

-¡Muchachos, péinense las cejas que salimos! -gritó Atanasio abriendo de un golpe la puerta desvencijada- ¡Hay campionato en el pueblo!

Todos en el ‘Bar y tornería Los Chaira’ voltearon para ver. Atanasio sudaba, y los ojos le brillaban haciendo juego con la sonrisa jadeante.

-¿Y de dónde sale esa noticia, abombáu?- curioseó sin formalismos el Alfredo, preocupado por cómo habría de peinarse unas cejas que se le unían pobladas sobre la nariz.

-Parece que el cura quiere hacer torneo de deportes no olímpicos. ¡Y nos está invitando! –Puntualizó Atanasio- Así que a bañarse y a inscribirse. Habrá torneo de bolita, bocha, tejo, carrera de carretilla, persecución de chancho enjabonado; para la noche búsqueda del sonido con fantasma de color, y de cierre hay bailongo porque toca Caye el Trece.

En pocos minutos la calma chicha que caracterizaba al Bar y tornería se trastornó, tanto que los gritos de júbilo desgonzaron la puerta de entrada. La alegría se salía de la habitación.

En un pueblo chico como ese la noticia tuvo repercusión, y por eso el griterío fue casi simultáneo en varios locales. Mientras Alfredo se peinaba la ceja en el bar, la noticia seguía corriendo más rápido que chancho enjabonado: ya se oían los vítores en la despensa ‘Lo ‘Sintia’, en el Juzgado y hasta en el consultorio del doctor Varlotta. Incluso en la seccional de policía una voz chillona pronunció un emocionado ‘viva la patria’.

El padre Ernesto oía el griterío desde la sacristía y sonreía con satisfacción. Entusiasmado, levantó el teléfono e hizo las últimas llamadas. Al día siguiente él junto al pastor Borreani y la vieja Smucler repartían folletos invitando al ‘GRAN ECUMENICAMPEONATO’

El primer sábado de noviembre todos se dieron cita en un terreno baldío prestado por la sociedad sirio-libanesa. Se había limpiado el área cortando chilcas y tártagos, rellenando pozos y emparejando la superficie que haría de cancha de bocha y tejo. También se dejaba una franja sin limpiar, que haría las veces de campo para persecución de chancho y otros juegos de riesgo. Desde una torre improvisada se transmitiría el evento para los radioaficionados, y en una plataforma montada en un nivel inferior cumpliría su función de referí ‘urbi et orbi’ el Dr. Varlotta.

A las 16.30 se dio inicio formal a las actividades, con una invocación a ‘Nuestra Señora del Deporte’, una bendición pronunciada en yiddish por doña Smucler y una suelta de palomas a cargo del comité de damas de la Comunidad Pentecostal Naciente. La liturgia fue de difícil interpretación,  pero los presentes lloraban de gozo.

El torneo inició con competencia simultánea de bocha y bolita, delimitándose los campos de juego con cinta amarilla cedida por la seccional a efectos de evitar entrevero de esferas. La competencia de bolitas resultó apasionante, destacándose entre el público la arenga de monjas carismáticas, que hinchaban en forma ecuánime por todos los competidores.

-¡Viva el padre Ernesto! –gritaban con ahínco al son del pandero.

-¡Ánimo, hermanos luteranos! –cantaban.

-¡Arremangaos el pantalón para mayor precisión! –aconsejaban pudorosas a los elders mormones, que sudaban la corbata a todo trapo.

Mientras tanto el partido de bochas seguía sin definirse, y uno de los equipos continuaba dirimiendo estrategias de juego.

Como era de esperarse, el chancho enjabonado fue la sensación. Participaron todas las representaciones, excepto la de Smucler y su grupo, que se abstuvieron por razones de observancia religiosa. Al ocaso una bala de salva dio inicio a la liberación del animal, que había sido cautelosamente enjabonado por los niños del catecismo bautista.

Pero en el momento de mayor auge y frenesí el Dr. Varlotta daba un silbatazo para cobrar un presunto‘fau’, cometido por el padre Ernesto contra el chancho, que se retorcía fingiendo una lesión en el músculo isquiotibial. El sacerdote miró hacia la torre e increpó cristianamente:

-¡Qué cobráis, hermano!

Las monjas, conmovidas, comenzaron a cantar en canon un Kyrie Eleison. Varlotta, que no entendía griego, se lo tomó a mal y dispuso la finalización del juego, con incautación de porcino a cargo del Sr. Juez de Paz.

Entonces todo se enturbió, y la muchedumbre, que quería ver al chancho en brazos de su equipo favorito, comenzó a gritar. Así el edulcorado júbilo inicial dio paso a expresiones más soeces, hasta que finalmente la multitud dirigió al referí palabras que rimaban con su apellido. Y Varlotta se indignó.

Afortunadamente el pastor Borreani intervino en el putiferio, poniendo paños fríos sobre la cabeza de Varlotta y dándole un abrazo de contención. La multitud, que comprendió el gesto, retornó a sus sillas y hasta el chancho dejó de dramatizar. Entonces se retomaron las actividades.

Hacia la madrugada solo quedaban los restos del jolgorio, y enredada en un alambrado la sábana del ‘fantasma blanco’. Todos dormían, alegres de haber compartido una jornada de sano divertimento interreligioso. Solo quedaba en la cancha de bochas un equipo, el de la iglesia protestante, que seguía debatiendo si convenía jugar con las lisas o con las rayadas.


J. Javier Pioli

(Publicado en Página Valdense de noviembre 2017)