Justo. Fernando II de Aragón vino a casarse con Isabel I de Castilla. De mis primeras incursiones liceales por esa historia de España tan pegada a la nuestra, recuerdo cuánto me sorprendía eso que yo consideraba casualidades casi caprichosas del amor. Cupido les había dado el flechazo mutuo a estos dos que entonces tenían la oportunidad de unir los dominios de sus coronas –Aragón y Castilla- y fabricar una monarquía hispánica unida, fuerte, con posibilidades de expansión y de dominio sobre otros de allí cerca y de bien lejos en la lucha colonial. A partir del matrimonio de dos personas –los reyes católicos- la historia que toca a dos continentes por lo menos, da un viraje. Muchos historiadores dicen que ese matrimonio marcó el punto en el que España pasa de la Edad Media a la Modernidad. Yo no podía dejar de pensar cuantas cosas hubieran sido diferentes si Fernando se enamoraba de la chica de la lavandería o si Isabel no le hubiera dado corte como decía mi abuela. Después vino un tiempo para ir descubriendo que ni todo es tan casual ni el amor ocupaba un lugar tan importante en esta historia. Más bien la dinastía los cria y los intereses los juntan. El amor corría por otros carriles. Los trovadores, los juglares y los cortesanos que supieron escribir y cantar se encargaron de mostrar esa otra cara. El matrimonio era sólo la sociedad que permitía mantener y acrecentar el patrimonio de los que ya lo tenían. Los imperios utilizaron estas formas de alianza desde todos los tiempos. La lucha de entonces era por la tierra, la descubierta y la por descubrir y el matrimonio era una herramienta idónea. Algunas cosas cambiaron. Otras no tanto. La unión de la gigantesca empresa alemana Bayer dedicada fundamentalmente a los medicamentos, con la estadounidense Montsanto, dedicada a la fabricación de agroquímicos, que se concretó en los últimos días es una especie de edición posmoderna del matrimonio de Isabel y Fernando y de tantos otros. Eso sí, aquí no hay corona, ni amor ni simulacro. En eso todo es más claro. Lo que hay es la compra por cifras que cero más cero menos, no logro retener en la cabeza. Es la unión de dinero, tecnología, conocimientos que forman un botín tan preciado como en otro momento de la historia pudo ser la tierra de las lejanas colonias. Es otra forma de imperio. Si el matrimonio de Fernando e Isabel significó un cambio de época para aquella España, no sé si sería tan alocado decir que éste es también señal de una época en que los poderosos son otros pero también se «buscan por la tonada». Vista desde acá abajo, la señal resulta amenazante. Ese poder con aspiraciones monopólicas sobre la producción de alimentos, de medicinas, de conocimientos y hasta de sabores y gustos, no es una buena noticia. Porque no por Bayer es bueno. Nuestra esperanza para una vida plena no está puesta en «hombres importantes, en simples hombres que no pueden salvar». Ni en estos matrimonios por conveniencia. Feliz quien pone su esperanza en el Se- ñor, tal como ayer, hoy también. Ése sí, vivirá un tiempo nuevo.
Pastor Oscar Geymonat, Colonia, Uruguay.
Fuente: Cuestión de Fe
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