«Hombres corrompidos y sin escrúpulos que se aprovechan de la religión,
…porque el amor al dinero es la raíz de todos los males».
(1 Timoteo 6, 3-10)
La racionalidad instrumental y la mentalidad tecnoeconómica y consumista ha colonizado cada vez más espacios de la vida cotidiana. Se han infiltrado en las relaciones familiares, en la política, en la religión, en la educación, en el tiempo libre y en la vida espiritual. Se transforman paulatinamente los modos de vivir la fe y de expresar la religiosidad en metáforas empresariales y con imágenes tomadas del ámbito económico. Para cada vez más personas, los valores importantes son la rentabilidad, la productividad, el beneficio personal y la inmediatez. En esta lógica se ofrece en algunas corrientes religiosas, un dios a medida de los consumidores desesperados por soluciones mágicas y a elevados precios. Se valora a las personas y al dios de turno por su eficacia, utilidad y funcionalidad. Así se degeneran los vínculos entre las personas y dentro de las mismas religiones. Se crea así un terreno fértil para que las sectas que ofrecen prosperidad material, sean las «Iglesias» más exitosas y sean presentadas como las más bendecidas y elegidas por Dios para el tiempo presente.
En contextos críticos a nivel social y económico, donde la población es más vulnerable y desea afanosamente un estilo de vida impuesto e inventado artificialmente por el mercado, se comprende que las masas de personas sumergidas en la angustia, la desesperación y la falta de recursos, sean impulsadas a sacrificar lo que sea, para alcanzar las supuestas «promesas de Dios». Entregarlo todo con la esperanza de ser ricos y poderosos mágicamente, o al menos para salir instantáneamente de su apremiante situación.
Dentro de algunas formas del neopentecostalismo en Estados Unidos y América Latina, ha crecido una corriente llamada «teología de la prosperidad«, que influye en no pocas iglesias pentecostales y se hace cada vez más presente en los ministerios evangélicos, con fuerte presencia en los medios de comunicación. Este paradigma teológico, es asumido por cada vez más pastores neopentecostales que crean verdaderos imperios económicos y que a su vez, ostentan -y ocupan- puestos de gobierno en países latinoamericanos.
La teología de la prosperidad
Aunque esta visión teológica nace en los años 50 y 60 en Estados Unidos, en un sector del neopentecostalismo conservador, con los años se ha degenerado la así llamada «teología de la prosperidad» y se repiten tesis aberrantes, que los alejan cada vez más del Evangelio que dicen enseñar. Prédicas abiertamente materialistas que señalan la avaricia como un camino de santidad, donde afirman sin escrúpulos: «Dios es tu socio, si quieres ganar más dinero, tendrás que invertirlo todo aquí», «ser pobre es pecado», «si usted confiesa que es próspero, usted no será más pobre», «Jesús quiere que usted sea rico y para eso usted debe sacrificarse por él», «Si un mafioso se mueve en un auto lujoso, un hijo de Dios debe tener uno mejor», etc.
Repiten incansablemente pasajes del Antiguo Testamento, tomados al «pie de la letra», en donde aparecen promesas de bendición sobre los campos y bienes, para todos aquellos que cumplan la «ley divina», la cual incluye dar primicias, ofrendas y diezmos. En cada cita de la Biblia donde se dice que alguien recibirá una bendición, lo interpretan siempre como un aumento de ingresos económicos. Culpan a las personas pobres de su pobreza, ya que su pésima situación se debe a su falta de fe o por vivir en pecado. Y así, la prosperidad económica y el éxito son para ellos signos de la santidad y de tener a Dios por «socio». Todo el mensaje del evangelio se reduce a una visión materialista, individualista y superficial de los pasajes bíblicos, manipulando emocionalmente a sus fieles mediante el uso de técnicas de inducción a crisis histéricas y presionándolos para que ofrenden a la Iglesia más de lo que pueden, incluyendo su casa, auto y ahorros.
Los únicos que se enriquecen son los que lo predican, porque la congregación se empobrece cada vez más, al entregar todos los bienes o parte de ellos. Incluso se los invita a que adelanten los diezmos de sus deudas, para que en ese «acto de fe», Dios les ayude a pagarlas, y así se hunden cada vez más.
Actualmente, más de la mitad de los cristianos de las iglesias neopentecostales pertenecen a esta corriente, aunque no conozcan su nombre. En Estados Unidos casi el 20% de los evangélicos pentecostales confiesan ser parte de este movimiento.
El credo de la codicia enseña que la única forma de adquirir prosperidad es por medio de la fe, especialmente «declarando» prosperidad. Su lógica es ésta: «si pides con fe, se te dará, pero si no recibes, es por falta de fe, es tu culpa si no eres próspero». Esto también incluye reprender demonios que son los causantes de la pobreza y de los fracasos. La clave es ofrendar: cuánto más grande sea tu ofrenda, más le estarías mostrando a Dios tu confianza en él y por lo tanto, mayores serán tus ganancias.
Pastores y política
Con esta doctrina los pastores y telepredicadores ostentan su lujo sin complejos, buscando cada vez mayor poder e influencia en los medios de comunicación y en la política.
Muchos partidos políticos en América Latina, encuentran en estas iglesias una forma fácil de adquirir votantes, ya que los pastores de esta corriente son fuertemente autoritarios e imponen el voto a su comunidad como voluntad divina. Este es un tema que requiere un análisis profundo: ¿alianzas políticas con pastores autoritarios que manipulan a sus numerosos fieles? ¿nuevos caudillos carismáticos que arengan masas incontables de feligreses con fines políticos? En este contexto presenciamos una reconfiguración de la relación entre política y religión que es preciso estudiar en profundidad.
No hay que confundir pastores pentecostales que estén metiéndose en política como cualquier ciudadano, con estas nuevas corrientes fundamentalistas. Por eso es preciso conocer a fondo la diversidad cristiana en nuestros países, para no entreverar injustamente el trigo con la cizaña.
Miguel A. Pastorino
Deja tu comentario