En los textos sagrados, muchas veces los Dioses hacen preguntas. Los textos sagrados permean la cultura conciente o inconcientemente, voluntaria o involuntariamente. El gran principio es que los Dioses se revelan en acontecimientos, antes que en palabras. Revelarse no significa hacer milagros portentoso sino “dar sentido” a los sucesos desde la fe. Uno de los grandes obstáculos a la hora de abordar los textos sagrados ha sido la confusión de que todo texto (es la) narración de un acontecimiento sucedido. Sin embargo, hay relatos literarios de “acontecimientos” que nunca sucedieron (como el mito de Caín y Abel) y cuyo valor  consiste en dar sentido a la vida, en cuanto son interpretación de realidades o situaciones concretas de la historia humana. Los textos sagrados son una “voz presente”, pero no porque los leamos hoy en nuestro contexto, sino sobre todo porque son arquetípicos y paradigmáticos, y como tal sirven de referencia para interpretar nuestra propia realidad.

La operación del ejército israelí denominada “guardián de mi hermano”, enraíza su nombre en el mito de Caín y Abel….Caín invita a su hermano Abel a ir al campo y allí lo asesina. En el mito, la tierra clama a Dios por la sangre derramada y Dios le pregunta a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. Y Caín -con las manos aún ensangrentadas- desafiándolo le contesta:  “No sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Y Dios le dice: “¿Qué hiciste? La sangre derramada que la tierra ha absorbido clama por justicia”

Caín mata a su hermano Abel sin razón justificable. Fue un asesinato premeditado y a sangre fría.

El asesinato no es un hecho ineludible. La gran mentira vinculada a la seguridad que alienta y sostiene la guerra plantea que la violencia es inevitable y que determinadas muertes son “el mal menor”. Es la tierra que clama por justicia, no por venganza. Y el asesino es el que tiene miedo de que lo maten por el horrible fraticidio que él mismo acaba de cometer.

El inexplicable impulso de querer matar al hermano es algo humano que necesita ocuparnos pues este mito puede extenderse a toda la “familia humana” (como dice Desmond Tutu). El asesinato es una opción política. Porque Caín premedita el asesinato, no dialoga acerca de su angustia y su enojo ni con Dios ni con su hermano. Ahora bien, el texto sagrado no dice que el ser humano sea “asesino por naturaleza”, más bien plantea de que hay opciones y que Caín ha tomado el peor camino, la peor opción: El aniquilamiento del otro.

Hay diferentes maneras de aniquilar al otro y a la otra, tanto en Gaza como en nuestros hogares, nuestros barrios y nuestras ciudades. Los seres humanos somos todos parte de “la humanidad”, somos la misma especie, estamos unidos en interdependencia. El otro y la otra no me son indiferentes, me importan porque gracias a otros y otras es que siquiera puedo existir, “ubuntu”: soy porque nosotros somos. Como humanidad, estamos hastiados de la guerra, de la ambición de dominación de los unos sobre los otros. El ubuntu desafía a la realidad de “sálvese quien pueda” porque nadie puede sobrevivir solo.

Que los Dioses hagan preguntas en lugar de “bajar línea” es interesante, porque muestra que no tienen todas las respuestas y que están interesados en co-construir la realidad con todo ser vivo que sea parte de “su Creación”. La construcción de la realidad actual se cristaliza en un sistema de guerras, leyes y mecanismos que niegan la existencia del otro y la otra: buscan invisibilizarlos, desaparecerlos. Es la muerte del otro en todas sus formas, es el “genocidio administrativo” del cual hablaba Hannah Arendt en relación a los nativos que habitaban las tierras americanas y administrativamente no existían: no había nadie allí que pudiera ser considerado humano. Negar la humanidad del otro y la otra -hoy- es considerar que los derechos humanos no están en vigencia.

Es que el otro y su humanidad nunca serán como yo quiero; a menos, claro, que lo quiera muerto. Pero si no es más, si no está, si luego de haberlo borrado de la historia vuelvo la vista a mis manos y a la tierra manchadas, quizá llegue a caer en la cuenta, de que también yo he empezado a dejar de ser.


Nicolas Iglesias Schneider y Stefanie Kreher