Es común ver en los semáforos de las intersecciones de las calles importantes, grupos de personas que venden distintos artículos. Cuentan rápidamente su historia personal de abandono, violencia, consumo de sustancias.
Hasta hace un tiempo se los escuchaba decir: “no recibimos ninguna ayuda del Estado.” Sorprendentemente, ese discurso cambió para “el Estado no nos ayuda”.
Uno no se puede enojar, cosa que ocurre en un primer momento. Son manipuladas para desnudar sus vidas, para “proclamar” la transformación milagrosa de sus adicciones por medio de una iglesia.
No soy especialista en ese tema, pero ni en los grupos de autoayuda, ni en los doce pasos con los que comenzó Alcohólicos Anónimos (y luego otros,para distintas adicciones), lo más importante es el anonimato. Se puede o no estar de acuerdo con esas reuniones pero no hay que pagar, no se impone una religión, ni se lleva archivo de los nombres: sólo se dice el nombre y la inicial del apellido.
El caso de estas iglesias es distinto. Exponen a sus integrantes a contar sus tristes historias personales para vender sus productos. Luego, el beneficio económico va a sus líderes. El método propagandístico es en las esquinas de mucho tránsito y consiste en desnudar su intimidad, lo que genera en quienes compran sus productos, sentimientos muy variados que van desde la solidaridad hasta la lástima.
Son muchísimas las preguntas que uno puede hacerse.Pero lo que no es correcto, por ningún lado del que se mire, es que la religión sea el medio para encubrir todo un negocio muy rentable, sin pagar impuestos ni sueldos. Esas personas no son remuneradas; no tiene ningún beneficio social, ni aportes al BPS, ni manejan su propio dinero. Solo tienen la cobertura de salud que da el Estado.
Un tema todavía más peligroso es que las personas al ingresar tienen que abandonar todos sus vínculos familiares y de amistad. Sus vidas pasan a ser controladas por un colectivo con una verticalidad en la que sólo tiene que obedecer. Ante un sistema tan cerrado, donde lo “religioso” es el mecanismo de manipulación, la persona pierde lo más importante de su vida: el poder de decidir sobre sus actos.
Como al ingresar es un “pecador que necesita ser redimido”, ese estigma es utilizado para permanecer fiel y obediente al pastor y la institución. Los merenderos y ollas populares en los momentos de grandes crisis fueron totalmente liberadores. Los mismos beneficiarios gestionaban sus propios emprendimientos, creando así un compromiso solidario del cual muchas veces surgían lideres barriales(la mayoría, mujeres).
Si se trataba de un sindicato no se exigía afiliación; si era un club de barrio no había que ser socio y si era una iglesia no se solicitaba ir al culto. La comida se llevaba a la casa para no romper el vínculo familiar. Esto reforzaba el vínculo existente en el hogar. Los beneficiarios no se exponían al estigma de comer en lugares comunes.
Cuando los excluídos o damnificados del sistema pasan a ser un negocio para beneficiar a otros, no podemos quedarnos de espalda. No es un tema de libertad religiosa: el tema es la explotación y el trabajo esclavo. No creo en la recuperación a través de una sustancia química, sea cual sea; o por “milagros”. Hay centros de salud, públicos o privados, especializados en esa tarea. Es difícil y nos toca a todos en lo personal o familiar, es cierto. Tenemos que hablarlo sin miedo, saber pedir ayuda para un familiar, un amigo, un compañero/ra de trabajo o de estudio, es fundamental.
Hay varias formas de enfrentar a quienes lucran con el dolor: una sincerarnos y saber que es un problema de todos, no de algunos. Y que no hay culpables.
Otra es modificar el lenguaje. La palabra vicio tiene connotaciones religiosas que separan a las personas entre “santos y pecadores”, entre sanos y enfermos. Por eso,es mejor hablar de adicciones.
Antonio Coelho Pereira.
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