Entre los protestantes también tiene un lugar importante la educación no formal. En la imagen, un grupo de acam-pantes en el Parque XVII de Febrero (Colonia). En el pizarrón, una frase del luterano Albert Schweitzer. Circa 1950.

Entre los protestantes también tiene un lugar importante la educación no formal. En la imagen, un grupo de acam-pantes en el Parque XVII de Febrero (Colonia). En el pizarrón, una frase del luterano Albert Schweitzer. Circa 1950.

A medio milenio de Lutero y de sus fundantes “95 tesis”, el Protestantismo alcanzó territorios insospechados para el Siglo XVI. Me pregunto si aquel monje agustino habría imaginado que su pensamiento iba a llegar a los confines australes de América. Hoy, ser protestantes en el Río de la Plata es un dato más de la realidad, una identidad confesional que convive con un cúmulo variopinto de expresiones religiosas. En la actualidad, la diversidad es regla y nuestros círculos de sociabilidad se han ampliado.

Pero ese crisol religioso al que nos hemos habituado pone sobre el tapete la pregunta por la vocación del Estado laico y por nuestro lugar en él. Nuestra Historia nos recuerda también que la pluralidad no siempre fue regla, y que al momento de llegar a este continente los protestantes debieron hacer valer su derecho a la diferencia.
Hay cosas que se dicen de los protestantes que se han vuelto clich. Hay cosas que decimos de nosotros mismos que son palabras autocomplacientes. Hoy, a 500 años de la Reforma y a casi 200 de nuestra llegada a esta región, tenemos cosas en común para pensar. Es necesario escarbar las frases armadas y deconstruir nuestros mitos fundantes para que podamos ver los lazos escondidos que unen nuestra historia con la de la tierra que pisamos.
“Descendieron de los barcos”
En alguna oportunidad oí decir que “los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los uruguayos de los barcos”. Más allá del cómico juego de palabras –que también se aplica a los argentinos- la frase comete la injusticia de olvidar la preexistencia de los pueblos indígenas, asumiendo que ellos ‘desaparecieron’ del Plata sin dejar rastro.
Sobre los protestantes, esta expresión tiene otro peso. Muchas veces se dice que han venido de tierras lejanas, con costumbres distintas, como si hubiésemos descendido de otro barco, como si esa identidad no hubiese entrado en el diálogo transcultural. Esa idea prevalece en algunos discursos: la imagen del protestante-inmigrante, inmaculado,
condenado a descender eternamente del mismo barco.
Pero los protestantes tenemos aquí casi tanta Historia como las repúblicas en las que vivimos. En Buenos Aires ya en 1836 existe registro de un misionero –John Dempster- que literalmente descendió del barco y organizó la construcción del primer templo metodista de la región. Dempster también viajó a Montevideo, donde encontró familias norteamericanas dispuestas a organizar una iglesia.
No obstante, la Guerra Grande (1839-1851) sumió en el caos a ambos márgenes del Plata. De un lado los conflictos entre Rosas y los unitarios instalan un ciclo de terror y conspiraciones continuas. Del otro lado, Montevideo permanece sitiada por las fuerzas de Oribe, y barcos franceses e ingleses abastecen al gobierno adicto a los unitarios. Como es lógico, en ese contexto todo lo que suene a inglés se vuelve amigo o enemigo potencial, dependiendo del bando. Así, el apoyo inglés a la Montevideo sitiada permitió la entrada del anglicanismo, y en 1844 se autorizó la construcción de un templo en la ciudad. Luego, la Iglesia Anglicana mantuvo su presencia, acompañando especialmente a ingleses que se asentaron en Fray Bentos, Salto, Conchillas
En varias oleadas ‘descendieron de los barcos’ protestantes luteranos y reformados de múltiples regiones europeas. Muchas veces la sorpresa era que aquellos parientes o amigos que habían llegado primero ya se habían ‘agauchado’. Si bien algunos intentaron conformar grupos cerrados, con el pasar del tiempo la burbuja se rompía y se entraba en contacto con el mundo ‘criollo’. Aquellos protestantes atravesaron la rampa por la que bajaban del barco, y así se iniciaba el diálogo transcultural. Tarde o temprano, ellos forjaron vínculos que los enlazaron a su nuevo lugar de vida. Y desde ese lugar, el Evangelio empezó a decir nuevas cosas.
“Apostaron a la educación”
Desde los orígenes de la Reforma, la idea del sacerdocio universal de los creyentes influyó poderosamente sobre la forma de concebir la educación. Si para Lutero o Calvino los creyentes debían tener un acceso libre a las Escrituras como fuente de fe, entonces era necesario que todos –varones y mujeres- contasen con instrucción elemental. Porque para creer y para defender lo que se cree, era necesario poder leer.
Con esa impronta, los valdenses llegados a Uruguay y Argentina fundaron escuelas, que los domingos hacían de templos improvisados. En 1858, al llegar los valdenses al Departamento de Colonia solo había 142 ‘privilegiados’ niños repartidos en cinco escuelas. A los dos años ya funcionaba en la colonia una escuela mixta, y en pocas décadas estos establecimientos –las ‘petits écoles’- se multiplicaron. Luego, en 1888 se fundaba en Colonia Valdense el primer liceo rural del país.
Los valdenses entendían que la instrucción era una necesidad básica, y copiaron aquí el modelo de escuela que el anglicano Beckwith había creado en los valles piamonteses. La alfabetización era también elemental en comunidades de fe que asignaban tanta importancia a la intervención de los laicos, y para eso era necesario crear más escuelas. En ese afán, el pastor D. Armand Ugon mantuvo correspondencia con autoridades nacionales y con el cónsul italiano, planteando en otros escritos que la instrucción era “una cuestión de vida o muerte”.
Se iniciaba entonces la reforma vareliana, mientras en Argentina Sarmiento promovía la creación de escuelas normales. En ese mismo período, Cecilia Güelfi –metodista y reconocida maestra vareliana- funda junto a su hermano escuelas evangélicas gratuitas. Este es el germen del futuro Instituto Crandon, surgido en un tiempo de polémica candente sobre el rol del estado en la educación.
“Pelearon contra las dictaduras”
Para ahorrar palabras, a veces oímos decir que en el Río de la Plata los protestantes lucharon contra las últimas dictaduras. Pero la expresión tiene un aire de heroicidad que deberíamos proble matizar.
En los sesenta las iglesias protestantes seguían involucrándose en polémicas de agenda pública, esta vez con mayor intensidad. Muchos protestantes ocuparon lugares de militancia social, se abrieron al diálogo ecuménico y dialogaron con nuevas corrientes de pensamiento teológico. Surgía en ese entonces la Junta Latinoamericana de Iglesia y Sociedad (ISAL), y daba sus primeros pasos la Teología de la Liberación.
En aquella coyuntura de efervescencia política y social, los protestantes hicieron un esfuerzo por comprender teológicamente su tiempo y por actuar en consecuencia. Pero al momento de producirse los golpes de Estado en Uruguay (1973) y Argentina (1976) estas iglesias ya habrán experimentado conflictos internos e importantes fracturas, producto de la creciente polarización.
Durante el tortuoso período dictatorial, muchas iglesias también fueron objeto de seguimiento. Escindidas y debilitadas, experimentaron la represión y un control policíaco que alimentó su oposición al régimen de facto. Entre los metodistas, hubo quienes se organizaron para asistir a personas en riesgo de vida a salir de estos países. En general también comenzaron a visitar detenidos, a interceder por ellos y a ayudar a sus familiares. Entre los valdenses, la clausura del Mensajero Valdense (1974), las detenciones, la vigilancia rigurosa de las actividades y el intento de intervenir el Sínodo de 1977 terminaron alineando fuerzas en contra del régimen.
Pero más que una lucha heroica, lo que se experimentó fue el dolor de la ruptura, la necesidad de buscar caminos de reconciliación y de ensayar pequeños gestos de resistencia. Así, ayudar a un perseguido político a emprender el exilio, orar por un hermano preso, pedir perdón por las omisiones cometidas u organizar un ayuno, fueron tímidas voces en el desmoronamiento silencioso de aquellos regímenes.
A casi doscientos años de pisar este suelo, nuestra identidad protestante ya es parte de la idiosin– crasia platense. Hoy ni Lutero, ni Dempster ni Armand Ugon están en nuestros zapatos ni escriben con nuestros teclados. Nos toca a nosotros pensar la forma en que esta identidad irá marcando el futuro, la manera en que nuestras iglesias necesitan de la Reforma permanente. No fundamos hoy petitsécoles ni intercedemos por los presos políticos. Otras son las emergencias a afrontar; otras cosas se dirán de nosotros.
J. Javier Pioli
Licenciado en Teología (ISEDET)
Estudiante avanzado de Profesorado de Historia (IPA)
Fuente: IERP