el principitoPor Juan Scuro

El neochamanismo surge en momentos de profunda transformación de paradigmas y epistemologías en diversas áreas del conocimiento, las artes y la política, proceso iniciado a partir de la segunda mitad del siglo XX. Se le caracteriza principalmente por la incorporación de tecnologías provenientes de las poblaciones nativas del continente americano -aunque también existen neochamanismos no americanos. “Lo indígena” pasa a ocupar un lugar hacia donde mirar y aprender para construir modelos diferentes a los hegemónicos desarrollados desde la modernidad/colonialidad. Las epistemologías indígenas pasan gradualmente a tener mayor visibilidad y proponer unas miradas otras, interpelantes de las epistemologías dominantes.

Los giros de los años 1960, los aportes de Levi-Strauss y de Mircea Eliade a la comprensión y mundialización del fenómeno del chamanismo, la contracultura hippie y el psicodelismo, el ecologismo, fueron todos elementos que contribuyeron a conformar un particular conjunto de prácticas y técnicas psico-espirituales que se ensamblaron con facilidad en lo que se denominó como Nueva Era. Las críticas a la modernidad capitalista, colonialista, imperialista, extractivista, racionalista, urbana, verían muchas formas de materializarse. El neochamanismo fue tomando fuerza en esa dirección, trayendo a un primer plano la imagen del indígena americano y sus conocimientos ancestrales, sus técnicas de cura, sus concepciones de la vida, la salud y la enfermedad. Era necesario interpelar la realidad tal como era entendida y Carlos Castaneda presentó a su Don Juan, sus técnicas chamánicas y sus estados alterados de conciencia. Muchos salieron en su búsqueda, deseosos de nuevos conocimientos, cansados de convencionalismos.

Las instituciones dominantes detentoras de las formas “adecuadas” de espiritualidad, las psicoterapias, las concepciones en torno a la salud y la propia realidad iban a ser interpeladas por esta contracultura espiritualizada según otros cánones, ¿o quizá sin cánones? Las oscuras décadas prohibicionistas de las que aun no salimos enlentecieron mucho las posibilidades de exploración de la conciencia más allá de los límites conocidos. El LSD tuvo su cuarto de hora.

A partir de la década de 1990, con las reemergencias indígenas del continente americano y la circulación mundial de individuos, imágenes, rituales, sustancias y un amplio etcétera, el neochamanismo se iría consolidando cada vez más, alcanzando siempre nuevos horizontes. Desde ese entonces comenzaron a llegar al Uruguay. A partir del siglo XXI la oferta sería cada vez mayor, siendo posible, actualmente, recurrir a varios formatos diferentes de experiencias neochamánicas en nuestro país.  Así, el neochamanismo se constituye como el dispositivo que resulta de la aproximación inter-epistemológica que se produce/y es producida por,  los principales giros en los paradigmas “occidentales” o “modernos” y que tienen a “lo indígena” como principal argumento, y más específicamente, la circulación de sus técnicas chamánicas tales como el uso de plantas sagradas y otros rituales (Temazkal, Danza del Sol, Ceremonias de Plantas Maestras, etc.). El neochamanismo se expande y consolida por el mundo entre consumidores occidentalizados, en buena medida entre sujetos de sectores sociales más favorecidos, con capital cultural, social y económico que les permite dar rienda suelta a sus inquietudes existenciales, a buscar nuevos horizontes en las experiencias de expansión de la consciencia que permiten las plantas sagradas u otras técnicas neochamánicas.

Los neochamanismos americanos son varios, pero principalmente tienen como elemento común la utilización de plantas maestras tales como la Ayahuasca, San Pedro, Peyote, Tabaco, Hongos u otras. Quienes participan de estos ámbitos buscan una reconexión con sus pasados, con sus presentes, con la naturaleza. Buscan sanar lo que no pueden sanar en los ámbitos más convencionales de cura y espiritualidad. Proyectan un poder mágico de cura en la imagen de un idealizado indígena sabio, ancestral y en armonía con la naturaleza. Prefieren ir un poco más despacio, quizá alimentarse de forma saludable, interpelar las lógicas dominantes de vida urbana, estar más cerca de la naturaleza. El conocimiento de sí mismos los moviliza fuertemente. Son sujetos sensibles que valoran un abrazo, una puesta de sol, o ver la lluvia caer sobre un pétalo. Quieren un mundo diferente, los motiva un Gran Espíritu que los invita a relacionarse con la totalidad, el amor, la paz y la armonía. Quieren un mundo diferente. En algunos casos emergen posibilidades comunitarias, quieren una revolución pacífica, espiritual, que comienza con la transformación individual. Quieren acallar un poco sus egos, aunque a veces estos se les engrandecen un poco más. Quieren un mundo diferente, aunque a veces, quizá con buena voluntad y algo de ingenuidad, son piezas perfectas para que el mundo siga girando tal como lo ha venido haciendo en los últimos tiempos.