Bible with United States Flag. In God We Trust.

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Por Saúl Serna Segura [1]

La palabra «fundamentalista» tiene una variedad de usos aplicable a toda clase de instituciones, prácticas e ideas. Lejos de ser un término arcaico sirve para explicar el comportamiento actual de una parte de la sociedad contemporánea (Caplan, 1985: 18). El fundamentalismo nace en el entorno del protestantismo evangélico norteamericano a comienzos del siglo XX y se consolida ideológicamente a partir de la publicación de 12 fascículos titulados Los fundamentos: Un testimonio de la verdad, editados por Amzi Clarence Dixon —y luego por sus sucesores Louis Meyer y Reuben Archer Torrey— entre 1910 y 1915 con la contribución económica de los hermanos Lyman y Milton Steward (Marsden, 1982: 118).

El objetivo de los 90 ensayos publicados en esa colección de fascículos —escritos por una variedad de ministros y misioneros evangélicos y publicados por el Instituto Bíblico de Los Angeles (California)— era defender los puntos fundamentales de la fe cristiana amenazados por la exégesis moderna y el liberalismo, que habían entrado en la teología y podían demoler esos fundamentos. Juan José Tamayo (2004) resume su contenido en los siguientes fundamentos:

 La encarnación de Cristo, Hijo de Dios y Dios él mismo, el nacimiento virginal de Jesús, el carácter expiatorio de su muerte en la cruz para la salvación del género humano, la resurrección corporal de Jesús, la inminencia de la segunda venida de Cristo, la afirmación del pecado como experiencia negativa que aleja de Dios y hace necesaria la expiación, la salvación por gracia de Dios, y no por las obras humanas, la inspiración verbal y, en consecuencia, la inerrancia y la autoridad incuestionable de toda la Biblia y en todos los campos del saber, religiosos y científicos, filosóficos y teológicos (75).

Para entender mejor la postura histórica del fundamentalismo hay que tomar en cuenta que sus adherentes consideran que son parte de un plan divino supra natural en el cual todo lo que sucede es para la definición de la salvación o perdición de las almas (Scott, 2002: 499). Por otro lado, consideran que como la humanidad se está hundiendo en la impiedad y el pecado, no es posible mantener las creencias a nivel privado y se debe de influir en la sociedad tomando las escuelas, el Congreso y la Presidencia, con el fin de hacer que se cumplan los planes divinos (Scott, 2002: 500).

Esto ha ocasionado que los investigadores consideren al fundamentalismo como un movimiento anti-modernista con una mentalidad formada por visiones tormentosas del pasado acompañada de persecución, exilio y humillación (Scott, 2002: 498).

 Esta visión del mundo no permite contextualizar históricamente la fe, sino que la presenta como una forma de religiosidad que debe combatir un mal cuyos culpables son siempre los otros. Shmuel N. Eisenstadt (2006) define el fundamentalismo como un: Movimiento e ideología social de características modernas, específicas y bien diferenciadas que promulgan adhesión a una interpretación estricta e intensa de un escrito o texto sagrado. Aunque se trata de una reacción en contra de las dimensiones seculares de la modernidad, no puede considerarse como movimiento tradicional.

Se desarrolló a finales del siglo XIX, primero en los Estados Unidos, y luego se extendió, sobre todo en la última década del siglo XX, a una variedad de comunidades protestantes, judías y musulmanas de todo el mundo […] Las ideologías, movimientos y regímenes fundamentalistas comparten con otros desarrollos jacobinos como son el comunismo y las sectas utópicas, la tendencia a promulgar una fuerte visión o evangelio de la salvación, que se combina con una cosmovisión total, cuya aplicación ha de tener lugar en este mundo y en el presente. La institucionalización de tales visiones totalitarias conlleva el establecimiento, a través de la movilización de un orden social existente hacia la acción política, de símbolos colectivos e individuales de la identidad, y la constitución de fronteras sociales agudas entre la pureza interior y el exterior contaminado (220).

Algunas de estas características se hallaron en Amistad de Puebla A.C. —en algunos casos, de manera imperceptible, en otros, de manera evidente—. Sin embargo, ¿por qué tantos protestantes cultivan conductas radicales como modelo de ser un buen cristiano? ¿Por qué deben mostrar su nivel espiritual y acercamiento con Dios a través de una exagerada conducta que refleje el apego a los principios bíblicos? Con estas preguntas comienzo el análisis. Para intentar explicar el rol que el fundamentalismo juega en la sociedad y las relaciones entre los individuos intentaré observar el fenómeno a la luz de la teoría del conflicto que «enfatiza el rol de la cultura en la lucha del poder y el privilegio. Según esta idea la cultura dominante en una sociedad beneficia por lo regular a algunos grupos a expensas de otros» (Gelles y Levine, 2000: 109).

De acuerdo a esta teoría, entonces, existe una élite fundamentalista cuyos esfuerzos van orientados hacia una superioridad moral que los diferencia de una población perversa encaminada a la perdición. El hecho de que este grupo exalte sus virtudes morales por encima de los demás y busque restaurar el apego a lo tradicional oponiéndose a la secularización puede verse tentado a convertirse en una fuerza política poderosa. Los líderes fundamentalistas reflejan y promueven intereses específicos creando «patrones culturales que racionalizan su poder para explotar a las masas» (Gelles y Levine, 2000: 110).

Estos patrones pueden llevar a los miembros de una congregación a aceptar un sistema que no necesariamente trabaja para su beneficio porque están más preocupados en recompensas espirituales futuras y entretenidos con soluciones inmediatas por medio de intervenciones divinas.

Otra explicación del fundamentalismo a la luz de la sociología se basa en factores sociales, económicos y culturales para afirmar que el fundamentalismo no es sólo cuestión de poder, sino que se aprende. Al haber diferentes maneras de ser cristianos protestantes/evangélicos —prueba de ellos las diferentes denominaciones históricas— cada denominación tiene su propio ideal de cristiano según las condiciones económicas y sociales existentes.

En este enfoque, llamado constructivista, las personas fundamentalistas no nacen, se hacen; el cristianismo fundamentalista es sólo un tipo más de entre otros posibles cristianismos basado en relaciones de poder tanto sociales como políticas y culturales. Si bien, las bases del cristianismo son uniformes, sus manifestaciones culturales no lo son. Los cristianos no son fundamentalistas porque deban serlo, ni tampoco esa es la única opción posible. La sociedad cambia y las iglesias protestantes/ evangélicas en muchos sentidos se han adecuado a las nuevas realidades existentes, sin menoscabo de su doctrina fundamental. Todo lo demás, son meras interpretaciones que con el tiempo podrían cambiar.

La faceta del fundamentalismo relacionada con el dominio religioso de un pastor sobre su congregación se refiere no a sólo imponer su voluntad y alcanzar las metas numéricas y de perfección, sino a la sobrevaloración de ciertos rasgos y aptitudes consideradas como más espirituales, por encima de las debilidades del resto de los miembros que a pesar de sus esfuerzos no alcanzan a obedecer los mandamientos de Dios interpretados a la luz de sus pastores.

En una encuesta realizada por el Grupo de Investigación Barna de los Estados Unidos titulada Lo que los cristianos creen acerca de la vida espiritual y de la Iglesia realizada en el año 2002 se encontró –entre otras cosas– que «dos tercios de los cristianos encuestados (de un amplio rango demográfico y denominacional) ven que sus iglesias les dan prioridad a las reglas y los estándares» (Anderson y otros, 2004: 11).

Esta prioridad no sería posible sin los dirigentes que enarbolan y sustentan posiciones manipuladoras. En la visión polarizada de los fundamentalistas, hay una división de la experiencia humana con Dios automáticamente excluyente. Por un lado, hay emociones, revelaciones, dones y ministerios aparentemente propios de los cristianos maduros y espirituales que se consideran muy por encima a aquellas de los cristianos inmaduros, carnales o poco espirituales. En la misma encuesta 2 mencionada se encontró que todavía existen iglesias que «rechazan al resto del mundo que cree de una forma distinta» (Anderson y otros, 2000: 12).

Por ejemplo, en los Estados Unidos donde es notoria la presencia fundamentalista hasta en el ámbito gubernamental, también hay una diferencia en los roles sociales dentro de las iglesias. Así, prevalecen los puestos de quien ha alcanzado cierto grado de compromiso y perfección, así como de quienes cumplen una moral sexual conservadora. Al mismo tiempo, se idolatran a los tele evangelistas, alrededor de quienes —después de aparecer en un escándalo sexual— se teje toda una serie de justificaciones para mantenerlos en el poder o se les condena al ostracismo religioso. Por otro lado, se piensa que el cuerpo directivo de las iglesias debe ser más ejemplo de virtud que lo que deben practicar los creyentes mismos.

 Finalmente, el ejercicio de los dones y ministerios se asocia más con el poder que con el amor. Este enfoque que postula una conversión inmediata a la virtud porque así debe de ser, presenta ciertas dificultades. En primer lugar, da por sentado que la conducta fundamentalista es promovida y apoyada en la Biblia. Sin embargo, a lo largo de la historia del cristianismo, ha habido diversas interpretaciones a la luz de los cambios sociales vigentes. Por ejemplo, la discriminación racial en los Estados Unidos era una conducta sostenida por las iglesias protestantes/evangélicas. No obstante, los cambios legales y sociales llevaron a los fundamentalistas norteamericanos a aceptar a cristianos «de color» en sus filas. De este modo, lo que se da por sentado e interpretado hoy no es necesariamente permanente. En segundo lugar, no existe ninguna razón para aislarse de la sociedad y condenar a quienes no piensan de acuerdo a los valores impuestos por un grupo religioso determinado. La historia de la humanidad, por cuestionable que parezca, presenta un abanico de posibilidades que no favorecen un aislamiento social. El mismo Aunque el término «cristiano carnal» podría parecer contradictorio, es un 2 concepto que se maneja tanto en conversaciones informales como en predicaciones o estudios bíblicos.

Jesús vivió acompañado de doce compañeros que se involucraron, denunciaron y abrazaron la cultura, gente y política de su tiempo. En tercer lugar, la diversidad de culturas a las que el Evangelio se dirigió hacían necesario —y lo siguen siendo— una aculturación del mensaje por la vía de la multiculturalidad. Como afirma Juan Stam (2009), «Cada pueblo, sin excepción alguna, tiene que escuchar la Palabra de Dios en los acentos más auténticos de su lengua materna, de su propia cultura, de su propia manera de vivir la realidad» (3). Lo cultural se vuelve un elemento intrínseco de la fe, dato que se revela aún más en los procesos migratorios (Hirschman, 2004). De ahí que no es posible imponer visiones unilaterales sin causar un daño mayor que el que se quiere solucionar. En cuarto lugar, gracias a los estudios sobre sociología de la religión y las investigaciones realizadas en grupos y diferentes congregaciones protestantes/evangélicas sabemos que el simbolismo religioso involucra a una gran cantidad de clientela con motivaciones que van más allá del simplemente sentirse bien. Personas carentes de personalidad, ávidos de llenar vacíos internos, necesidad de aceptación y búsqueda de identidad llenan las filas de los diferentes credos quienes capitalizan estos impulsos y planifican conductas en base a la preocupación por articular un mensaje relevante en el mundo actual. Por ejemplo, cuando entrevisté a un miembro activo de Amistad de Puebla, A. C. le pregunté si existían espacios para varones y mujeres solteros mayores de 35 años con posibilidades de casarse, pero que no lo habían hecho. Mi entrevistado respondió que sí había un pequeño grupo que reúne a este sector de la congregación, pero que en realidad «se les consideraba irresponsables por la falta de compromiso al no querer formar una familia». El rechazo a lo diferente de esta congregación se muestra porque sólo promueven la formación de familias nucleares monógamas heterosexuales tradicionales, y aunque se brindan espacios para quienes no encajan en el molde del «plan de Dios» vemos el doble discurso que existe al presionar —a quienes piensan y actúan de manera diferente— para que se ajusten al modelo tradicional. Aquí surge la tendencia común de hablar del amor al prójimo, de aceptar al pecador y rechazar al pecado. Sin embargo, esta iglesia sigue atrapada en estereotipos de lo que es bueno y lo que no lo es. Es lamentable que las potencialidades de un sector de la feligresía sea evaluado por el hecho de no adecuarse a las normas de la construcción de familias tradicionales, y más aún cuando en el discurso oficial, se promueve la igualdad y la comunión.

Les invitamos a leer el articulo completo en la Revista gratuita: http://religioneincidenciapublica.gemrip.org/numero-4/

[1] Extracto del articulo con el mismo nombre en revista “Religión e Incidencia Pública, N° 4 (2016) de Saúl Serna Segura” Gemrip Publicaciones