“El cuerpo está sometido a diversos esfuerzos y poderes, pero la conciencia no está sometida a nadie porque por medio y a través del Evangelio tiene libertad ante el pecado, la muerte, la ley, el infierno, etc y de todo estatuto humano.”

Martin Lutero

La conciencia es libre por la libertad que Cristo ha logrado por el amor y la misericordia del Padre a través de su Espíritu.

La libertad del Evangelio es la libertad en la que no hay un destino marcado que nos impide realizar elecciones en nuestro actuar y pensar cotidiano, no hay un libre albedrío que nos de la capacidad de decidir si aceptamos o no el actuar de Dios, porque Dios irrumpe en la realidad incluso en contra de nuestro deseo. No hay solamente libertad de pensamiento sino también -y sobre todo- libertad de conciencia.

El ser humano es un bicho paradójico, siempre está atravesado por su parte consciente e inconsciente, está sujeto a una cultura que se mueve entre el consciente y el inconsciente colectivo. Podríamos quizás decir que la conciencia es la punta del iceberg y el inconsciente el gran bloque que subyace, pero sin duda es mucho más grande y más poderoso que la conciencia. Ahora bien, sabemos que a medida que “se acomodan” las cosas que subyacen, la punta del iceberg también cambia. Lo interesante es que Dios no actúa sobre la punta del iceberg cuando genera un “shock ontológico” en el sistema nervioso del ser humano, sino que actúa en aquello que subyace, en lo más profundo del ser. Nótese que la metáfora del iceberg es una metáfora en donde el bloque de hielo de por sí es completamente pasivo. ¿Puede esto acaso aplicarse a una comunidad que se supone ha de estar en movimiento?

La libertad del Evangelio no es una libertad que termina donde empieza la libertad del otro. Puesto que si el otro es mi obstáculo preciso deshacerme de él, preciso dominarlo, eliminarlo. La libertad del Evangelio es una libertad comunitaria porque es una libertad compartida. No tiene cada uno su propia libertad, sino que hay una libertad en la que podemos o no habitar.

La libertad del Evangelio es una libertad compartida que en términos éticos (por la libertad de conciencia) está interesada en la vida de toda la Creación y en la construcción del bien común. Nadie merece nada y nadie es dueño de nada. ¿De qué se trata el bien común? La comunidad cristiana es el espacio donde no se justifica la desigualdad de poder a costa de la libertad. En palabras de Lutero: “El cristiano no vive en sí mismo, sino en Cristo y en el prójimo, en Cristo por la fe y en el prójimo por el amor. Por la fe sale el cristiano de sí mismo y va a Dios; de Dios vuelve el cristiano y a sí mismo por el amor; pero siempre permanece en Dios y en el amor”. (…) He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana, que libra el corazón de todo pecado, mandamiento y ley, la libertad que supera a toda otra como los cielos superan a la tierra. ¡Quiera Dios hacernos comprender rectamente esta libertad y que la conservemos!”

La libertad de conciencia es la capacidad de juzgar sobre las obras, pero no para diferenciar cuáles son buenas y cuáles son malas. El ser humano no tiene esa capacidad. “Juzgar sobre las obras” es el ejercicio ético que corresponde a cada ser pensante y que ha de ser dialogado en comunidad bajo la cruz. Es la capacidad de discernir respecto cuáles son los “haceres”, las acciones y las obras o hechos y en qué medida éstas/éstos están proclamando el Evangelio de libertad. La pregunta concreta entonces es: ¿Qué estamos haciendo? (Otra pregunta también podría ser ¿en qué estamos depositando nuestra fe/confianza?)

¿Qué estamos haciendo? Esa es la pregunta a nuestra conciencia cristiana con y en su libertad. La capacidad de enjuiciar el hacer y nuestras obras es la principal capacidad que nos habilita la libertad de conciencia. Pero no diferenciando entre el bien y el mal sino discerniendo si ese hacer y esas obras efectivamente están proclamando el Evangelio de la libertad y de la liberación. Porque el Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación, como muchos han osado decir.

La función de la iglesia es la proclamación del Evangelio en todas sus formas posibles. Si el Evangelio es entendido como un mensaje de libertad y una fuerza de liberación, ¿qué es lo que estamos proclamando y construyendo como iglesias? ¿Cómo percibimos esa fuerza de liberación?

La iglesia no existe para bien de sí misma sino que está a disposición del bien de los seres humanos. Este “bien” no es abstracto ni inalcanzable, más bien ha de ser comprendido como el mayor bien posible en cada circunstancia, situación o persona concretas.

Ahora bien, no podemos comprender el “lo mejor posible”/“el mayor bien posible” de manera utilitarista puesto que el utilitarismo acecha cual fuerza demoníaca capturando nuestras maneras de relacionarnos. Y embargando nuestra conciencia con una culpa que solo el capitalismo, en tanto culto, ha sabido hacer.

Y no es sólo una culpa en la conciencia sino que es una deuda real. Para afrontar la deuda -que en el esquema capitalista ni Dios perdona- se recurre al utilitarismo. ¿Qué me sirve? ¿Qué no me sirve? ¿Quién me sirve? Son preguntas que el utilitarismo hace. Dice Franz Hinkelammert, citando a un místico que lo indispensable es inútil. Aquello que es indispensable para la vida (el amor, los afectos, la alimentación, el descanso, el ocio, el compartir momentos importantes con otros y otras, el abrirnos a conocer y escuchar a otros y otras) y la reivindicación de la vida (la dignidad), es inútil para el mercado que realiza todo su cálculo en relación a la utilidad de productos/mercancías.

El Evangelio no es un producto que pueda ser medido por su “utilidad de cambio” (valor/precio). El Evangelio es algo que viene “de afuera” a través de palabra del prójimo y la prójima.

Podríamos entonces ampliar la pregunta a nuestra conciencia de la siguiente manera: ¿Qué estamos haciendo en relación a “lo que es indispensable para la vida” (que en tanto cristianos y cristianas podemos entender como proclamación del Evangelio)? ¿Qué es lo que estamos haciendo? ¿Qué tienen que ver mis acciones cotidianas con proclamación del Evangelio?

ovejas quino
Stefanie Kreher

Referencias bibliográficas:

Hinkelammert, Franz, Lo indispensable es inútil, Arlequín, San José, 2012.

Luther, Martin, Die Freiheit des Gewissens, GTB, Gütersloh, 1994.

Lutero, Martín, Derechos de una comunidad cristiana, 1529.

Segundo, Juan Luis, El dogma que libera, Sal Terrae, Santander, 1989

Fuente: www.ierp.org.ar Ciclo de reflexiones sobre los 500 años de la Reforma Protestante