Hoy, 24 de marzo de 2016, día en que celebramos la última cena de Jesús junto a sus discípulos el texto evangélico ilumina la memoria de nuestro pueblo, especialmente el pueblo salvadoreño que fue testigo de la entrega sin límites de Monseñor Oscar Romero. Su ejemplo de conversión desde una Iglesia jerárquica a una iglesia del pueblo pobre, de una mentalidad elitista a una opción por los pobres y abandonados, de una Iglesia del poder y la imposición a una Iglesia del servicio a los más débiles. Romero sigue brillando como una faro que nos ilumina y poco a poco su ejemplo y herencia irán mostrándonos el camino a recorrer.
Una vez más Latinoamérica se siente bendecida por Dios y con ellas las incontables masas de mujeres y hombres, de niños y jóvenes, de enfermos y ancianos que pueblan la tierra tan amada por los mártires que nos precedieron ante Dios y que desde el cielo nos acompañan. Desde que Bartolomé de las Casas gritaba a viva voz la injusticia sufrida por los más débiles nosotros, los que amamos la Patria Grande, tenemos un compromiso de defender el gran sufrimiento de nuestro pueblo. Los mártires han regado con su propia sangre nuestro suelo y han entregado su vida a imagen y semejanza de Jesús en la Cruz, acto de amor excelso que debemos valorar cada día.
El texto del Evangelio del día comienza afirmando: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Jesús, previamente a su prendimiento y a su entrega en la Cruz, tuvo un último gesto de compartir con los suyos su propio cuerpo y su sangre, que es el gesto de amor más grande por nosotros. No sólo nos enseñó el camino sino que se ofreció como alimento de vida eterna. Su cuerpo que fue testigo de los azotes de la impiedad humana, del rechazo a cambiar de senda, aún le daba la oportunidad de una entrega mayor: aceptar la muerte injusta por puro amor. Su sangre, que bebieron los apóstoles aún sin comprenderlo, bañó por entero el madero de la Cruz llegando hasta la misma tierra. El madero de la muerte se transformaría en el árbol de la vida que regaría a lo largo de la historia la experiencia de tantas muertes injustas.
Y así también vivió Romero: en su cuerpo sufrió los latigazos de las críticas de una Iglesia sorda al clamor de los más débiles a quienes Romero defendió, y las amenazas del poder. También los que rodeaban a él lo entregaron seducidos por una Iglesia acomodada y conservadoramente vendida al precio del dinero. Y también el sabía que su vida corría peligro pues lo buscaban, pero en ningún momento dejó de denunciar lo injusto y de anunciar el Evangelio. En su alma también acogió la angustia de su pueblo que no lo dejaba dormir en paz. Y por eso su entrega también fue hasta el extremo: en medio de la celebración eucarística, ante el misterio cristiano del cuerpo y sangre de Jesús, es que Romero es subido a la madero de la Cruz para ser con Cristo crucificado. La sangre de Jesús regó la tierra del corazón de Romero y ambas sangres -como agua viva que brota de una fuente- se unieron en una sola corriente.
Es desde aquél año 1980 que las semillas sembradas con las palabras y con las acciones de Romero que toda Latinoamérica ha crecido en una búsqueda profunda del Evangelio. Unos por seguir recibiendo en su carne las heridas del injusto sistema, otros porque Romero nos ha ayudado a ser más sensibles a las realidades de nuestros hermanos. El amor al extremo de Jesús en la Cruz inspiró a Romero y él no anima a seguir el camino del nazareno. Nuestra latinoamérica tiene un santo que ha encarnado en su vida la vida del Dios al que seguimos y ese ejemplo cercano,palpable, latente, comprensible por su cercanía en el tiempo, debe inspirarnos a seguir luchando por la defensa de los más pobres del Evangelio en la actualidad.
Como escribía hermosamente Casaldáliga:
“Estamos otra vez en pie de testimonio, ¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra. Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente. Romero de la Pascua latinoamericana. Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa”.
Celebremos con alegría la actualización de la última cena, sabiendo que tenemos un pastor muy nuestro que amó hasta el extremo, a imagen de Jesús.
Diego Pereira. Laico católico, casado y con un hijo de 4 años. Docente de filosofía y religión. Miembro del Grupo Misionero Itinerante Colibrí, de Amerindia Uruguay, colaborador en el Observatorio del Sur (OBSUR) y en el Centro de Estudio y Difusión de la Doctrina Social Cristiana (CEDIDOSC).
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