El sol encandilaba la mirada de María en aquel camino. Sus párpados temblaban delatando la falta de sueño que su cuerpo parecía resistir. Extraviaba su mirada al costado del camino quedando fija en alguna piedra, arbustos a la distancia. Hacía quince minutos habían abandonado aquella casa, donde se habían reunido los discípulos intentando poner palabra a lo acontecido. Era inútil, habían matado a su compañero, y con ello habían desenmascarado, tal vez, su profunda mentira.”

-Nos negábamos a creerlo así… Pero la realidad se imponía tres días después de la inesperada crucifixión. Sentíamos una profunda tristeza por su muerte, pero tal vez más contundente era la muerte del significado que sus palabras tenían para el pueblo humilde, para nosotros, caminantes de su causa. Aquella reunión estaba cargada de sentimientos encontrados que estallaban en discusiones, recriminaciones, que luego caían en el vacío de la ausencia, en la frialdad del desengaño, en la estupidez de la esperanza de un grupo de personas, con el espíritu quebrado, preguntándose: ¿y ahora qué?”.

-Cleofas y María ya no soportaban esa situación, estaban tristes, tristes de verdad. En el medio de la última discusión habían optado por volver a su casa en el poblado de Emaús, para al menos dar descanso a sus cuerpos.

Habían salido en silencio de aquel lugar hacía poco más de media hora, y se mantenían sin hablar, ambos perdidos en sus pensamientos. Ella intentaba responder sus preguntas. Había estado a punto de hablar, pero la intención se desvanecía antes de transformarse en palabras. Él trataba de entender quién había sido ese Jesús. Antes del viernes hubiera jurado que era el Mesías. Le habían mostrado su apoyo mientras enseñaba en el templo, después de que echó a aquellos hombres que hacían allí sus negocios. Sabían que no simpatizaba al poder religioso, pues sus señales atentaban contra su poder establecido. Los escribas, fariseos y los sacerdotes sostenían que esta era la obra de espíritus impuros. Un agitador de esa calaña, con una buena cantidad de pueblo apoyándolo y depositando en él la esperanza mesiánica, tampoco caía bien al poder imperial, a pesar de que muchos romanos habían creído en su Palabra.

Cleofas rompió el silencio compartiendo sus duros pensamientos con ella. “`¡Estábamos seguros… yo estaba seguro!` -Dijo. “Nunca dudamos en ir a escuchar sus enseñanzas en el templo, y a la vez hacerle el aguante para que no quedara solo con ellos. En un principio las preguntas de los guardianes de la ley parecían curiosas, luego vimos claramente que buscaban dejarlo en evidencia frente a nosotros, que perdiera popularidad, pues su predicación estaba afectando la recaudación del templo, y cuestionando la autoridad de sus voces. Al final fue claro que querían callarlo junto a su movimiento, y la presencia nuestra se tornó crucial para que eso no sucediera. No íbamos a dejar de poner el cuerpo en ese lugar, pues era un acto de fe. Bancar los trapos junto al Mesías, que indudablemente vencería, y libertaría al pueblo oprimido, de eso no cabía duda. Nuestros rostros se hicieron fácilmente identificables. Había un núcleo de gente que siempre estábamos allí, y muchos nos reconocían.

María aún no era capaz de pensar así. No le cerraba que todo había sido una mentira, y que Jesús había sido solo otro gran profeta que había encontrado la muerte por decir algunas verdades. Siguiendo la caminata retrucaba algún duro comentario de su compañero, pero se sentía sin palabras, aún en estado de shock. Había estado a los pies de aquella cruz, había visto a Jesús morir verdaderamente en aquella cruz. No iba a ser fácil de sobrellevar esta pérdida, pérdida de causa, y aún se resistía a ello sin hallar la forma efectiva de hacerlo.”

A mitad del viaje escuchan unas palabras pronunciadas a escasos metros detrás de ellos. –`De qué vienen hablando? El forastero se acercó un poco más. Les dijo que venía mirando su paso cansino hacía algunos minutos y al pescar algo de la conversación, pensó en preguntar. Cleofas se extrañó que el forastero no relacionara lo que había logrado escuchar de su monólogo, con los eventos sucedidos en Jerusalén durante el viernes. “¡Había sido un gran tumulto! Las puertas de la ciudad se cerraron tras la turba que había apresado a Jesús. Solo Pedro había logrado escabullirse dentro de la misma. Por fuera quedamos todos nosotros, que habíamos caminado tras la turba con el pedido explícito de Jesús de no interferir, ni recurrir a la violencia para impedir su captura.

Mucha gente despertó en aquella noche y se unió a nosotros en aquella vigilia fuera de la ciudad. Dentro, poco a poco se fueron enterando de su captura, no se hablaba de otra cosa a un lado y otro del muro y sus alrededores. –`¿Cómo es que este hombre no se enteró de nada?`-

Aun así, compartió con él sus pensamientos, sus esperanzas en que ese profeta sería el Mesías que habría de redimir al pueblo, y como estas se frustraron de un momento a otro, exponiendo ahora a todo el grupo que le seguía al peligro de correr con su misma suerte. También compartió con él el extraño anuncio de las mujeres que habían ido a ungir el cuerpo al sepulcro después del descanso del sábado, y cómo estas encontraron la tumba abierta sin el cuerpo. Pero como eran mujeres su testimonio no tuvo para los discípulos varones mayor importancia.

Para su sorpresa, el presunto desinformado forastero les reprochó su falta de fe. Y comenzó a interpretar las escrituras comenzando desde Moisés, pasando por los profetas que afirmaban la necesidad de que el Cristo padeciera esas cosas y entrara en su gloria. Así caminaron los tres por aquella ruta. Fueron momentos de una mística que no podrían describir con palabras, solo el corazón la percibía; pero la razón se imponía y no daba lugar a otra cosa que no fuera la derrota.

El día declinaba y la noche comenzaba a oscurecer las cercanas construcciones de la aldea Emaús. Vivían en aquella aldea hacía un par de años. Ambos habían frecuentado el movimiento de Juan el Bautista y allí se conocieron. Su predicación sobre el arrepentimiento y la justicia los cautivó. Fue en ese lugar que escucharon por primera vez la identificación de Jesús Nazareno con aquel que los bautizaría en Espíritu Santo y fuego.

Cuando aquel domingo vieron al hombre descender de la zona del Monte de los Olivos montado en un burrito, y escucharon a la gente: -`¡Bendito el que viene en nombre del Señor!`-, supieron que se trataba de Jesús. Compartieron toda esa semana con el grupo de los discípulos y toda esa gente que se reunía en torno a ellos. Sintieron comunitariamente que el día esperado llegaría pronto, ¡que ya había nacido el Mesías esperado y estaba ante las puertas mismas de Jerusalén! Era cuestión de tiempo poder presenciar la justicia que traería para el pueblo… Su Muerte fue un golpe a sus convicciones más profundas, revolucionarias. El caudillo había caído, y con él su proyecto.

Habían llegado a Emaús. El forastero seguiría su camino pues ya anochecía. Se saludarían y aquél momento compartido en el camino quedaría guardado en sus corazones como el día que les hablaron de esperanza cuando habían asesinado al compañero… De haber sucedido así, Cleofas y María no habrían vuelto tan de prisa esa misma noche a Jerusalén, con el corazón ardiendo por aquella noticia que tantos y tantas querrían escuchar.”

Sucedió que, estando los tres en el camino, invitaron al forastero a pasar a su hogar, pues ya era de noche, y querían seguir en su compañía. Dispusieron humildemente la mesa para alimentarse, y el forastero tomó la iniciativa sosteniendo el pan con sus manos. Bendijo el Pan, lo partió y se los dio. Había resucitado”.

Una narrativa de Federico Plenc del texto de Lucas 24:13 – 35.