Mariana Abreu
29 enero, 2021

Aunque los citados parezcan irreconciliables y las iglesias ardan en alguna consigna rojinegra, el diálogo entre sus seguidores viene durando y mostró su fecundidad, entre otras veces, hace tiempo, por acá.

(Integrantes de la Comunidad del Sur llegando a El Arado un domingo de 1954 Gentileza de Bruderhof Historical Archives)

Son las ocho de la noche en Montevideo y las seis de la tarde en Nueva York. La pantalla del teléfono se ilumina y aparece la foto de Coretta Thomson (sonriente, con un bebé en brazos; su cabello rubio asoma bajo el pañuelo). Su español con acento viaja por el continente y se mete en el cable de los auriculares. Llega desde el Bruderhof, una comunidad cristiana de raíz anabautista surgida hace poco más de un siglo,1 con sede en Estados Unidos. Allí nació Thomson, en 1987.

Después, otra llamada. A estas latitudes. Es Laura Prieto. Nació en una comunidad distinta, libertaria. La Comunidad del Sur, creada en 1955, ha sido la experiencia uruguaya comunitaria y anarquista (aunque nunca se nombró explícitamente de esa forma) de mayores dimensiones e influencia. Quien está del otro lado del teléfono usa el pelo cano y lentes, al menos en su foto de Whatsapp, y también sonríe. Vino al mundo 30 años antes que Thomson y nunca habló con ella.

Las mujeres han coincidido nada más que en estos párrafos, pero una historia común ha determinado parte de sus vidas. Comenzó en los inicios de la década del 50, con la llegada de integrantes del Bruderhof a Uruguay. Aunque la congregación (que llegó a albergar a 90 miembros) se relacionó con grupos protestantes, judíos y, en menor medida, católicos, forjó su vínculo más importante con ateos: anarquistas. Eran universitarios de 20 y pocos años e ideas libertarias, mayoritariamente de Bellas Artes y militantes estudiantiles. El vínculo con los cristianos fue tan importante que se inspiraron en ellos para formar su propia comunidad.2

De acuerdo con el relato de Edda Ferreira, madre de Prieto y fundadora de la Comunidad del Sur, los anarquistas conocieron a los barbudos (así los llamaban) en una charla en un centro de estudiantes, a la vuelta del bar donde se reunían para hablar de la vida y la política: «Se vestían raro: todos de negro, antiguos; las mujeres, con polleras largas y un pañuelito que les tapaba el pelo. Eran extraños. La charla nos interesó porque decían que entre ellos no había ladrones, que era un lugar de solidaridad, de respeto mutuo, de amor […]. Fuimos a visitarlos, ¡y nos gustaron! […] Nos dijeron: “Si ustedes quieren hacer algo así, ¿por qué no empiezan? Nos apretaron así y nosotros aceptamos».3

«Conocí a los barbudos cuando era niña. Cultivaban frutillas, las vendían en la feria y, cuando tenían excedente, nos lo dejaban. Estos jóvenes, que después crearían la Comunidad del Sur, ya se cuestionaban la propiedad, el poder, las relaciones entre hombres y mujeres, y la distribución del trabajo, y se planteaban la necesidad de un cambio social. Empezaron a mirar con buenos ojos a esa gente que tenía una propuesta comunitaria y horizontal, que ponía en práctica la vida de la que ellos hablaban», cuenta Prieto, que estima que en la comunidad llegaron a convivir, de forma permanente, unas 40 personas, pero cientos estuvieron vinculadas a ella.

En El Arado, el predio en el Montevideo rural donde permaneció la congregación la mayor parte de su estadía en Uruguay, los cristianos plantaban frutas y verduras, criaban animales y vendían sus productos; algunos trabajaban afuera. Cada núcleo familiar tenía su casa, además de los espacios comunes donde comían, oraban y compartían cantos y lecturas. Tomaban las decisiones por unanimidad y la educación de los niños ocupaba un lugar central en la actividad. Los estatutos del Bruderhof establecen la completa comunidad de la propiedad y los bienes de producción y consumo, e instan a los miembros a entregar incondicionalmente sus ingresos al colectivo.4 «Todos aportan lo que pueden y todos toman lo que necesitan, según las capacidades y las necesidades de cada uno. Es la visión de [Karl] Marx, sólo que Marx la robó de los primeros cristianos y después sacó a Dios», dice Thomson medio en broma, medio en serio.

La Comunidad del Sur, influenciada por la teoría libertaria y la práctica de los barbudos, se propuso resignificar todas las dimensiones de la vida bajo las premisas de la autogestión y el rechazo a la propiedad privada. El trabajo en el hogar y la imprenta era horizontal y con rotación de roles; las asambleas, el espacio para tomar decisiones, siempre colectivas y por acuerdo. Y, aunque no dejaban de reconocer la paternidad biológica, todos los integrantes estaban involucrados en la crianza de los pequeños.5

Hace cuatro años Thomson llegó a Uruguay para perfeccionar su español y rescatar la historia (que finalmente plasmó en una tesis de grado) del paso del Bruderhof por este país. Hallazgos como los que enseñan los documentos de El Arado sobre el intenso vínculo con los anarquistas sorprendieron incluso a académicos dedicados a temas políticos y religiosos. No tanto a ella: «El Bruderhof se ha relacionado con organizaciones de izquierda. No es que seamos un grupo de izquierda, pero tenemos sentimientos en pro de la justicia social y de luchar por los derechos de los pobres. En sus orígenes, la comunidad se formó con personas insatisfechas con los buenos sueldos de los pastores y la verticalidad de la Iglesia, y con gente proveniente de círculos de izquierda radical».

Si bien la fe en Cristo y el matrimonio entre hombre y mujer para toda la vida, algo sobre lo que está convencido el Bruderhof, son principios que se ubican en las antípodas de los de la Comunidad del Sur, el pacifismo, la mirada internacional y el deseo de construir un mundo mejor supusieron importantes coincidencias.6 El lazo entre los integrantes de ambos grupos llegó a ser tan estrecho que, cuenta Prieto, su familia vivió unos meses en El Arado. Sus padres decidieron ir allí para trabajar sus «problemas de pareja». «Te entusiasmaba aquello, te parecía que las cosas eran posibles», recuerda un viejo anarquista de su paso por la Comunidad del Sur y el tiempo de los barbudos.

VIEJOS LAZOS

El diálogo entre libertarios y cristianos no es una novedad. «En Uruguay comenzó en las fábricas, donde confluían anarquistas, católicos y cristianos, que tenían sus espacios sindicales, a mediados del siglo pasado», sostiene el investigador especializado en religión Nicolás Iglesias. Agrega que cristianos y anarquistas han realizado actividades y publicaciones conjuntas a lo largo del tiempo.

A sus 85 años, Juan Carlos Mechoso, histórico integrante de la Federación Anarquista Uruguaya, cuenta que en los años cincuenta militantes sindicales y anarquistas, junto con miembros de la Comunidad Cristiana de La Teja, ocuparon viviendas municipales que iban a entregarse a clubes políticos para que pudieran ser habitadas por personas que no tenían donde vivir: «Nosotros rompimos las puertas, pero los cristianos nos acompañaron». También se acuerda de la participación de un pastor metodista en las convocatorias en el Ateneo del Cerro-Teja en apoyo a la huelga de los frigoríficos, por la misma época, y de los jóvenes de la Resistencia Obrera Estudiantil que se encontraban en la iglesia del Cerro para salir a pegatinear por el barrio. Menciona con naturalidad las reuniones de anarquistas (y otros grupos) en las iglesias de La Teja y La Unión, poco antes de la dictadura. «Los curas no ponían ninguna condición. Estaban las Biblias ahí, en los bancos. Vos las amontonabas en un rincón y te sentabas», dice, y le da un poco de risa.

El vínculo anarco-cristiano no sólo se remonta más allá de esta era, sino que hay quienes consideran que los primeros cristianos, los «verdaderos», encarnaban parte de lo que han sido los ideales anarquistas. Es lo que se conoce con el nombre de cristianismo primitivo o comunitario. «De acuerdo con una posible interpretación de los Evangelios, en los siglos I y II los cristianos compartían los bienes y a nadie le faltaba nada. Vivían en comunidad, sin propiedad privada, tomando las decisiones en conjunto, es decir, compartiendo la dimensión religiosa, pero también la vida cotidiana. A partir de esos relatos de la Biblia, muchos grupos cristianos en distintos momentos de la historia han decidido volver a ese tipo de vida sencilla, sin jerarquías, como una forma de acercarse a la esencia de la fe cristiana, más allá de las estructuras institucionales y el poder de turno», afirma Iglesias. Aclara que el cristianismo comunitario no existe desde el punto de vista confesional: se trata de una corriente teológico-ideológica, una manera de vivir la fe. Es, vale aclarar, una expresión minoritaria dentro del cristianismo.

En la misma línea, el doctor en Ciencias de la Educación y docente de Filosofía Gerardo Garay sostiene que el anarquismo y el cristianismo tienen varias coincidencias, aunque «generalmente se cree que transcurren por caminos distintos y antagónicos». «Estas corrientes se han asumido como un modo de vida tanto individual como colectivo, con utopías, en el fondo, no tan distintas», apunta. Señala que el escritor paraguayo libertario Rafael Barret (a quien dedicó un libro) citaba más a Jesús y a los apóstoles que a los autores anarquistas. «En la historia ha habido anarquistas que se dicen cristianos, como [León] Tolstói. En Estados Unidos, que tiene un desarrollo sociointelectual anarquista muy grande, ha habido monjas anarquistas», añade. Evidentemente, el anarquismo, un mundo heterogéneo y complejo, alberga varias vertientes y no todas se identifican con aspectos del cristianismo, por lo que Garay prefiere hablar de anarquismos, en plural: «El ateísmo, la crítica dura a la creencia religiosa y los dogmatismos, ha sido una corriente muy pesada en la historia del anarquismo. Pero también está lo otro: si para algunos las comunidades de fe o la figura de Jesús generan espacios de libertad creciente, ¿por qué negarse a ellos?».

La revolución nunca ha estado en los planes del Bruderhof, a diferencia de corrientes del cristianismo asociadas a la izquierda que sí han tenido dimensiones bélicas, como la teología de la liberación (que desde su nacimiento, en los años sesenta, ha acaparado más atención que el cristianismo comunitario, principalmente en el continente latinoamericano). La clásica disyuntiva sobre los medios y los fines también ha suscitado diferencias y divisiones dentro de los anarquismos. Garay considera: «Es posible que hoy en día prevalezca en el mundo el insurreccionalismo, la confrontación y la violencia, el sabotaje al Estado como forma de poner en tensión a la sociedad burguesa». Sin embargo, explica, ciertas concepciones buscan combatir el poder con prácticas pacifistas que tienen que ver, principalmente, con la organización de la vida cotidiana.

La integrante del Bruderhof diferencia a «los anarquistas del tipo anarcosocialistas, que hablan de amor y justicia», entre los que incluye a la Comunidad del Sur,7 de los «ácratas que tiran bombas». «Debemos ser el cambio que queremos ver. Quizá algún día el mundo cambie, quizás no. Varios anarquistas dicen: “Vamos a hacerlo de una manera más apresurada: vamos a hacer la revolución”. Esa es una diferencia que tienen con nosotros», dice.

MAYÚSCULAS SIN QUERER Y UN FAROL

En 1960 la congregación del Bruderhof emprendió su retirada de Uruguay, tierras a las que había llegado casi de casualidad, tras huir del nazismo en Alemania y emigrar a varios países. Cuando se fueron a Estados Unidos, los barbudos dejaron a la Comunidad del Sur los bancos, las sillas y los juguetes de madera que habían fabricado. Prieto cuenta que una de las integrantes de El Arado se enamoró de un uruguayo de la comunidad y se quedó a vivir con los anarquistas, y que, a la inversa, una joven libertaria se marchó con los religiosos.

Tras la ida de los barbudos, las comunidades siguieron en contacto. Durante su exilio y luego de este,8 algunos anarquistas viajaron a visitarlos. Thomson cita en su investigación un mail, fechado en 2000, que Ruben Prieto, padre de Laura y fundador de la Comunidad del Sur, envió a Klaus Meier, integrante del Bruderhof, ambos fallecidos: «Me gustaría inventar un diálogo a distancia sobre temas comunes y, sobre todo, mantener un vínculo que nos anime en momentos de debilitamiento. LOS “BARBUDOS” FUERON Y SON UN REFERENTE PARA NOSOTROS. (Las mayúsculas fueron sin querer, pero las dejo porque es verdad.)». Según Thomson, las razones de la partida tuvieron que ver con la configuración del movimiento a nivel global: «En América del Sur el Bruderhof no logró agrandar considerablemente su comunidad, probablemente por un tema cultural. Además, tenía dificultades económicas y buscaba achicar el número de congregaciones».

En paralelo, los barbudos empezaron a tomar distancia de los libertarios. Comenzaban los convulsionados años sesenta: «Los anarquistas se politizaron. Acercarse a un movimiento de buscadores utópicos es una cosa y estar tan involucrados con un grupo que se ve más político es… A fin de cuentas, no estamos para la política. Muchas veces los integrantes de El Arado se preguntaban cómo podían seguir ayudando a sus amigos, que les pedían respuestas prácticas a cómo hacer esto o aquello. Ellos les decían que sus acciones se basaban en la fe en Dios y en una vida en la que hay perdón de los pecados, y que no era posible imitarlos. Quizá fue ese el momento de dejar el movimiento anarquista». Las diferentes concepciones sobre las relaciones amorosas, que en la Comunidad del Sur se tornaron más libres cuando los grupos ya estaban en diferentes geografías, tampoco ayudaron al acercamiento.

Para Prieto, la partida de la congregación estuvo estrechamente ligada al distanciamiento de la Comunidad del Sur: «Los barbudos se fueron de acá porque en su comunidad había demasiada influencia del anarquismo. Cuando pasé a visitarlos a Nueva York, a la vuelta del exilio, uno de los viejos que habían estado en Montevideo me dijo que la Comunidad del Sur era como un farol al que le faltaba la luz, que era Dios. Quizá se fueron porque temían perder la luz».

1. Corriente del protestantismo que no practica el bautismo de niños.

2. Coretta Thomson, «Una estela en el Río de la Plata. El Bruderhof en Uruguay, 1950-1960», tesis de la Licenciatura en Humanidades, Universidad de Montevideo, 2020.

3. Ivonne Trías y Universindo Rodríguez, Gerardo Gatti: revolucionario, Trilce, Montevideo, 2012.

4. Thomson, ob. cit.

5. Adriana Miniño, «En torno a los orígenes de la Comunidad del Sur. Indicios de una plural y heterodoxa genealogía», II Congreso Internacional de Investigadorxs sobre Anarquismo(s), Montevideo, 2019. Actualmente, para una tesis de maestría, Miniño profundiza sobre los vínculos entre la Comunidad del Sur y la Sociedad de Hermanos (Bruderhof).

6. Thomson, ob. cit.

7. Prieto afirma: «Aunque tuvo contacto con grupos armados durante la dictadura, la Comunidad del Sur siempre fue pacifista e intentó cambiar el mundo a través de la vida cotidiana».

8. Durante la dictadura el grupo vendió su terreno y, con el exilio de varios de sus integrantes, se desperdigó. Luego de la apertura democrática, algunos de los miembros originales y un grupo de jóvenes refundaron la Comunidad del Sur.

¿Opio de los pueblos?

«La izquierda política uruguaya ha tenido un gran problema histórico para vincularse con lo religioso», dispara Nicolás Iglesias. «A diferencia del sandinismo nicaragüense y el Partido de los Trabajadores brasileño, aquí la izquierda tiene dificultades para comprender el fenómeno religioso e incorporar lo espiritual en la dimensión revolucionaria», señala.

Para el investigador, el enfoque de la laicidad en Uruguay apunta a que la religiosidad se encapsule en la vida privada, lo que hace que la identidad cristiana en la izquierda sea disimulada porque no está bien vista la confesionalidad religiosa. Por eso, sostiene, es difícil que las personas se identifiquen desde la fe cuando pertenecen a un grupo político de izquierda, más aún si es anarquista. «Se llega a la rápida conclusión de que toda religión es alienante, desconociendo los ideales de liberación que tienen muchos grupos cristianos y el propio cristianismo desde su origen», cuestiona.

Por su parte, Gerardo Garay afirma que «el cristianismo tuvo mucho que ver en la configuración de los movimientos revolucionarios obreros del siglo pasado» y que los grupos guerrilleros del Uruguay de los años cincuenta y sesenta tuvieron una importante participación de religiosos, algo que, considera, se niega o se desconoce sistemáticamente.