Señor, hoy cuando he salido a la calle, noté algo inusual pero si habitual en estas épocas. La llamada Semana de Turismo ha comenzado y Montevideo se ha vaciado de todos aquellos que lo han podido hacer. Decenas de aviones han llevado compatriotas – all-inclusive por supuesto- al nordeste brasileño, al Caribe, a Disneyworld y a sitios otrora impensados como Viet Nam o China. Otros tantos han cargado sus vehículos de carpas, colchonetas, parrillas, faroles, cañas y han vuelto a llenar nuestra costa, y los arroyos con sus cauces menguados por la sequía pero convenientemente amenizados con algún medio cordero, un escocés sin hielo o unas damajuanitas de vino lija recomendado por algún entendido.

Es que es la última oportunidad de andar en chancletas antes que llegue el frío, a decir por el Ministerio de Turismo. Las Termas del litoral, atiborradas han desplazado algunos grupos al refugio debajo de algún puente junto a un monte indígena, del cual saldrán como puedan a la primera correntada. La vuelta ciclista ha partido, las criollas festejan ese circo irreal en el que hombres golpean y clavan sus espuelas en bestias que poco entienden del asunto. Ha comenzado una nueva Semana de la Cerveza en una ciudad donde las manipulaciones de las multinacionales de la bebida han eliminado la cervecería y los puestos de trabajo que dieron lugar a la fiesta, sin que todavía no se acallen las escaramuzas políticas de eventos anteriores.

O sea….todo está más o menos igual, la violencia doméstica, la pasta base, las promesas electorales, las madres del Pereira, el Pantanoso y el Miguelete huelen igual y seguimos envolviendo nuestras casas con rejas, cercas eléctricas alarmas y miedo. La televisión nos muestra cómo las cofradías andaluzas salen con sus catafalcos y caperuzas negras a procesionar por las calles de Sevilla, mientras unos locos filipinos se auto flagelan o se hacen clavar por algunos minutos a una cruz, prolijamente filmados por cadenas internacionales. En tu tierra, palestinos e israelíes siguen confrontando piedras contra misiles.

Todo sigue igual.

Parece que nada hubiese pasado esa irrepetible semana hace cerca de 1980 años cuando entraste triunfalmente en Jerusalén, fuiste sometido a una infame parodia de juicio, torturado y finalmente crucificado para morir por cada uno de nosotros. Y porque todo sigue  igual, es que te pedimos una vez más perdón. Porque parece que el arrepentimiento todavía es de demasiado pocos. Pero el sueño sigue vivo, el fuego de esos pocos encendido y algún día llegará en que no diremos que la cosa sigue igual, que tu Reino ha llegado, que por fin has triunfado.

                                                                                                                                                                            Daniel Geymonat – marzo 2015