Ivone Gebara, teóloga feminista

Ivone Gebara, teóloga feminista

Graciela Pujol*

“Es necesario jugar con nuestras imágenes de Dios, sacarlas de la seriedad, de las teorías cerradas, de las divisiones institucionales. Me gusta jugar en la teología. Eso me acerca al misterio mayor que danza en el universo.” Ivone Gebara (2005, p. 191-192)

RESUMEN La teología feminista ha significado para muchas mujeres un cambio radical en la forma de vivir la espiritualidad y la fe religiosa. Al cuestionar verdades que parecían inamovibles y reinterpretarlas a partir de la experiencia de vida de las mujeres, esta teología se abre a una nueva forma de entender a Dios y a una cristología diferente. Una cristología, entre otras, precaria y frágil, abierta al cambio, que quiebra la homogeneidad de los dogmas.

Cuando conocí a Ivone Gebara, veinte años atrás, me cambió la vida. Esta expresión, que puede parecer exagerada, se refiere al cambio radical en la forma de vivir mi fe cristiana y todo lo que eso significó en mi vida. Quizá esto tenga que ver con pertenecer a una generación de mujeres que fuimos formadas en el catolicismo, educadas en colegios de religiosas, y vivimos nuestra juventud en medio de los grandes cambios políticos y culturales que se produjeron en el mundo a partir de 1968. El primer cambio se había producido en mi juventud, cuando en los medios cristianos a los que pertenecía se comenzó a sentir el impacto de la teología de la liberación y de la Conferencia de Medellín. El descubrimiento del compromiso cristiano con los pobres, que nada tenía que ver con la caridad asistencialista que me habían inculcado en la niñez, tuvo como consecuencia un cambio en mi relación con Dios. Así, Jesús de Nazaret, el Dios que se hizo hombre para liberarnos de la opresión, pasó a ser el Dios cercano, amigo, confidente y cómplice con quien podía identificarme, y cuyo liderazgo guió las pequeñas luchas – que creíamos tan grande – que emprendíamos los jóvenes cristianos junto a aquellos que desde su ateísmo o indiferencia religiosa se comprometían con la causa revolucionaria sólo por una cuestión de conciencia. Y ese fue el comienzo de la transgresión, porque si bien el compromiso militante podía identificarse con el de Jesús, y la convicción de que no hay mayor amor que dar la vida, aparecieron las contradicciones con respecto al uso de métodos violentos y el apoyo a la lucha armada; aunque mi mayor osadía consistiera en llevar hasta el lugar de una movilización callejera un cóctel molotov, que otros se encargaban de tirar.

En aquel entonces, buscábamos miles de justificaciones que pretendían legitimar nuestra postura, y entresacábamos de los textos del Evangelio al Jesús revolucionario que luchaba contra las estructuras opresoras y echaba a latigazos a los traidores del Templo. Pero se trataba de una nueva moral revolucionaria, siempre legitimada por las verdades de la fe, incluso por algunos textos del magisterio de la Iglesia. A pesar de las innumerables discusiones teóricas de aquel entonces sobre las diferencias fundamentales entre marxismo y cristianismo, más adelante comprendí, con otros aportes teóricos, que tenían mucho más en común de lo que creíamos. La concepción lineal de la historia judeocristiana se asemeja mucho a la marxista: el comunismo originario de la sociedad sin clases (Paraíso terrenal), roto por la división del trabajo, la propiedad privada, la apropiación de los medios de producción, la dominación del hombre por el hombre y la división en clases (la caída); la intervención de la clase obrera, que toma conciencia y conduce la lucha de clases (la redención del Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre), conduce a un desenlace final en el que quedarán definitivamente separados los buenos de los malos (el Juicio Final) y restablece la armonía original de la sociedad sin clases (el Reino de Dios y la vida eterna). Pero en aquellos años, en nuestro fervor militante, resolvíamos esas contradicciones como podíamos, respaldándonos en aquellos sectores dentro de la Iglesia que se identificaban con la teología de la liberación y buscando modelos a seguir en los mártires cristianos contemporáneos, como Camilo Torres. Paradójicamente, el conflicto y la transgresión en el ámbito de la fe quedaban restringidos a lo social, en lo que hacía a mi compromiso militante, pero al mismo tiempo sufría sumisa y callada la moral sexual de la Iglesia, sin animarme a trasgredir sus mandatos. Primero fue la prohibición de las relaciones prematrimoniales y luego la del uso de los mé- todos anticonceptivos, que terminaron siendo una represión torturante a la forma de vivir la sexualidad, tan importante en esa etapa de la vida. Entonces, se produjo el segundo gran cambio, cuando Católicas por el Derecho a Decidir llegó a Uruguay. Cuál no sería mi asombro al conocer a esas mujeres católicas que pregonaban el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y la licitud no sólo de los métodos anticonceptivos sino también del aborto.

Y allí comenzó para mí una nueva militancia, como católica feminista, que se transformó luego en mi medio de trabajo. En esa etapa, los conflictos y contradicciones eran más difíciles de sobrellevar. Sin embargo, aunque se cuestionaban los contenidos patriarcales de la doctrina católica y las formas de opresión de las mujeres, desde el punto de vista teológico se mantenía una búsqueda de legitimidad en las enseñanzas y en la tradición de la Iglesia, que avalara la postura de defensa de los derechos sexuales y reproductivos. Se buscaba también el apoyo de sacerdotes o religiosas a quienes su compromiso con las mujeres más pobres, y el contacto con sus sufrimientos cotidianos, los había llevado a rever sus posiciones con respecto a la doctrina oficial en estas cuestiones. Pero los conflictos con las autoridades eclesiales comenzaron a tener otro tenor, en una Iglesia en la que las cuestiones de la moral social y la moral sexual se miden con distinta vara, y la defensa de la vida de un embrión tiene una relevancia mayor que la de los niños y niñas que viven en condiciones inhumanas. Estos conflictos externos tenían su correlato en otros internos, en la vivencia de la fe, y las contradicciones se fueron volviendo asfixiantes. Fue entonces cuando conocí a Ivone Gebara y comencé a vislumbrar el alcance de su teología, y eso fue para mí un cambio radical en la forma de vivir mi espiritualidad y mi fe religiosa. Tengo la convicción de que lo fundamental de su aporte tiene que ver con su libertad para cuestionar aquellas cosas que parecían inamovibles, y de reinterpretarlas y reformularlas a partir de la experiencia de vida, especialmente de las mujeres. De estas verdades cuestionadas, para mí, la más importante fue la forma de entender a Dios. Entonces comprendí que el hecho de considerarlo como un ser más allá de nosotros, todopoderoso, que lo sabe todo, con una voluntad y un plan para la Creación y cada uno de los seres creados, es la trampa en la que irremediablemente nos enredamos. Y cuando nos preguntamos por el sentido de la vida, si no podemos salir de esa trampa, terminamos en una especie de contorsionismo teológico para intentar explicar lo inexplicable.

LA DECONSTRUCCIÓN DEL ANDAMIAJE PATRIARCAL

Aunque muchas veces las mujeres nos sentimos aprisionadas en las creencias y las prácticas religiosas tradicionales, no nos es fácil  formular lo que anhelamos para poder vivir una experiencia religiosa más liberadora. Los procesos de cambio no son lineales y siempre son complejos. Tampoco se puede construir algo nuevo, sin deconstruir no sólo los contenidos y prácticas opresivas que se nos han impuesto, sino todo aquello que se ha hecho carne en nosotras. Es necesario salir de la prisión de algunos conceptos y de algunas afirmaciones dogmáticas asimiladas a la fe. Es preciso abandonar el formalismo de ciertas formulaciones […] A menudo, la fe se asocia a las doctrinas o a las concepciones particulares de la vida y de la muerte. Vivimos un alejamiento de nosotros mismos, un alejamiento de la fe en sí, como si no fuéramos capaces de actuar, de pensar o de amar de manera autónoma y en reciprocidad con otros. Hay una aceptación de los poderes de este mundo identificados al poder de Dios. Esta enajenación es, a mi juicio, una enajenación de la fe o, en otras palabras, una negación de la comunión conmigo misma. Esta enajenación se debe a que pensamos que los poderes jerárquicos vienen de lo alto. (GEBARA, 2005, p. 151).

La mayor dificultad para salir de esta alienación de la que habla Ivone se basa en que hemos internalizado que las enseñanzas de la Iglesia provienen de la revelación de Dios, y esta legitimación divina nos impide sospechar de la veracidad de esas afirmaciones. Y me identifico con su búsqueda cuando dice que el encuentro con el feminismo, como crítica de la historia y el pensamiento masculino dogmático, es lo que le ha abierto las puertas para pensar su vida de otra manera. Yo me atrevo a salir, no sin temor, de la admirable perfección del dogmatismo filosófico y teológico masculino en el que he sido formada. Me atrevo a salir de las definiciones aquellas a las que me debo ajustar porque son la expresión del orden del mundo recto, del mundo justo, del mundo –según dicen– querido por Dios. Me atrevo a sospechar sobre lo que ha sido afirmado como verdad y como libertad. (GEBARA, 2005, p. 26).

Y ese atreverse de Ivone, abre el camino para intentar salir de esa enajenación de la fe, y pensar y sentir desde nosotras mismas, como mujeres. Pero estas rupturas nunca se dan de una forma apacible.

“Trato, a veces sin lograrlo, de salir de la angustia de no poder ser aquello que debería ser y de ser lo que soy” (GEBARA, 2005, p. 26), dice, y agrega: La religión nunca ha sido para mí una adquisición tranquila, ni un camino de paz duradero. Tomo conciencia hoy de una tendencia que viene de lo más profundo de mí: la de afirmarme al mismo tiempo como ‘religiosa’ y como ‘no religiosa’, como creyente y no creyente, como teísta y atea. Tengo en mí una mezcla de sentimientos —las analogías a menudo me han ayudado a expresarme—, como un vitral de distintos colores que intentan armonizarse bajo la gran luz solar; todo depende de la intensidad de la luz que afecta las partes del vitral de mi vida. (GEBARA, 2005, p. 69).

UNA CRISTOLOGÍA INCLUSIVA

Una nueva forma de entender a Dios implica también una nueva cristología que cuestiona la dogmática patriarcal del Hijo de Dios que muere por los pecados del mundo y sale vencedor de la muerte. Pero, me costó comprender y asumir que las creencias cristológicas que hemos recibido no representan la única verdad sobre Jesús de Nazaret o sobre Dios, sino que son construcciones con diferentes ingredientes políticos y culturales, de diversos orígenes, que fueron conformando nuestro credo. Pensar a Jesús de otra manera implica también dejar de lado la concepción de la inmutabilidad de los contenidos de la fe, que se dan de una vez y para siempre. El “Cristo, ayer, hoy y siempre”, de la carta de Pablo, fue usado para presentar las enseñanzas sobre Jesús como verdades eternas. Y esto reafirmó la intransigencia dogmática, intentando dejar en el olvido que la cristología se fue construyendo a los largo de los siglos, y no siempre de forma tranquila y sin conflictos. Y en el proceso de la construcción cristológica se fue perdiendo aquella inspiración original que hizo que quienes conocieron a Jesús abrazaran su proyecto y dieran un giro radical a sus vidas. El sueño del amor fraterno de hombres y mujeres, sin exclusiones, quedó aprisionado en una doctrina bien formulada y un único discurso al cual es difícil atreverse a cuestionar. La dogmática cristológica que nos viene desde Nicea y Calcedonia con todos los ‘refinamientos’ posteriores arrancó el gusto sabroso de las palabras de Jesús, su comportamiento a veces irreverente, inesperado, desconcertante, audaz, cariñoso. Lo que fue conversación al borde de un pozo, comida compartida, gesto de ternura, denuncia contra las injusticias, gratuidad, caricia dada y recibida, fue convertido por la dogmática en ‘razón organizada’, ‘razón sistemática’, ‘ciencia’. La dogmática puso en una prisión aquello que fue una invitación a la libertad, aquello que era poesía, y aún más, puso a las puertas de la ‘prisión’ a soldados armados vestidos de sacerdotes para que nadie saliera de ella o pensara de otra manera. La dogmática colocó maestros autorizados para contar las verdades sobre Jesús y con eso mató la creatividad de los momentos de gratuidad, de los encuentros informales, de las conversaciones en la cocina, a lo largo de los caminos o en la orilla de los ríos”. (GEBARA, 2002, p. 62).

En las interpretaciones dogmáticas se fue desdibujando el movimiento de Jesús, inclusivo y misericordioso, y se cambió el foco de atención a la figura de Jesús, dejando en la penumbra la riqueza de la vida de esos hombres y mujeres que encontraron sentido en el seguimiento del nazareno. Y ese ocultamiento dejó de lado especialmente a las mujeres. El centralismo de la figura de Jesús estuvo acompañado por un triunfalismo, que fue forjando una nueva identidad: De un activista fiel y crítico del judaísmo, Jesús se vuelve el Cristo, el Hijo único de Dios, la segunda persona de la Trinidad, nacido de la Virgen María, predestinada a ser la Madre humana de Dios. La simplicidad de su práctica de curación de enfermos, de compartir el pan, de crítico de toda ley que fuera en detrimento de la vida, de amigo de las personas de mala fama fue siendo dejada casi en un segundo plano. Lo que se va delineando poco a poco es una personalidad poderosa, un ser de naturaleza divina, de la misma sustancia o de la misma esencia divina, un ser preexistente que se sienta en el trono celeste para juzgar a los vivos y a los muertos. (GEBARA, 2008, p. 19).

En esta construcción del cristianismo, que se convierte en la versión oficial de la Iglesia, tuvo mucha influencia la filosofía griega. De no haber sido por esto, posiblemente el cristianismo se hubiera transmitido a las futuras generaciones como un conjunto de enseñanzas y parábolas de aquel maestro de Galilea que vivió haciendo el bien.

La filosofía griega contribuyó a separar las realidades divinas en un mundo aparte, el mundo de las esencias eternas en oposición al mundo material, precario y pasajero. Y esta estructura lógica se perpetuó en el cristianismo que pasó a formar parte de la doctrina oficial de la Iglesia. No obstante, la inspiración de las primeras comunidades cristianas permaneció —y permanece— en tantos grupos y comunidades cristianas que intentan vivir la fidelidad a Jesús de Nazaret, en solidaridad con los más desposeídos. Hablar de una cristología diferente, desde el ecofeminismo, significa asumir una cristología —entre otras—, que tenga en cuenta el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de la Tierra, e incorpore sus experiencias de vida con sus tristezas y alegrías, sufrimientos y placeres. una cristología precaria y frágil, abierta al cambio, que quiebre la homogeneidad de los dogmas. Una indisciplina necesaria se hace presente y nos lleva a percibir la mezcla de los sentimientos, pensamientos y acciones. Y en ese desequilibrio general, lo que vale es la seguridad de los gestos cotidianos de hermandad, capaces de sustentar la vida en su fragilidad y mezcla infinita. Son estos gestos los que decretan la caída de los dioses que gobiernan el mundo desde sus tronos celestes y la apuesta de que no creemos más en su fuerza, sino en nuestra capacidad de amar la vida tal como es. (GEBARA, 2008, p. 40).

Esta capacidad nos lleva a afirmar la divinidad que vive en el corazón humano, en medio de las relaciones humanas, y a reconocer lo divino como calidad de lo humano —femenino o masculino— que se expresa de formas diversas y en diferentes lugares y momentos. Salimos nuevamente de una afirmación metafísica de la existencia de Dios como un ser en sí mismo, más allá de todo lo que existe, para afirmarnos Dios como relación, a partir del ser humano, a partir de su corazón, de sus entrañas, de sus exigencias de búsqueda de justicia y ternura. Y es exactamente a causa de esa proximidad, que Jesús se vuelve símbolo que incluye en él a mujeres y hombres divinos. En otros términos, incluye a personas vueltas simbólicamente diosas y dioses, apasionados por su propia humanidad. […] humanidad nacida del vientre humano, capaz de superar la barrera del individualismo y de la competencia y afirmar que el amor y la justicia son posibles en su provisoriedad y límite. (GEBARA, 2008, p. 39).

Pero otros grupos hacen sus búsquedas y construyen sus cristologías, enriqueciendo así las miradas, como un caleidoscopio de diferentes colores y en permanente cambio. Y la construcción de estas nuevas cristologías no están exentas de riesgos. Podemos caer en la tentación de terminar disfrazando las posiciones para no quedar fuera del paraguas de la tradición, así como de considerar la propia interpretación como la única verdadera, y conservar la misma perspectiva jerárquica. Es decir, volver a adoptar posturas dogmáticas perpetuando así el sistema excluyente. Desde la libertad que me da esta mirada ecofeminista, me hago eco de las palabras de Ivone cuando afirma que para: […] las mujeres que reflexionan sobre el fenómeno religioso cristiano […] ser cristiana no significa necesariamente vincularse de forma rígida a una institución religiosa dominada por una concepción dogmática y clerical del cristianismo. Significa buscar desde su problemática y sus necesidades actuales, tradiciones cristianas o interpretaciones que les ayuden a vivir con libertad, sentido y dignidad los retos de la historia presente. (GEBARA, 20011, p. 11-12).

Referencias

GEBARA, Ivone. La trama de la vida. Algunos hilos cristianos, filosóficos y feministas. Montevideo: Doble Clic, 2011.

GEBARA, Ivone. ¿Qué es el cristianismo? In: GEBARA, Ivone. Compartir los panes y los peces. Cristianismo, teología y teología feminista. Montevideo: Doble clic, 2008.

GEBARA, Ivone. Las aguas de mi pozo. Reflexiones sobre experiencias de libertad. Montevideo: Doble Clic, 2005.

GEBARA, Ivone. Jesús desde una perspectiva ecofeminista. In: GEBARA, Ivone. La sed de sentido. Búsquedas ecofeministas en prosa poética. Montevideo: Doble clic, 2002.

GEBARA, Ivone. La mujer y el hombre de hoy ante Jesús de Nazaret. Seminario-taller organizado

Nació en Montevideo, Uruguay, en 1950. Es psicóloga social y editora; coordina el grupo Caleidoscopio, espacio de reflexión teológica ecofeminista.

Fuente: Mandrágora, v.20. n. 20, 2014, p. 59-72