«Celebrá tu fiesta de la nostalgia». La invitación revivió como cada año en Uruguay este 24 de agosto. A pesar de ser ya añeja, la formulación no deja de sorprenderme. Respeto por supuesto a los miles de compatriotas que salen a divertirse y bailan músicas que se oyen ya poco y cantan rascando el recuerdo propio y sacudiendo el ajeno. Pero no les acompaño el sentimiento.
No me resulta honesto el ronroneo de la nostalgia. Tiene que valerse de algunas artimañas oscuras para convencerme de que «todo tiempo pasado fue mejor» aunque no lo haya sido y además por supuesto reafirmarme que no va volver ni habrá otro mejor de manera que no vale la pena ningún esfuerzo. Por los 25 abriles sólo queda llorar porque no volverán. ¿No sería mucho más rico por los abriles que Dios nos pone por delante? Son ésos los que deberían desafiarnos. «Tu melena de novia» ya está en el recuerdo, «nunca me verás como me vieras» porque «todo ha muerto ya lo sé». Es difícil celebrar fiesta con esta perspectiva tanguera, pero bueno, se celebra.
Hay quienes tienden a identificar la memoria con la nostalgia y en realidad se parecen en muy poco, apenas en que las dos se refieren al pasado. Pero lo hacen de manera muy distinta. La memoria es capaz de rescatar hechos y vivencias del pasado para que alumbren el presente. Para eso debe ser crítica con ese pasado. La nostalgia necesita recordar «las cosas por la mitad» como dice Jaime Ross para congelarlas en un pasado inalcanzable que sólo pueda ser mirado, lamentar la peque- ñez del presente, y por supuesto la ausencia de futuro. Si el historiador es nostálgico, su acercamiento a la verdad histórica será muy parcial y su relevancia para el presente casi nula. Si como Maracaná no hay, ¿para qué vamos a a seguir entrenando?
A veces en nuestra vida de fe corremos el riesgo de ser más nostálgicos que memoriosos y eso empobrece nuestro testimonio. Cuando el autor de la carta a los Hebreos recuerda que «nuestros antepasados fueron aprobados porque tuvieron fe», y los recuerda uno por uno, es para decirnos que «teniendo a nuestro alrededor esa inmensa nube de testigos» que ellos forman «corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante». Ese autor es memorioso. El nostálgico hubiera dicho: «aquellos eran creyentes y no los de ahora».
Es tan engañosa la nostalgia que a veces se duele por un pasado que incluso, «nunca jamás sucedió» y nos deja mirando un espejismo. La memoria recuerda el pasado y mira para adelante, «puestos los ojos en Jesús», dice la carta a los Hebreos. Y por eso, la memoria puede transformar nuestro presente y abrir el futuro con esperanza.
Pastor Oscar Geymonat
Cuestión de Fe (Septiembre 2016)
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