Por Diego Pereira. “En sintonía con la celebración de la fiesta de Iemanjá”
En esta reflexión no intentaré dar cuenta de la Umbanda como religión, sino que los invito a arriesgarnos a crecer en una necesaria actitud de apertura hacia lo diferente a lo que creemos, a aquello que aún sin ser del todo conocido para algunos de nosotros nos puede abrir a una mayor comprensión de la acción divina en la historia. El actuar de Dios no se limita a la Iglesia -y tampoco en las otras iglesias cristianas- sino que está presente y operante por su Espíritu también en el creyente no cristiano (1) y en toda la creación a la cual estamos invisiblemente unidos, de tal modo que conformamos una familia (2). Algún lector quizá necesite saber más acerca de la Umbanda y sobre todo la razón de este texto: la fiesta de Iemanjá la diosa del mar; pero les pido que sepan remitirse a lo escrito aquí. De todos modos me comprometo a escribir algo en breve.
En defensa de la fe cristiana
Frente al crecimiento de diversos movimientos religiosos a nivel mundial, como también religiones como el Islam, algunos cristianos se ven en la sana necesidad de salir al paso a “iluminar” los acontecimientos con la luz de la fe cristiana. Pero la medida que utilizan siempre es la Doctrina, el Catecismo y ciertas interpretaciones que realizan de la Biblia. Con ello no dejo de valorar ninguno de estos pilares de la fe -en mi caso- católica, pero creo que aún seguimos siendo presos de una mentalidad medievalista que, en vez de buscar el diálogo y los posibles puntos de acercamiento, por lo contrario intenta defender nuestras creencias al mejor estilo de las cruzadas. Parece un buen discurso el no atacar, pero tampoco construye una mirada desde lejos -cuando no desde fuera- juzgando sin conocer y terminar afirmando que “la única verdad es la que tenemos los cristianos”.
Creo que esta defensa se da en dos niveles que debemos diferenciar. Por un lado está la defensa desde el ámbito de la jerarquía eclesiástica en conjunto con los intelectuales que reflexionan la vivencia de la fe cristiana a partir de los acontecimientos de la historia. Por otro lado está la defensa de la fe de parte del pueblo cristiano que a menudo es obediente a la voz que proviene de la jerarquía, ya que muchas veces se cree que los fieles laicos no pueden desarrollar una reflexión pertinente a la altura de las necesidades. Simultáneamente se dan dos situaciones antagónicas: por un lado hay una inseguridad disfrazada con el ropaje de pedantería intelectual que intenta adueñarse de la verdad, y por otro lado está la inseguridad de los ignorantes, los privados de permiso para pensar desde su experiencia, y que, ante el miedo de perder su Salvación, se cierran a lo diferente en obediencia a la santa doctrina. ¡Qué lejos estamos ambos de la enseñanza que el Papa Francisco hoy nos acerca!
Caminos de acceso a la apertura
Es en la historia que el hombre va encontrando su camino hacia Dios pero donde también corre el riesgo -por el miedo a lo nuevo- de crearse sus propios fantasmas. Por ejemplo la mentalidad occidental que aún prima dentro de la Iglesia católica, y no sólo me refiero a las cuestiones de la estructura jerárquica, sino que -y sobre todo- a la mentalidad que intenta aprehender los elementos de la realidad, mucho más que comprenderlos y convivir con ellos, reduciéndolos a lo que puede ser modificado (3). Con ello le quitamos la posibilidad al Misterio de serlo frente a nuestra necesidad de poseer la verdad. Pero también se da una cierta actitud de indiferencia o demonización de la realidad dentro de ámbitos cristianos protestantes, donde se prefiere cerrar la puerta a lo nuevo sin darle mayor importancia. Lo único importante es lo que se vive al interior pero que termina siendo una religiosidad desencarnada. En estas iglesias evangélicas pocas veces la Palabra de Dios puede iluminar seriamente la vida de los creyentes.
Raimon Panikkar -filósofo y teólogo español- ha cuestionado fuertemente esta actitud de muchos cristianos, sobre todo la sostenida desde los ámbitos intelectuales, que disfrazan su actitud negativa de la realidad bajo la fachada de la “tolerancia”. Afirma: “Si queremos encontrar la base material para la tolerancia, tenemos que superar el plano de la mera ortodoxia” (4). No basta saber la con exactitud la verdad acerca de lo que creemos, sino que es más importante la manera con la cual vivimos nuestras creencias. Y son muchos los dogmas y normas religiosos que condicionan el vivir de las personas, pues están pensados y elaborados en contextos lejanos a los que hoy vivimos. Y las creencias de las personas se van conformando en determinadas culturas, favorecidas por elementos (como la geografía y el clima) del lugar donde viven. Por ejemplo quien nace en la selva amazónica puede desarrollar un grado espiritual muy superior a quien nace hoy en una ciudad dentro del sistema capitalista. Por ello afirma Panikkar: “Fuera de la ortodoxia se puede también conseguir la salvación, y quizás sea éste el ámbito normal para la mayor parte de la Humanidad” (5).
La posibilidad de la transreligiosidad
Siguiendo al teólogo brasileño Marcelo Barros apostamos a la toma de conciencia cada vez mayor de que vivimos un proceso de superación de las antiguas barreras de las religiones. Sobre todo desde la gran distinción entre los términos de religión y espiritualidad. La religión es la institución que nos propone un camino de encuentro con el misterio, como un hecho humano. Pero esto es posible por la espiritualidad como dimensión inherente a la esencia humana: todo ser humano contiene en su constitución antropológica la capacidad de desarrollar facultades que le permiten conocer realidades trascendentes. Y dando un paso más Barros propone una “espiritualidad transreligiosa” basándose en la experiencia de cristianos que lograron vivir su fe dentro de otros caminos y contextos religiosos (Louis Massignon, Bede Griffis, Charles de Foucauld).
Esta transreligiosidad tiene dos grandes características que podemos destacar: en primer lugar nivel institucional posibilita un real y eficaz diálogo interreligioso, favorecido por aquellas experiencias de personas que, por el lugar donde viven y por el cruce de culturas (transculturalidad) se van formando y van conformando su conciencia y su fe en medio de dos o más religiones o espiritualidades. Es el caso de casi toda Latinoamérica que ha vivido desde sus inicios la invasión de un cristianismo impuesto y, aún hoy, seguimos naciendo entre diversas prácticas religiosas propias de nuestras tierras. Pero también es el caso de África y Asia. Esta es una constatación desde la historia de las religiones y que la teología no puede pasar por alto.
Pero por otro lado podemos hablar de una posibilidad de vivir un cristianismo con una mayor apertura y con un verdadero espíritu cósmico. Me refiero a que, dentro del catolicismo por ejemplo, existe un movimiento popular integrado por grupos que, lejos de aferrarse a las normativas doctrinales, viven una espiritualidad abierta a otras creencias, sin por ello renunciar a su tradición católica. Me refiero a los habitantes de las zonas rurales, las gentes de los barrios más carenciados, donde se da con más libertad el entrecruce de experiencias espirituales. Hoy encontramos muchos católicos que llevan una vida sacramental, que acogieron con gozo el mensaje cristiano, que profesan en público su fe en Jesús, que leen y meditan la Biblia, pero también comparten otras creencias más populares.
Apertura a la espiritualidad no es rechazo a la religión
Según algunos autores la transreligiosidad se puede detectar en la vivencia religiosa en diversos niveles: una aceptación a modo de tolerancia en la convivencia con otras religiones; el dimorfismo religioso -también llamado “doble pertenencia”- donde la persona por ejemplo es cristiana y acude a un terreiro umbandista; el sincretismo que implica una mayor integración de dos creencias diferentes pero donde la persona lo vive internamente como una integración; y por último la conversión donde hay una cambio de una religión por otra (6). La jerarquía eclesiástica fundamenta la necesidad de esta última como la gran misión de la Iglesia, cuestión que -humildemente creo- se debe redefinir. Según Bernard Sesboüé la tarea de la Iglesia es anunciar el Evangelio a tiempo y a destiempo, pero hay que diferenciar el anuncio explícito de la reflexión acerca de la manera que Cristo puede alcanzar a los que no alcanzan a oír el anuncio de parte de los hombres (7). También Ranher afirma que la voluntad salvífica de Dios está operante en todo el mundo, de modo universal y sobrenatural (8).
Son muchos los casos de personas que viven estas experiencias manteniendo su matriz católica aprendida por tradición, pero no siempre por elección. Recuerdo a mi abuela que adornaba con orgullo y devoción su casa con imágenes de Jesús y leía la Biblia con asiduidad, pero que guardaba en su ropero imágenes de “santitos” a los cuales les prendía velas. Esas imágenes -me contó un día- se las dieron en un “templo” en Brasil. Cada vez que se le preguntaba en qué creía ella respondía con orgullo: “En Dios, Jesús y la Virgen”. Más de una vez la encontré con el rosario en la mano recitando un Padrenuestro o un Ave María. En la forma de vivir su fe nunca entendería todo esto de la transreligiosidad y hasta el día de su muerte ella afirmaba que era católica y por sus obras puedo estar seguro que fue una santa.
Y creo que este es el caso de muchísimas personas en todas partes del mundo: han recibido por tradición un cristianismo enseñado desde una catequesis de colegio o parroquial, pero que conviven con tradiciones culturales regionales donde desarrollan otras creencias. El tema está si esto es acorde o no a la doctrina que obliga la religión oficial. Aquí es donde desde hace muchos años hay un quiebre importante desde la vivencia de un catolicismo popular -que es el predominante en toda Latinoamérica- pues desde sus inicios de dieron la convivencia de creencias en sus diferentes niveles. Sin atarse a la religión aprendida las personas desarrollan una espiritualidad que les permite vivir mejor, con un compromiso real con el prójimo y en completa paz interior. La gente no lo vive como un problema, todo lo contrario. El problema es para aquellos que aún necesitan obligar a creer en lo mismo que ellos creen.
Iemanjá: fiesta umbandista de la diosa del mar (9)
Desde hace muchos años la religión umbandista viene en crecimiento en Uruguay, sobre todo concentrado en la capital, Montevideo. La práctica de los cultos afros se dio por influencia desde el Brasil, pero también desde Centroamérica. Una de sus fiestas más importantes, por la cual es socialmente reconocida, es la fiesta de la diosa Iemanjá, la diosa del mar. A ella acuden cada dos de febrero miles de personas que pueblan las playas de la capital para realizar ofrendas de agradecimiento como también para pedirle su bendición. Los fieles de esta religión desarrollan en la arena sus cultos y ceremonias, como lugar privilegiado para ofrendar a la diosa. Allí es justamente su “dominio”. Por eso vemos a diferentes grupos con sus vestiduras propias para la celebración, los tambores que marcan el ritmo de las danzas que se realizan. Todo allí es colorido, alegre y en ambiente de fiesta.
Lo que sigue creciendo es el acercamiento de personas que sin ser practicantes de esa religión acuden a las costas a participar de la fiesta. Este fenómeno socio-cultural se está conformando en un gran desafío a nivel religioso pues revela la dimensión de fe de una sociedad percibida generalmente como poco religiosa, lo cual es la materia que estamos tratando en este artículo. Lo que aquí sucede tiene dos lecturas desde ángulos distintos: muchos cristianos comienzan a compartir las creencias que proponen los grupos umbandistas, lo cual preocupa a cierto sector de la Iglesia católica, y por otro lado el movimiento umbandista ve como negativo el que muchas personas se acercan a su celebraciones solamente en la fiesta de Iemanjá. Nos parece necesario no ser apresurados en nuestros juicios, ni de un lado ni del otro, ya que debemos tener cierta paciencia en el proceso que está viviendo nuestra sociedad que está dejando despertar esa espiritualidad reprimida.
La transreligiosidad como fenómeno instalado entre nosotros
La fiesta de Iemanjá nos hace posible la aceptación pacífica pero desafiante de una transreligiosidad que existe en nuestras sociedades como fenómeno que está instaurado hace tiempo, pero que necesita aún ser aceptado tanto por la jerarquía eclesiástica como por el pueblo fiel católico. Según Marcelo Barros, frente a el problema para la doctrina católica de la primacía de Jesús como el Mesías Ungido de Dios, por el cual todo existe, antes y después de él, existe la posibilidad de una síntesis cristológica a partir de nuevas narraciones que parten del reconocimiento de Jesús junto a las fuerzas de la naturaleza, cuya revitalización sostiene las doctrinas y mitos de los cultos afro-descendientes (10). Los Orixás de la Umbanda, que se identifican con las fuerzas de la naturaleza, no contradicen la fe en Jesús y posibilitan una mayor integración acerca de la creencia de Jesús como el Rey de todo.
Ante la cerrazón doctrinal a partir de ciertos dogmas es posible una amplitud de horizontes en la búsqueda de la verdad, que respete e integre elementos culturales a los elementos que conforman la doctrina. Dice Barros: “Só uma imagen de Deus-Amor, fonte da libertação, pode abrir a Igreja a uma concepção dialógica e relacional da verdade na qual tanto a alteridade como o pluralismo, no lugar de serem vistos como riscos ou ameaças, são asumidos como instrumento de comunhão”(11). En la actualidad se hace necesaria una real y eficaz voluntad de diálogo donde se acepte desde el primer momento esta realidad en la cual estamos: cada vez se cree menos en la religión institucional, pero hay una explosión de una espiritualidad de busca una conexión con el todo, donde Jesús puede ser el centro y el fundamento, pero donde hay que integrar tantos otros elementos culturales regionales que son necesarios para la fe popular.
El cristiano frente a las demás creencias
Algunos católicos no logran integrar sus creencias con aquellas que, siendo parte de nuestra cultura, tienen un origen diferente al enseñado por la Iglesia Católica. Lo mismo sucede con cristianos de otras iglesias. Existe miedo y desconfianza a dejarse alcanzar por la fe sencilla del pueblo que es sostenida con elementos propios de su experiencia. Esta humanidad de los pueblos más sencillos no ha sido alcanzada por el colonialismo occidental y por ello no necesita comprenderlo todo dentro de un sistema doctrinal y no se avergüenzan de ser incompletas (12). Ellos creen a su manera, integrando las enseñanzas recibidas por tradición formal y las costumbres y creencias propias que nacen de la misma vida cotidiana. Esta sabiduría de la vida es muchas veces superior a la de los libros y debemos respetarla y apropiárnosla cada vez más. Sólo así podremos acercarnos a una real comprensión del fenómeno de la transreligiosidad.
En definitiva, ¿cuál debe ser nuestra actitud como cristianos frente a otras creencias? Quiero reafirmar lo propuesto por Raymond Panikkar: debemos cultivar una actitud de tolerancia, pero lejos de ser un simple soportar lo diferente, es una virtud, una actitud mística como fruto del Espíritu Santo (13) que tiene que ver con el ser mismo del cristiano. Ser un cristiano tolerante es saber discriminar entre lo que le hace bien al ser humano, aún lejos de toda teoría propuesta, sea filosófica o doctrinal. Implica adaptarse al tiempo y lugar de cada ser humano dejando de reproducir esquemas. Por otro lado ser tolerante es también cultivar una actitud de contemplación acogedora como aquellos que logran penetrar la realidad primera para ir a lo más profundo, pero en términos de receptividad, no de posesión, sino de quien se deja envolver por lo conocido. Es una actitud de coraje ante lo desconocido pero también de humildad, de quien se reconoce pequeño ante lo majestuoso de la acción de Dios. Tolerar lo diferente que hay en el mundo es una actitud de quien desea ardientemente la llegada del Reino, de quien espera celoso la llegada del reino de paz y de justicia, de amor y misericordia.
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1 Cfr. Ranher, Karl, Curso Fundamental sobre la fe: introducción al concepto de cristianismo, Herder, España, 2003, p.
368
2 Cfr. Francisco, Car. Enc. Laudato si’, ( 24 de mayo de 2015), 89
3 Panikkar, Raymond, “Los dioses y el Señor”, Ed. Columbia, Bs As. 1967, p. 121
4 Ibidem, p. 130
5 Ibidem, p. 135
6 Seguimos en todo este planteo a Marcelo Barros en su artículo Fé cristã e espiritualidade transreligiosa.
7 Sesboüé, Bernard, Creer: invitación a la fe católica para las mujeres y hombres del siglo XXI, San Pablo, Perú, 1999,
p. 601
8 Cfr. Ranher, Karl, Curso Fundamental sobre la fe: introducción al concepto de cristianismo, Herder, España, 2003, p.
365
9 Recomiendo el artículo de un joven umbandista uruguayo, Inti Clavijo:”Yemanjá: la reina de los mares uruguayos”, en
dioseslocos.org/yemanja-la-reina-de-los-mares-uruguayos/
10 Cfr. Barros, Marcelo, O sabor da festa que renasce: Para uma Teologia Afro-latíndia da Libertaçao, Paulinas, Sao
Paulo, 2009
11 Ibidem, p. 182
12 Cfr. Ibidem, p. 137
13 Cfr. Panikkar, Raymond, op. cit. p. 135
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