El 31 de octubre de 2016, el Papa Francisco y la Federación Luterana Mundial (FLM) se comprometieron en una declaración conjunta celebrada en Suecia, a defender los derechos de los más vulnerables de la sociedad: los marginados, los refugiados, los pobres y los exiliados. Fue, ciertamente, un gran día para la cristiandad, porque los católicos y los luteranos instaron a trabajar conjuntamente para hacer más digna la vida de los que sufren. En dicho documento enfatizaron: “rechazamos de manera enérgica todo odio y violencia, pasada y presente, especialmente la cometida en nombre de la religión. Hoy, escuchamos el mandamiento de Dios de dejar de lado cualquier conflicto. Reconocemos que somos liberados por gracia para caminar hacia la comunión, a la que Dios nos llama constantemente”.
Y es que las guerras en países como Siria, Irak, Afganistán, entre otros, provocan víctimas fatales o la huida de personas en condiciones de precariedad, y es notoria la necesidad de luchar dentro y fuera de las distintas denominaciones cristianas para salvar a hombres, niños, mujeres indefensos e indefensas, ante la brutalidad de la violencia.
Sin embargo, pocos vaticinaban todavía en aquél entonces que el mal llamado “republicano” Donald Trump sería electo Presidente de la nación más poderosa del orbe. Luego, rodeado de grupos defensores de la teología de la prosperidad y de la derecha religiosa, Trump decretó un veto anti-migratorio en grave perjuicio de ciudadanos musulmanes y refugiados.
Este hecho no solamente es contrario al espíritu de la declaración del Papa Francisco y la FLM; sino al espíritu de amor, solidaridad, fraternidad, que son las bases de cualquier hermenéutica bíblica sana, y forma parte de acervo moral de todas las grandes religiones del mundo (Islam, Hinduísmo, Cristianismo, Judaísmo, etc.).
¿Es acaso Trump una especie de “Anticristo”?. Todo parece indicar por sus posturas belicosas, xenófobas, racistas y discriminatorias por razón de culto, que Donald Trump está muy lejos del cristianismo y más cerca de esa imagen antagónica de quiénes aborrecen a Cristo. Él no parece ser el hombre indicado para “hacer grande Estados Unidos”, si por ello se entiende, el afán de una democracia fortalecida, valores republicanos, y derechos humanos y humanitarios materializados. En suma, sea o no una especie de Anticristo, cuando menos de él se perciben muestras de odio, pocas veces visto de manera tan palmaria en un Presidente norteamericano.
En una anterior entrevista concedida al periódico digital editado en Montevideo, www.gacetahoy.com , el residente latinoamericano en Estados Unidos, Hugo Del Granado, afirmó con meridiana claridad: “desde la Casa Blanca se ha prendido un ventilador o una manguera que despide estiércol contra cualquier grupo minoritario o no caucásico. Trump se ha burlado de negros, latinoamericanos, lisiados, enfermos, mujeres, etc. Cualquier grupo en situación de vulnerabilidad es y ha sido blanco de esta manguera de estiércol que está cubriendo, con la venia de más de 60 millones de personas, a una gran parte de la población de los Estados Unidos”.
En este país donde Dios esta en boca de todos los políticos y las iglesias tienen un rol muy importante en las definiciones políticas existe un gran desafío profético. Esperamos que este tipo de posturas y declaraciones como la de luteranos y católicos, que abrieron la celebración de los 500 años de la reforma protestante, que abogan por los derechos de los más excluidos sean sostenidas y defendidas en este contexto tan difícil.
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