*Por Rubén Carlos Yennerich Weidmann

 

Los hombres amamos y tememos al cuerpo de las mujeres. Las amamos de tal manera que en nuestro deseo íntimo de poseerlo, podemos llegar al femicidio.

“Si no sos mía, no serás de nadie más” (escuchado a un femicida por ahí… que luego escondió en un pozo al cuerpo de su novia para que no lo encontrara nadie nunca.)

Les tememos porque nos parieron…
Porque salimos de ellas…
Y porque vivimos gracias a ellas.
Les tememos de tal manera que en las guerras llegamos a usarlas como botín de guerra, como castigo ejemplar, como consecuencia ideológica, como daño colateral…

Esta realidad es la construcción social de un sistema que las necesita controladas, y las cosifica, utilizándolas como paridoras, como cuidadoras, como objeto de satisfacción, como esclavas…

La memoria y la historia, suelen hacernos trampa.
Vale desempolvar ciertos hechos, muestras de una miserable herencia patriarcal que atraviesa tiempo, clases sociales, culturas y razas:

En la conquista española de Abya Yala, se convirtieron los cuerpos femeninos en territorios arrasables con el fin de propagar el terror. «Si no, los indios se alzarían y se rebelarían, y los que no están alzados no vendrían a servir ni a dar la obediencia que deben».
Estas palabras, salidas del siglo XVI, las soltó en sede judicial y en su descargo, un depredador gaditano llamado Lázaro Fonte, que fue acusado de robar esmeraldas, de perpetrar masacres y de violar incluso a niñas a las que ataba, entre gritos y llantos, ante la inacción de sus compinches.

Los soldados turcos, jugaban a los dados, para ver si el bebé en el vientre de las madres armenias, que atravesaban y quitaban con sus bayonetas, era varón o mujer. (Turquía no reconoce el genocidio a los armenios en 1915)

Los japoneses en su guerra imperial contra Corea desde 1930 hasta 1945 secuestraron miles de mujeres coreanas para explotarlas como esclavas sexuales de sus soldados, la mayoría de ellas quedaron infértiles, no solo por las masivas violaciones, también por los gases de mercurio que colocaban en los prostíbulos, para evitar la sífilis.

En mayo de 1939, los nazis abrieron el campo de Ravensbrueck, el campo de concentración más grande creado para mujeres. Más de 100.000 mujeres pasaron por Ravensbrueck hasta la liberación en 1945. No sólo eran asesinadas sino sujetos de experimentos, violaciones y abortos.

Los soldados rusos al derrotar a Alemania en la II guerra mundial, entraron en sus ciudades y violaron a mujeres de toda edad. (Recién hace poco salió a luz esta realidad, oculta como una vergüenza)

Del libro “Nunca más” sobre la represión en Argentina en la dictadura militar leemos:
“Corresponde ahora referirse a las dolorosísimas condiciones en que vivieron y dieron a luz las embarazadas en cautiverio.”…
“Los testimonios recogidos de personas que soportaron el encarcelamiento en el centro clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) afirman que:…
“El 12 de marzo, Inés Ortega de Fossatti, otra detenida, inició su trabajo de parto. Nos desgañitamos llamando al ‘cabo de guardia’ (así se hacía llamar). Pasaron las horas sin respuesta. Como yo era la única con experiencia la ayudé en lo que pude. Ella era primeriza y tenía 17 ó 18 años. Por fin, después de 12 horas se la llevaron a la cocina y sobre una mesa sucia, con la venda en los ojos y frente a todos los guardias, tuvo a su bebé ayudada por un supuesto médico que lo único que hizo fue gritarle mientras los demás se reían. Tuvo un varón al que llamó Leonardo. La dejaron 4 o 5 días con él en una celda y después se lo llevaron diciéndole que el Coronel quería verlo. Aparentemente alguien llenó una planilla con los datos del bebé…»

“Escuche con él las muchas tragedias de estas mujeres que lloraban y mostraban al Papa las torturas, la crueldad, orejas cortadas, todo lo que sufrieron en el cuerpo. Fue un momento muy, muy conmovedor”. (Aldo Bonianuto, autor del libro: “Mujeres crucificadas” sobre la trata de mujeres en Italia, libro prologado por el Papa católico Francisco.)

No cuento con las estadísticas, pero me temo que las mujeres asesinadas y abusadas en sus propios hogares por sus esposos durante los distanciamientos sociales, superará ampliamente las muertes por el coronavirus. Paradójicamente el concepto político tan usado de seguridad, parece no ingresar puertas adentro de los hogares. ¿Es la familia una institución intocable y segura?

Fue ayer que escuché en una Emisora radial argentina: En el barrio de Caballito, el consorcio de un edificio, amenazó a una doctora con iniciarle una demanda penal si no dejaba de transitar por los pasillos de su departamento, poniendo en peligro a todos sus habitantes. Luego de que ésta volvía de la clínica adonde atendía a pacientes del coronavirus, le recriminaban y la conminaban a mudarse de lugar… (Cabe recordar que no sólo hay muchas mujeres médicas, sino que además la gran mayoría de los ayudantes de enfermería son mujeres, enfermeras que nos cuidan…)

En Italia un marido asesinó a su esposa doctora, luego de enterarse de que la profesional le había contagiado de coronavirus.

Hablemos de teología: la madre de las ciencias al decir de Tomás de Aquino.
Es propicio porque es la Semana Santa. El Viernes Santo recordamos la muerte en cruz de Dios… De Jesucristo: Dios crucificado. Con una corona en su cabeza, burlado como Rey de los Judíos. Vaya paradoja de estos tiempos. La humanidad le pone a Dios una corona… de espinas.
Debe ser una de las primeras Semana Santa, que en medio de un distanciamiento social, no podremos ir a las iglesias a venerar a ese Dios coronado y crucificado. No habrá nadie al lado de la cruz. Hemos visto al papa católico Francisco sólo en una plaza de San Pedro desierta y empapada de lluvia, besando los pies de un Cristo crucificado. Nada de aglomeraciones en torno a la cruz, ni siquiera una palma el Domingo de Ramos. Nada de peregrinaciones o de parodias de crucificados. Tan sólo Cristo y los crucificados junto a él. Dios crucificado con su coronavirus. Habremos dejado más sólo que nunca al crucificado esta Semana Santa.
Quizás este distanciamiento corporal haga que nos acerquemos más espiritualmente a su muerte y comprendamos su entrega solidaria y su compromiso con todo ser viviente. Experimentando lo que significa estar a salvo, ser salvados, ser sanados (que es lo mismo). Tal vez nos permita entender también que hay algunas que están (siempre lo estuvieron) junto al crucificado…

“Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole. Entre ellas estaba Maria Magdalena, María la madre de Jacobo y José, y la madre de los hijos de Zebedeo.” Mateo 27:55-56

Siempre me ha fascinado analizar la diversidad extraordinaria de imágenes artísticas del Crucificado en pinturas, estatuas, fotografías de teatralizaciones, esculturas, crucifijos, etc. He descubierto que son muy pocas en las que aparece una mujer crucificada.

En el “todopoderoso” Google y la “democrática” Wikipedia, encontré algunas, que les invito a visitar. Entre ellas La tentación de San Antonio, de Felicien Rops 1878; El martirio de Santa Eulalia, Sebastián Martorell; Santa Julia de Cartago, Gabriel von Max, 1866; Mujer crucificada, Louis-Joseph-Raphaël Collin, 1890.

Jugando a la teología -como diría el teólogo protestante Rubem Alves- sostengo que hoy y siempre las crucificadas son mayormente mujeres.
Desde la rebelión sometida de los esclavos liderados por Espartaco, que con esa costumbre tan romana, bordearon los caminos hacia Roma con los y las esclavas rebeladas crucificadas como escarmiento.
Las seguimos crucificando y dejando solas en sus cruces de martirio, de servicio, de amor, de erotismo, de maternidad, de amas de casa, de empleada doméstica, de enfermera, de explotada sexual, de partera de la historia, de violencia de género, de Pachamama contaminada, de torturada por genocidas…

Los templos protestantes hacen de la cruz un símbolo vacío. Mayormente no vemos a Cristos esculpidos sangrantes. El vacío protestante de la cruz hace gala de cierta sobriedad y respeto, que quiere inclinarnos a destacar al resucitado más que al crucificado. La cruz vacía, sin embargo no invalida el cuerpo (los cuerpos) de las crucificadas de siglos. Por cierto el protestantismo si bien ha dado mayor lugar a la mujer, no ha estado ni está exento de barbaridades y crucificadas. Las potencias coloniales en Africa, con sus barcos esclavistas poblaron de mujeres esclavas sometidas toda América, desde Los Estados Unidos hasta Ushuaia. Tampoco es posible negar el apartheid en Sudáfrica y la influencia del protestantismo reformado Holandés.
Por su parte las nuevas teologías de la prosperidad que proclama el mundo evangelical (el término evangélico lo reservo para el protestantismo histórico), no quitan a las mujeres de sus cruces, sino al contrario, contraatacan a los movimientos feministas, a toda la perspectiva liberadora de género, a los movimientos contra la violencia y los abusos a las mujeres, así como a los movimientos que reivindican la despenalización del aborto (que quieren evitar que las mujeres sigan muriendo crucificadas en abortos clandestinos y punibles como delito, provocados por los crucificadores hombres); contra todos ellos se presentan como los guardianes de la verdadera fe y de la vida. No dejan de ser teologías que siguen sometiendo a las mujeres a guardar el sumiso lugar de crucificadas sin esperanza de resurrección y de vida digna liberada. Proclaman una Cruz sin resurrección, como la del crucificado al lado de Jesús que blasfemó y no quiso creer. Cruces destinadas a no poder sacarse los clavos del sometimiento. Son como los guardias colocados po el imperio para que no se roben el cuerpo de las crucificadas. Guardianes que impiden que otras mujeres nos proclamen que esos cuerpos crucificados, tienen una poderosa vida resucitada. Así proclaman cruces blasfemas usadas como armas, como las del KKK, o quebradas y rotas como las esvásticas. Sigue siendo la misma cruz y espada que no quieren una Abya Yala, una tierra sin males, plena de dignidad.

Hace varios años ya, pinté este cuadro que ahora comparto con ustedes. Quiso ser un testimonio, arte testimonial con las madres crucificadas por las dictaduras, con las abuelas que no dejan de buscar a sus hijxs y nietxs. Con aquellas que nos parieron en la historia y nos enseñaron teología desde la praxis. Una representación teológica de las mujeres crucificadas en la historia. Esa multitud de mujeres que nos parieron y nos siguen dando vida y amamantándonos. Dios mujer. La Ruaj. La crucificada. Resucita en nuestra fe. Resucita en la Pascua de la memoria. Resucita en el Pesaj, “pasaje”, la pascua, de la muerte a la vida nueva. Parto de la creación, de un mundo nuevo (Reino) que vislumbramos y sin ellas no será posible. Amén

Rubén Carlos Yennerich Weidmann, semana santa de 2020

Madre que no parió – Acrílico de Rubén Yennerich

Mi compañera y esposa Blanca Armand Pilón
(pastora valdense, teóloga feminista y cofundadora
de la Fundación Voz de la mujer – (20 años acompañando
mujeres en situación de violencia y niñxs abusadxs)

 

¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.

Mario Benedetti