Argula von Grumbach fue una mujer valiente que alzó su voz y su pluma para defender la Reforma desde sus inicios. Argula tomó parte en los debates teológicos de la época, desarrollando una ardiente labor apologética a favor de las doctrinas bíblicas y en defensa de Lutero, Melanchton y otros reformadores. Se dice que fue la primera escritora protestante, y una de las pocas mujeres de su tiempo cuyos poemas, cartas y escritos doctrinales se convirtieron en verdaderos bestsellers de la época, con decenas de miles de copias circulando entre el pueblo llano.
Argula comenzó a ser conocida por escribir en 1523 su famosa carta de protesta a la Universidad de Ingolstadt, que había obligado a retractarse de manera humillante a un joven profesor que había abrazado la fe reformada. La carta comenzaba así: «Al honorable, digno, ilustre, erudito, noble y excelso rector y a toda la facultad de la Universidad de Ingolstadt: Cuando oí lo que habían hecho a Arsacius Seehofer bajo amenazas de prisión y de hoguera, mi corazón y mis huesos se estremecieron. ¿Qué han enseñado Lutero y Melanchton excepto la Palabra de Dios? Vosotros los habéis condenado. No los habéis refutado. ¿Dónde leéis en la Biblia que Cristo, los apóstoles y los profetas encarcelaran, desterraran, quemaran o asesinaran a nadie? Nos decís que debemos obedecer a las autoridades. Correcto. Pero ni el Papa, ni el Káiser, ni los príncipes tienen ninguna autoridad por encima de la Palabra de Dios. No penséis que podéis sacar a Dios, a los profetas o a los apóstoles del cielo con decretos papales sacados de Aristóteles, que ni siquiera era cristiano. No ignoro las palabras de Pablo de que la mujer debe guardar silencio en la iglesia (1ª Tim. 1:2), pero, cuando ningún hombre quiere o puede hablar, me impulsa la Palabra del Señor cuando dijo «Aquel que me confiese en la tierra, Yo le confesaré y aquel que me niegue, Yo le negaré» (Matei 10; Lucas 9). (…)
Buscáis destruir todas las obras de Lutero. En ese caso, tendréis que destruir el Nuevo Testamento, que él ha traducido. En los escritos en alemán de Lutero y Melanchthon, no he encontrado nada herético (…) Incluso si Lutero se retractase, lo que ha dicho seguiría siendo la palabra de Dios. Yo estaría dispuesta a venir y debatir con vosotros en alemán, y así no necesitaríais usar la traducción de la Biblia de Lutero. Podéis usar la que se escribió hace 31 años (la Koburger de 1483). Tenéis la llave del conocimiento y cerráis el reino de los cielos. Pero estáis derrotados. Las noticias de lo que le habéis hecho a este joven de 18 años han llegado ya a tantas ciudades que pronto todo el mundo lo sabrá. El Señor perdonará a Arsacius, como perdonó a Pedro, que negó a Su maestro aunque no le habían amenazado con la prisión ni con la hoguera. Todavía saldrá mucho bien de este muchacho. No os envío desvaríos de mujer, sino la palabra de Dios. Escribo como miembro de la iglesia de Cristo contra la cual no prevalecerán las puertas del infierno, al contrario que la iglesia de Roma. Dios nos conceda su gracia. Amén».
El joven profesor Arsacius Seehofer al que se refiere había estudiado en Wittemberg, no a los pies de Lutero, que por aquel entonces se hallaba en secreto en el castillo de Wartburg, sino bajo Melanchton, del cual aprendió el evangelio de la justificación por la fe. Al entrar en contacto con John Eck, el perseguidor más implacable de Lutero, empezaron a investigarle. En un registro de sus habitaciones, se le incautaron libros de Melanchton y de Lutero. Fue encarcelado tres veces, y sin duda habría acabado en la hoguera de no ser por la intervención de su padre. El muchacho, aterrorizado ante la perspectiva de la hoguera, fue obligado a hacer una retractación pública. Con la mano sobre el evangelio y llorando de vergüenza, abjuró de sus «errores» dando gracias a la universidad por tratarle con tanta benevolencia. Desde entonces, fue aislado en un monasterio.
Argula Stauffer había nacido en 1492 en el seno de una distinguida familia de la nobleza de Bavaria venida a menos, y fue educada como dama de compañía de la duquesa Kinigunde, hermana del emperador Maximiliano. Al salir de su casa, su padre le regaló una copia de la Biblia Koburger de 1483, una traducción alemana correcta pero de estilo monótono. Ella no le prestó mucha atención, dado que los frailes franciscanos le advirtieron que su lectura podría desviarla por el mal camino. Poco después de llegar a la corte, supo que sus padres habían sucumbido a la peste, y en 1516 casó con Friedrich von Grumbach, también de la nobleza, al que dio cuatro hijos.
En la década de 1520, los escritos de Lutero circulaban por Bavaria y Argula leía ávidamente todos los que podía conseguir. Espalatino, capellán de Federico el Sabio, el príncipe protector de Lutero, le había enviado una lista completa y se sabe que Argula mantenía correspondencia con Lutero. Antes de escribir su carta a la universidad, consultó con el pastor evangélico de la ciudad, que después dijo de ella que era una mujer increíblemente versada en las Escrituras, pero no hizo más. Argula consideró que si ningún ministro reformado iba a alzar la voz contra aquella injusticia, ella lo haría. Y escribió su famosa carta. Pero no fue lo único que escribió.
El impacto de la carta en defensa de Seehofer fue tremendo. El Duque, que había influido para salvar al muchacho, recibió también una copia junto con otra carta dirigida a los magistrados y autoridades, en la que Argula denunciaba la explotación económica y la inmoralidad practicadas por el clero católico, leal a los papas. En ella le pedía que fuese no sólo un príncipe, sino un padre, le agradecía su intervención en el caso Seehofer y añadía: «No es de extrañar que nos invadan los turcos, ni que sucedan hambres, pestes, invasiones y muerte, como anunciaron los profetas, no Lutero, cuando el papa sigue el consejo del demonio al prohibir el matrimonio a curas y monjes, como si el don de la castidad fuese conferido al ponerse uno un hábito. Así el papa recauda impuestos de bastardos por todas partes. ¡No es de extrañar, cuando un cura recibe 800 florines al año y nunca predica ni una vez en todo ese tiempo! Los franciscanos, que tienen voto de pobreza, devoran las casas de las viudas. La mayoría de los curas, monjes y monjas son ladrones. Dios lo dice. Yo lo digo. E incluso si Lutero lo dice, sigue siendo cierto. Tened compasión, príncipes, del rebaño del Señor Jesucristo, comprado no con oro ni con plata, sino con su sangre.»
Alguien escribió sobre la copia de Munich, debajo de la firma de Argula: «Zorra luterana y puerta del infierno». La universidad no se iba a rebajar a contestar a una mujer. El Duque tampoco contestó. Pero surgieron coplillas populares que extendieron la controversia y al poco tiempo, posiblemente animada por su ejemplo, otra mujer publicó un tratado sobre la cuestión del matrimonio del clero.
Las autoridades no iban a dejar pasar todo esto. La universidad se puso de acuerdo con el Duque, y se rumoreaba que habían decidido dejar a Argula a merced de la disciplina de su marido, que tenía autoridad para cortarle unos cuantos dedos o incluso de estrangularla sin riesgo de que nadie presentara cargos contra él. Lo que de hecho excitó las iras de éste fue perder su cargo de prefecto del Duque. Con una esposa y cuatro hijos que mantener, se desató su rencor y se sabe que la maltrataba. A todo ello, había que añadir el escarnio público. Un sacerdote se refirió a Argula el día de la festividad de la Virgen María como «una insolente hija de Eva, una zorra herética y una sinvergüenza errada».
En 1523, el conde Palatino convocó una dieta en Nuremberg y, llevado de la curiosidad, invitó a Argula a hablar en ella con total libertad. Así lo hizo, y después escribió una carta en la que se regocijaba de que el conde estuviera vislumbrando la luz, animándole a testificar de Cristo con alegría y sin temer los poderes terrenales. En otra carta, dirigida a Federico el Sabio, expresaba su esperanza de que Dios ayudase en la dieta a los encargados de predicar al pueblo llano, y atase las manos de los sacerdotes paganos que vuelven a crucificar a Cristo. A pesar de todo, parece que Argula salió de allí desalentada, porque a la mayoría de los príncipes sólo les preocupaban las comilonas y los banquetes.
Su propia familia estaba contra ella. Argula escribió una carta a su primo Adam von Törring: «He oído que te ha molestado lo que escribí a la universidad de Ingolstadt. He sufrido muchos reproches y vergüenzas por ello, y en atención a tu amistad, te escribo y te adjunto copias de lo que he dicho. No te sorprenda que confiese a Dios, porque quien no le confiesa no es cristiano, aunque le hayan bautizado mil veces. Cada uno debe responder por sí mismo en el último día. Ningún papa, ningún rey, ni príncipe ni doctor podrá responder por mí. Por tanto, mi querido primo, no te sorprenda si oyes que confieso a Cristo. Considero un gran honor sufrir por Su causa. Dicen que soy luterana. No lo soy. Fui bautizada en el nombre de Cristo, no de Lutero. Pero confieso que Lutero es un verdadero cristiano. Que Dios nos ayude.
También habrás oído que mi marido me tiene encerrada. No ha llegado a tanto, pero hace lo que puede para perseguir a Cristo en mí. En este punto, no puedo obedecerle. El evangelio nos dice que dejemos padre, madre, hermano, hermana, hijos, y hasta la vida por Él. Me apena ver que nuestros príncipes no se toman la Palabra de Dios más en serio de lo que una vaca se tomaría una partida de ajedrez. Dicen: «Es suficiente creer lo que nuestros padres creyeron». Incluso he oído a alguno de ellos decir: «Si mis padres estuvieran en el infierno, yo no querría estar en el cielo». No soy yo así, ni aunque todos mis amigos estuviesen allá abajo. Hablan de la fe de sus padres. Mandan a sus hijos a aprender a Ovidio y a Terencio, es decir, el arte del adulterio. No espero mucho de ninguna otra dieta que se pudiera convocar. Ya he visto bastante en la de Nuremberg. Espero que los príncipes no sufran el destino del Faraón. Espero que tú leas la Escritura, al menos los cuatro Evangelios, aunque preferiblemente toda ella. Lutero decía que no quería que la gente creyera en sus libros. En éstos sólo estaba la intención de llevarles hasta la palabra de Dios. Tú podrías hacer mucho bien si establecieras ministros piadosos e instruidos en tu distrito. Entiendo que mi marido fuera depuesto de su cargo. Yo no puedo evitarlo. Dios alimentará a mis hijos como alimenta a los pájaros y los vestirá como viste a los lirios del campo. Mi querido primo, te encomiendo a la gracia de Dios, que habites con Él ahora y para siempre…»
Argula se comunicaba regularmente con Lutero, que le dijo a Espalatino: «Te envío las cartas de Argula von Grumbach, discípula de Cristo, para que veas cómo los ángeles se regocijan porque una hija pecadora de Adán se ha convertido y ha sido hecha una verdadera hija de Dios». En otra ocasión, Lutero escribe a un amigo: «El Duque de Bavaria arremete enfurecido, matando, aplastando y persiguiendo el evangelio con todo su poder. Sin embargo esa noble mujer, Argula, está allí peleando una valiente batalla con gran espíritu, discurso atrevido y conocimiento de Cristo. Ella merece que todos oremos por la victoria de Cristo en ella. Ha atacado a la universidad de Ingolstadt por forzar la retractación de cierto joven, Arsacius Seehofer. Su marido, que la trata tiránicamente, ha sido depuesto de su prefectura por eso. No podemos ni imaginarnos lo que le hará ahora. Ella está sola entre aquellos monstruos, y sigue firme en la fe, aunque según admite, no sin temblar de miedo por dentro. Es un singular instrumento de Cristo. La encomiendo a ti, para que Cristo, a través de esta débil vasija, confunda a los poderosos y a aquellos que se glorían en su fuerza».
Sabemos que Argula instó a Lutero a dar testimonio de la verdad contrayendo matrimonio. Al principio él le respondió que no era insensible a su sexo, que no estaba hecho de leño o de piedra, pero que no casarse no entraba en sus planes porque diariamente esperaba la muerte de un «hereje». Sin embargo, Lutero se casó dos años más tarde. Refugiado en el castillo de Coburgo, recibió la visita de Argula y transmitió a su esposa Catalina los consejos de ella para destetar a su bebé. También le expresó que podría tener que cambiar de escondite porque aquello se estaba convirtiendo en un lugar de peregrinaje y si demasiada gente acudía a verle, podría llegar a oídos del emperador y dejar al príncipe Federico, su protector, en una situación difícil.
El caso del joven profesor Seehofer suscitó mucha controversia. Se publicaron diversas obras al respecto, incluso una satírica en la que un teólogo de la universidad afirmaba que el joven debía ser un hereje porque había dicho que los laicos y las mujeres podían ser teólogos, sabiendo que la teología es una ciencia exclusivamente masculina y clerical. Otro teólogo recogía la afirmación de Seehofer de que muchos pasajes de la filosofía escolástica no podían ser probados según la Biblia. Esto no debía llegar a oídos de los campesinos ni de Argula von Grumbach, «que se conoce la Biblia desde la primera hasta la última página, y que está más versada en las Sagradas Escrituras que todos los profesores de Ingolstadt, aunque nunca fue a la universidad».
Durante los 40 años siguientes, Argula se abstuvo de actividades públicas. Su marido murió poco después de su visita a Lutero en 1530. Argula tuvo que ocuparse de la administración de sus tierras y el cuidado de cuatro hijos. Uno de ellos fue siempre un consuelo para ella, el otro una aflicción constante, y de las dos hijas no sabemos nada.
Seehofer se escapó del monasterio y se convirtió en predicador y maestro evangélico.
En mayo de 1563, 40 años después de su primera aparición pública, el Duque de Bavaria comunicó al ayuntamiento de una ciudad de sus dominios que por segunda vez había encarcelado a la «vieja Stauffer» (su nombre de soltera), que incitaba a la gente a la desobediencia haciendo circular libros contrarios a la religión católica. Ya no iban a las misas de la iglesia, sino a reuniones clandestinas en su casa. Incluso había ido al cementerio y oficiado funerales sin ceremonias cristianas, a pesar de que la Biblia, la ley canónica y la ley civil prohíben que una mujer usurpe tales funciones.
El ayuntamiento, por su parte, señaló al Duque que continuar con este asunto sería poco prudente en un momento en el que Bavaria buscaba las subvenciones del imperio. «Además», dijeron, «esa mujer es una pobre anciana debilitada. Mejor sería tener lástima de su edad y de su estupidez». Fue liberada. Podemos sospechar que la descripción dada por el ayuntamiento sólo era un cuadro falso pintado para el Duque, porque el comportamiento atribuido a Argula indica que nunca estuvo debilitada ni fue estúpida. La cera había estado ardiendo 30 años, pero aún humeaba.
(«Women of the Reformation in Germany and Italy», Roland H. Bainton. Fortress Press, 2007). Traducción: Raquel Berrocal.
Aporte del Pastor Lisandro Orlov
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