Se habla con ligereza hoy acerca de la intolerancia religiosa, del fundamentalismo religioso, del terrorismo y de la religión, como si fueran sinónimos. La tentación reduccionista y simplificadora la tenemos todos, más cuando la realidad se nos manifiesta compleja y rompe nuestros esquemas. O la culpa la tienen los fundamentalistas musulmanes, o la tiene occidente con su prepotencia. ¿Es así? Creo que no es tan simple.
Luego del terrible asesinato ocurrido recientemente en Paysandú, de David Fremd que nos golpeó de cerca, y de los incontables actos irracionales cometidos contra los más débiles en el mundo entero, que los vemos de lejos, como el asesinato de casi 20 personas ancianas en un asilo en Yemen, ejecutados el 5 de marzo junto a cuatro hermanas de la Caridad (Congregación de Madre Teresa de Calcuta), solo por ser cristianos, nos preguntamos: ¿No está esa violencia irracional en medio de nosotros? ¿Cómo hacer frente a tanta violencia cuya única raíz es que el otro es diferente? Sea por su religión, su raza, o su sexo, la violencia nace de la ignorancia y la ceguera mental.
Podemos mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos, si no somos un poco fanáticos en algunos aspectos de nuestra vida. ¿Cuánta violencia se ve a diario simplemente porque no me gusta la cara del otro? Lo más simple es echarle la culpa a una religión, a una ideología, al equipo de fútbol contrario, al bando político opositor, o a cualquier chivo expiatorio que nos ayude a tener un blanco a quien dirigir nuestros miedos y broncas, nuestras frustraciones y ansiedades.
Estoy convencido que la línea de conflicto no se encuentra entre creyentes y no creyentes como en otros tiempos. El problema no es la religión, ni la ideología, sino la estrechez mental. La línea se divide entre los amigos y los enemigos de la libertad, entre los espíritus abiertos y dialogantes -crean en Dios o no- y los fanáticos y fundamentalistas que legitiman cualquier acción en nombre de su «verdad». ¿No son acaso los mismos musulmanes más del 80% de las víctimas del terrorismo de origen islámico?
En todas las religiones y grupos ideológicos hay fundamentalistas. En Uruguay hasta existe un fundamentalismo laicista con cierto odio visceral hacia la religión. Hasta lo vemos en la política partidaria, cuando algunos pueden ser autocríticos y a otros les es imposible. ¿Estamos tan lejos del fundamentalismo? Pero también existen creyentes de todas las religiones, agnósticos y ateos, que se atreven a pensar más allá de sus convicciones, buscan comprender al otro y dialogar, trabajando por un mundo mejor.
En estos días, un joven musulmán que reside en Uruguay, Dante Matta, escribió un excelente artículo sobre el antisemitismo, sintetizando la historia de la culpabilización extendida que se hizo del pueblo judío durante siglos. Convertir al que consideramos diferente en un enemigo, en la causa de nuestros problemas, es la estrategia más repetida para hacer odiar a cualquier grupo humano. Lo mismo puede repetirse con nuevos rostros. ¿Lo permitiremos? Hasta en las redes sociales aparecieron signos de un antisemitismo que creíamos un fenómeno del pasado. ¿No sucede hoy también que por las atrocidades que cometen grupos terroristas se estigmatiza a todos los creyentes del Islam? ¿Cómo viven los musulmanes en los barrios pobres de Francia o Bruselas después de un atentado? ¿No sucede eso también con otras minorías? La discriminación por razones de religión, raza o sexo, sigue existiendo y creciendo, con expresiones brutales e irracionales.
Hace pocos días leí una columna de Alvaro Ahunchain sobre el tema, cuyo final les cito: «No hay bombas ni ejércitos que puedan contra el odio que anida en las conciencias corrompidas por el fanatismo y la ignorancia. La única esperanza es confrontarlo con la luz del humanismo, con una educación que libere a las nuevas generaciones en lugar de seguir embruteciéndolas. Promoción de valores, cultura y persuasión para la libertad: únicas armas posibles para ganar de verdad esta trágica e inevitable guerra».
Educar en una cultura de la comprensión del otro es un trabajo a largo plazo, pero la única salida posible. La falta de conocimiento del otro, la mirada reductiva y simplificadora, el «pensar mal», el miedo a lo desconocido, y la necesidad de mantener firmes nuestras seguridades y esquemas mentales, nos impiden comprender. La falta de diálogo está relacionada con la falta de introspección, la falta de autocrítica, la falta de auto-examen. Empezar por casa siempre es el mejor camino. Cuando a Madre Teresa de Calculta le preguntaron ¿Qué cambiaría de la Iglesia? Ella contestó: «Empezaría por mí». Si hoy queremos cambiar el mundo en que vivimos y transformarlo en un lugar más habitable para todos, deberíamos seguir el ejemplo de aquella mujer: «Empezar por mí».
No son noticia los incontables actos de amor cotidiano que hacen de nuestro mundo un lugar mejor. Sin embargo, son muchos, y los invito a sumarse a esa multitud silenciosa de personas que con su amor cotidiano y su generosidad desinteresada, responden con luz a la oscuridad que nos asusta.
Editorial de Miguel Pastorino en el programa «Bajo la Lupa» en Radio El Espectador, que se emite los miércoles de 21 a 23 hs.
@bajolalupa810
Excelente articulo