En medio de la pandemia y un fundamentalismo creciente, una congregación inclusiva tiende puentes en la comunidad cubana y lucha por el cambio social.

Eileen Sosin Martínez

 

Una ceremonia de matrimonio homosexual en la ICM. Foto: cortesía de ICM.

Leonel Linares es un cubano gay que a lo largo de su vida ha asistido a muchas misas y otras liturgias, pero nunca se sintió a gusto ni reconocido. Cuatro años atrás un amigo le habló de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana (ICM) en la ciudad de Matanzas, unos 100 kilómetros al este de La Habana.

Hoy, Leonel es diácono de la ICM, filial cubana de la Metropolitan Community Church (MCC), una confesión protestante internacional que acoge abiertamente a personas LGBTIQ y les proporciona un espacio para practicar su fe y expresar sus identidades.

Fundada en California en 1968, la MCC plantea una interpretación liberal del cristianismo, basada en el respeto, el amor y la justicia. Alienta a sus integrantes a impulsar sus objetivos mediante el activismo social y una inclusión radical. En Cuba, la IMC no solo da la bienvenida a la comunidad LGBTIQ, sino a personas que profesan religiones afrocubanas, desaprobadas en la mayoría de las iglesias de este país.

Lo que más me gusta es que me hace sentir útil, por el trabajo dentro de la localidad”, asegura el diácono Linares.

Desde su fundación en 2015, la ICM ha forjado vínculos con instituciones disímiles, como el gubernamental Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), que dirige Mariela Castro, hija del presidente Raúl Castro, el Centro Memorial Martin Luther King, que reúne a cristianos de todas las denominaciones y realiza educación y entrenamiento, y la Red de Educadoras y Educadores Populares.

Su radio de acción alcanza intervenciones educativas para concientizar sobre salud sexual, distribución de condones y materiales informativos. Miembros de la congregación también participan en la limpieza de ríos y playas, realizan reciclaje y actividades para niños.

Siempre tratamos de establecer alianzas con todos los proyectos relacionados con las cosas en las cuales creemos, y mientras más alianzas tengamos, mucho mejor”, afirma Elaine Saralegui, pastora y líder de la iglesia.

En el contexto de la pandemia, ICM se ha manifestado mediante el acompañamiento y ayuda a ancianos sin familia: llevarles alimentos, conversar con ellos, demostrarles que no estaban solos. Además, han rescatado perros y gatos abandonados por sus dueños, para luego entregarlos en adopción.

En los primeros días de confinamiento, ICM creó un grupo de WhatsApp donde comparte sus oraciones y preocupaciones. “No somos una iglesia de capilla ni de templo; somos una iglesia sin paredes”, señala la pastora Yivi Cruz. “Estamos donde nos necesiten, con una casa de campaña en una mochila”.

Lo personal es político

Lidia Portilla cuenta su historia con voz pausada. La Iglesia Metodista de Matanzas fue el lugar de sus inicios en la fe cristiana, y también el origen de mucho sufrimiento. “Por supuesto, para ellos ser homosexual es pecado. Yo estaba confundida, y pensaba: ‘Dios mío, cómo puedo amarte si soy lesbiana… estoy siendo una hipócrita, una mentirosa…”.

Recuerda los ayunos, las plegarias de rodillas, pidiendo a Dios que la cambiara, que pudiera encontrar un hombre que la hiciera feliz, y casarse. Decidió no ir más a la iglesia, aunque a veces volvía. “Constantemente era una inestabilidad terrible”, confiesa.

Entonces descubrió la ICM, que abraza la diversidad sexual y de género como parte de su misión, y su vida dio un giro. “Me sentí tan bien, liberada de tanta carga que yo traía”. Para ella, ese mensaje sanador y constructivo de ICM puede cambiar el futuro de muchas personas, como le ocurrió a ella.

 

Una bandera del orgullo en el altar de la IMC. Foto: cortesía de IMC.

Sin embargo, la iglesia desarrolla su misión en un momento de auge de los fundamentalismos religiosos en Cuba. La reforma constitucional adoptada el año pasado comprendía en principio el matrimonio entre personas del mismo sexo. Entonces las denominaciones cristianas más conservadoras lanzaron una campaña a favor del “diseño original” de la familia, y finalmente este asunto quedó excluido de la Constitución aprobada.

El matrimonio igualitario fue trasladado al Código de Familia, que se encuentra en revisión, y posiblemente sea sometido a referéndum.

Luego de que cinco iglesias protestantes circularan una carta en contra del matrimonio igualitario, la ICM proclamó en un comunicado el carácter poliamoroso y radicalmente inclusivo de Dios.

Aspiramos a que hablen con las personas LGBTIQ y no sobre las personas LGBTIQ, a que no se nos excluya de sus diálogos, que se convierten en monólogos cuando no estamos representados y representadas”, decía el documento. La ICM recalcó que seguiría apoyando toda política pública dirigida a las emancipaciones del ser humano.

Según Saralegui, el fundamentalismo no se observa solo en la iglesia, sino en toda la sociedad. “Quienes reciben el adoctrinamiento religioso después van a sus espacios seculares con tales ideas, y aparecen en cualquier parte”. Cruz agrega que se debe influir desde el ejemplo, pues al final son las personas quienes van votar para ganarle al fundamentalismo.

Mientras la ley todavía no permite matrimonios entre personas del mismo sexo, la Iglesia de la Comunidad Metropolitana bendice y celebra bodas de parejas no heteronormativas.

Para Saralegui estas ceremonias representan un freno a la violencia espiritual que han padecido estas parejas.

Son liturgias hermosísimas, emocionantes, con todas yo me estremezco… Y si estaba cansada, en ese momento miro a las personas que se acercan buscando la bendición de Dios y de la comunidad, y me digo: ‘por estas cosas vale la pena seguir’”.

Una razón de ser

La Iglesia de la Comunidad Metropolitana de Cuba tuvo un nacimiento doloroso. El grupo Somos, integrado por personas LGBTIQ y al que pertenecía Saralegui, se reunía en la Primera Iglesia Bautista de Matanzas. Allí compartían historias personales, debatían sobre género y teología, veían películas relacionadas con estos temas.

Algunos de los encuentros fueron abiertos al público y, poco a poco, llegaron otros feligreses. Las parejas LGBTIQ tenían manifestaciones de afecto, y las tensiones no tardaron en aparecer.

Cuando el fundador de la MCC, Troy Perry, visitó Cuba en 2015, integrantes del grupo Somos aceptaron su propuesta de crear una filial de su iglesia en este país.

Jorge Alfonso, diácono de ICM, recuerda que al principio los servicios religiosos se hacían en la casa de Cruz. “Fueron tiempos de mucha unión, de vivir con lo que teníamos”, dice.

Nos sentábamos en la azotea”, agrega Cruz. “Pero cuando llovía entrábamos a mi cuarto, y éramos 20, 25, casi unos encima de otros”.

El templo con el que cuentan hoy recibe cada viernes en la noche unas 30 y tantas personas, entre feligreses, visitantes, amigos y familiares.

Además de la iglesia en Matanzas, la ICM estableció una pequeña comunidad en La Habana. Entre los asuntos pendientes figuran un mayor reconocimiento por parte de las instancias oficiales y de otros grupos religiosos, así como la personalidad jurídica.

Al hablar sobre esta iglesia, sus miembros coinciden en la misma palabra: “familia”. Y expresan orgullo por su papel en promover un cambio social más amplio. Mariaelaine Pérez, una de las fundadoras, lo resume así: “No es una iglesia que se queda sentada, sino que sale a luchar y apoyar”.

Autora: Eileen Sosin Martínez

Fuente: Open Democracy