1973, Montevideo, cuartel noveno de caballería: jodida noche. Rugidos de camiones, ráfagas de metralla, los presos al suelo, boca abajo, manos en la nuca, un fusil clavado en cada espalda, gritos, patadas, culatazos, amenazas… A la mañana siguiente, uno de los presos, que todavía no había perdido la cuenta del almanaque, recordó: – Hoy es Domingo de Pascua. Estaba prohibido juntarse. Pero se hizo. Al centro del barracón, se hizo. Ayudaron los que no eran cristianos. Algunos vigilaban los portones de rejas y seguían los pasos de los soldados de guardia. Otros formaban un anillo de gente que iba y venía, caminando como al descuido, alrededor de los celebrantes. Miguel Brun susurró algunas palabras. Evocó la resurrección de Jesús, que anunciaba la redención de todos los cautivos. Jesús había sido perseguido, encarcelado, atormentado y asesinado, pero un domingo como este había hecho crujir a los muros, y los había volteado, para que toda prisión tuviera libertad y toda soledad tuviera encuentro. Los presos no tenían nada. Ni pan, ni vino, ni vasos siquiera. Fue la comunión de las manos vacías. Miguel ofreció al que se había ofrecido: – Comamos – susurró. Éste es su cuerpo. Y los cristianos se llevaron la mano a la boca y comieron el pan invisible. – Bebamos. Ésta es su sangre. Y alzaron la ninguna copa, y bebieron el vino invisible.»
Bocas del Tiempo (2007)
Mi reflexión se hizo a la madrugada cuando caía la lluvia de junio y en éste día cumple años un hermano mayor que decidió su mejor vida en una ciudad solo y en la calle. Tiene una carpintería rústica en el malecón, hace mecitas y pequeñas bancas en madera.