lutero-950x394Este año se conmemoran 500 años de la Reforma Protestante del siglo XVI. Los reformadores estaban preocupados por la oración. Al respecto, Lutero explicaba lo siguiente:

“Jesucristo está ahí, él, Hijo de Dios y nosotros, que le pertenecemos, que no tenemos otra posibilidad que seguirle, hablar por su boca, estamos con él. El buen camino ha sido encontrado, y ahora se trata de marchar por él. En este camino, el evangelio y la ley, la promesa y los mandamientos de Dios son una sola e idéntica realidad. Dios nos abre este camino, nos manda orar. De esta forma no es posible decir: yo oraré o no oraré, como si se tratase de un capricho. Ser cristiano y orar, es una sola e idéntica realidad, que no puede ser dejada a nuestro gusto. Es una necesidad, una forma de respiración necesaria para vivir”.[1]

Para Lutero la oración forma parte indispensable del seguimiento de Dios a través de Jesucristo, es una necesidad, una forma de respiración necesaria para vivir.

Practicar y ejercitar la oración personal y comunitaria es un signo vivo de nuestra relación con Dios. Orar con el corazón y la conciencia es una tarea que demanda un compromiso sublime conmigo mismo, con mis hermanos y hermanas y con Dios. Desde la oración mana mi realidad que está en relación intima con Dios. No hablamos de palabrería, de fórmulas o repeticiones formales; sino más bien, hablamos de poner delante de Dios nuestras miserias, nuestros dolores y nuestras intimidades. El despojo del personaje para poner delante de Él la persona. Orar nuestros dolores, nuestras dudas y nuestras incomprensiones es parte de la propuesta misericordiosa que Dios nos hace. Dios no es un Padre que juzga con la ley, sino que a través de Jesucristo, que es Buena Nueva, juzga con la medida del amor y de la misericordia, la cual renueva y reconcilia todas las cosas y todos los vínculos.

Jesús como pedagogo enseña a orar. Su humanidad lo acorrala contra las cuerdas de la duda, pero su ser-Dios lo corre de la confusión en forma de oración. Jesús es la oración, el medio por el cual accedemos a Dios.

Las sociedades neocapitalistas están mediadas por la inmediatez, el encuentro virtual de las personalidades y el compromiso inherente al consumo de basura simbólica y material.

El Estado es un lacayo de los sistemas y poderes económicos hegemónicos, es una herramienta de la cual se sirven los conservadores, los liberales y los empresarios al servicio de sus propuestas “democráticas”. Las nuevas metodologías bélicas son confusas y los enemigos están camuflados por los medios masivos de comunicación y por inversores que responden a Dios y al maligno de manera indiferente. Las arcas de estos inversores y estos medios son alimentadas por el sufrimiento y la sangre de los débiles y excluidos de la historia. Los mismos de siempre: los niños, las mujeres y los ancianos, los que no producen, los que son vendidos como productos desechables en los canales masivos de la híper información.

Los países desarrollados argumentan luchar en contra del terrorismo que busca desestabilizar a las pseudo democracias actuales. ¿Quiénes son los terroristas? ¿Los musulmanes que le piden a Alá que los fortalezca en la guerra santa y los saque victoriosos en su cruzada contra la modernidad del capitalismo? ¿El Papa y su discurso progresista para frenar a los capitales que financian el Vaticano? ¿Los cristianos protestantes, demócratas y sionistas, que siguen comprando salvación con dinero sucio extraído de la deuda que les han generado durante décadas a los países en vía de desarrollo? ¿Cuál o cuáles son los demonios que infunden el terror?

Esta perícopa del evangelio de Juan presenta a un Jesús que ora. Unos versículos antes, los discípulos reconocen que Jesús viene de Dios (Jn. 16:30). Frente a esta confesión, Jesús les proclama que serán esparcidos y que Él se quedará solo; pero no estará solo porque el Padre está con Él (Jn. 16:32).

Para Jesús su tarea está clara: esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado (Jn. 17:3). Dar a conocer a Dios y que los hombres y mujeres lo reconozcan como el único Dios forma parte central del ministerio de Jesucristo. La proclamación de la Palabra, la buena nueva que libera, reconforta y sana es la herramienta principal con la cual Jesús labra una nueva realidad y una nueva historia en Dios.

La conciencia o la inconsciencia de nuestras oraciones le pertenecen a Dios. Como seres humanos buscamos el control y la autojustificación de nuestros actos y de los actos de los demás. Pretendemos ser los capitanes y las capitanas de nuestras vidas. Esta ilusión nos persigue todo el tiempo en todo momento y en todo lugar: la imagen que somos.

Cuando Jesús está por perder el control, cuando está a punto de ser arrestado para ser llevado ante el juicio de los hombres y mujeres que lo quieren ver muerto y terminado, se detiene en el camino, levanta los ojos al cielo y ora al Padre. Reconoce que su vida está siendo porque Dios ha decidido manifestarse en Él al mundo. Y más aun, pide por sus amigos y amigos, discípulos y discípulas que lo han acompañado a lo largo y lo ancho de su caminado, de su movimiento en este mundo.

Jesús ora porque a través de la palabra se libera del yugo que le oprime la carne, los huesos y el espíritu. A partir de ese momento es Dios quien toma las riendas de la historia. Aquí radica el centro de nuestro vínculo con Dios: ¿yo soy de Dios o Dios es mío?

Cuando oramos somos de Dios y Dios es en nosotros.

Oremos hermanos y hermanas. Amado Dios, vos que sos un Padre misericordioso y una Madre amorosa, te pedimos que nos escuches y nos des firmeza y sabiduría para presentarnos delante de tu Creación como hijos y servidores de tu Reino. Te pedimos que bendigas nuestras vidas y nuestros seres queridos. Te pedimos por la paz en nuestras realidades y en las realidades de nuestros hermanos y hermanas. Te pedimos que alivies nuestros dolores y nuestras dudas. Te damos gracias por el don de la vida y por las personas que nos aman y amamos. No nos dejes y no nos abandones. En el nombre de tu hijo Jesucristo. Amén.

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. (Romanos 5: 1-2)

 

 

[1] Lutero, en Karl Barth, La Oración, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1969, p. 24.