Por Oscar Geymonat.
Coincidencias hay muchas, casualidades casi ninguna. “Todo ocurre por algo” decía mi abuelo cuando no le encontraba ninguna explicación a lo ocurrido. Pero que la tenía, la tenía. Tampoco es casualidad que mientras las comunidades valdenses del sur de Colonia hacíamos girar nuestra reflexión sobre la laicidad como ejercicio de la libertad en Cosmopolita la noche del 17 de febrero, en Milán, miembros valdenses estaban empeñados en una consulta sobre la laicidad de las instituciones y haciendo una propuesta a los gobiernos local y nacional para legislar sobre la libertad religiosa. “La jornada por la laicidad, la libertad de pensamiento y el pluralismo religioso: ésta es para muchos italianos la fiesta del 17 de febrero”, comienza diciendo el servicio diario del semanario “Riforma” de nuestras iglesias en Italia.
Las generaciones de uruguayos que arrancamos a vivir a casi cualquier altura del siglo XX, nacimos con el concepto de laicidad incorporado. Es parte de nuestro ser nacional y una marca particular en el conci erto de diversidades de América Latina. “Laico, gratuito y obligatorio” es casi el inicio de un credo de la educación pública en la que crecimos. Claro que a la hora de precisar su significado, la unanimidad se desdibuja un poco. Basta pasar la mirada por las discusiones que cada tanto aparecen para darnos cuenta de que siendo todos defensores de la laicidad, nuestras posturas pueden ser distintas. Casos varios en el pasado recientísimo muestran cómo posturas encontradas se amparan bajo el inmenso paraguas de ese concepto tan uruguayamente inveterado. “Laicidad” viene de “laico” que de últimas viene del griego “laos” que significa “pueblo.”
Pero las palabras tienen también una vida dinámica. Así el término “laico” fue monopolizado por el lenguaje religioso y quedó para nombrar a los no “clérigos”. En las discusiones de fines del siglo XIX y principios del XX en nuestro país, “laico” pasó a utilizarse para lo opuesto a lo religioso, a veces hasta enemigo.
Hoy es otro tiempo y bienvenida esta nueva carga de sentido, más fiel al original. Hoy defender la “laicidad” está mucho más emparentado con el reconocimiento del “otro” como parte de nuestro “laos”, de nuestro pueblo. Adquiere un sentido urgente para el hermano valdense italiano llamado a reconocer al migrante como su igual, con derecho a vivir su cultura y sus manifestaciones de fe que mucho tienen para decirle.
Nuestra iglesia aquí está cada vez más desafiada a compartir caminos y tareas de servicio con instituciones estatales o seculares en libre respeto. Desde esa libertad que nos da el Evangelio seremos capaces de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, porque el sentirnos “laicos” nos da la posibilidad de reconocer en él la imagen y semejanza de Dios.
Fuente: Cuestión de fe.
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