La diversidad de comunidades cristianas que, junto a otras tradiciones, desarrollan su misión en nuestro país, daría una gran amplitud a este tema. Ello no es posible en este espacio, por lo cual me remitiré a mi experiencia como miembro y pastora de la Iglesia Metodista en el Uruguay.

La Iglesia Metodista plantea su misión desde una teología afín al Protestantismo con una historia, desde sus orígenes, de fuerte inserción en la sociedad, Inglaterra siglo XVIII. Los problemas sociales eran prioridad en la agenda de los primeros metodistas que trabajaban en cárceles, fundando escuelas, servicios médicos, como expresión de su proclamación de un Evangelio de justicia y paz. Desde esa perspectiva, la lucha por el cumplimiento de los Derechos Humanos sigue siendo una prioridad en las propuestas de misión de todas las épocas, y, por ende, muy pertinente en tiempos de dictadura.

La dictadura atacó con fuerza las iglesias, así como lo hizo con las personas, las familias y las instituciones. La Iglesia Metodista afrontó este período con gran sufrimiento por la pérdida de vidas, la tortura y encarcelamiento de tantas personas, el exilio, la persecución permanente. Esta situación afectaba la vida comunitaria, creando desconfianza, conflictos, pérdida de membresía.

Al mismo tiempo, y, esto es muy importante, se generaron fuertes vínculos solidarios, formas creativas de reunión y comunicación, acompañamiento a las familias más afectadas. Un punto fuerte de la resistencia fue la solidaridad internacional de iglesias e instituciones cristianas y gubernamentales, animadas por el testimonio de uruguayos/as exiliados que desde sus países de recibo acompañaban la lucha interna por recuperar la democracia. Podríamos mencionar muchas personas entre ellos dos de nuestros presidentes: los pastores Oscar Bolioli y Emilio Castro.

Al comienzo, mientras la represión se orientaba más hacia el Movimiento Tupamaro las iglesias tuvimos cierto espacio de acción solidaria como el funcionamiento de liceos populares en nuestra iglesia Metodista Central, el acompañamiento a familias fracturadas por la represión, la visita a presos y la gestión de algunos de nuestros líderes para concertar visitas y acciones internacionales que testimoniaran de la situación que se vivía en Uruguay. Estas acciones rápidamente despertaron la desconfianza de los organismos represores y la persecución hacia nuestra Iglesia se hizo más intensa con el encarcelamiento de pastores y laicos y un mayor control de actividades regulares.

La situación de la Iglesia Metodista se agravó con la muerte de Armando Acosta y Lara, miembro del Consejo Interventor de Secundaria, por un comando tupamaro que utilizó nuestros edificios como apoyo logístico. Al día siguiente una bomba destruyó gran parte de nuestro templo. Esta situación se vivió con angustia en la congregación, pero rápidamente se organizó la reconstrucción del templo.

Hubo también acciones de pastores y laicos que se sumaron al movimiento nacional que finalmente logró recuperar la democracia. Entre estos actos, el ayuno realizado por el pastor Ademar Olivera junto a otras personas fue un momento muy significativo de resistencia. Podemos decir que la Iglesia Metodista sufrió rupturas, y, a la vez, reforzamiento de la conciencia de su misión en defensa de los DDHH.

Lic. Araceli Ezzatti, Pastora metodista.