El modelo de laicidad que buscaba excluir lo religioso del análisis o la discusión pública,  está en transformación -en pos de una sociedad más plural e inclusiva- y nos presenta varios desafíos. Desde el grupo de reflexión “Los dioses están locos” (@ldelocos) este artículo busca abordar algunas aristas de los complejos vínculos que existen entre la fe, la religión, la política y la sociedad.

Aparicio Saravia

Aparicio Saravia

La política y la religión no pueden verse como casilleros estancos. Tampoco es posible comprender el mundo en que vivimos si no tomamos en cuenta hechos históricos, cambios religiosos, que revolucionaron la forma de comprender lo trascendente y lo terrenal. Existen encuentros y desencuentros históricos que se expresan cotidianamente en nuestro país, en esta relación de fe, religión, política y sociedad.

Aunque el imaginario sobre el “Uruguay laico” de matriz francesa y jacobina está en rotundo cambio, aún pesan las visiones de que la religión es parte del espacio privado, que no debe meterse en la cosa pública y que la “religión” no es un tema para preguntar en un censo o para hablar en la escuela pública.

En Uruguay tenemos sobrados ejemplos de cómo lo religioso ha estado presente en la política: la colonia, la formación del estado-nación, la llegada de los migrantes de diversos continentes, la separación de la Iglesia Católica y el Estado, la resistencia a la dictadura y su legitimación, hasta hoy en día. Siempre lo religioso y lo político han estado en un diálogo y aveces en franca convivencia. Inclusive esto sucede en el país considerado más secularizado de América Latina, o donde estudios recientes sobre religión como el Pew Research Center muestran que los uruguayos y las uruguayas tienen el nivel más bajo de compromiso religioso del continente.

Este dato del “Uruguay secularizado” se ve relativizado ante la presencia de las expresiones religiosas en la vida cotidiana de las personas, en los temas de actualidad e inclusive en el parlamento. Un ejemplo podría ser el de la participación pública de diversos religiosos en el debate sobre la baja de la edad de imputabilidad penal, donde se encontraron pastores, arzobispos, maes, sacerdotes, referentes judíos y otros religiosos de acuerdo en el “No” a la reforma constitucional.

Así mismo vuelve a tener presencia pública, las declaraciones desde filas religiosas entorno a la “diversidad sexual”, y se logra al menos momentáneamente frenar el impulso del Estado en el tema. Por esto decimos que no podemos comprender lo político sin una mirada desde la variable religiosa, ya que la fe moldea la mirada sobre el mundo de cada individuo y de los colectivos.

Quizás para la tradición católica (mayoritaria en nuestro país) para algunos grupos protestantes históricos o para la colectividad judía con una fuerte inserción política, no es una novedad encontrar parlamentarios creyentes en los diversos partidos. Pero el parlamento recién electo, muestra de una forma clara cómo expresiones religiosas que antes no habían tenido una expresión política parlamentaria, ahora incursionan de forma explícita en lo político a partir de su identidad religiosa.

La llegada de forma conjunta (pero en partidos opuestos) de la mae Susana por el Frente Amplio y del pastor Dastugue de Misión Vida (neopentecostal) por el Partido Nacional, no es una coincidencia “divina” o “caida del cielo”. Representa un proceso social y cultural que nuestro país esta viviendo, donde lo religioso se ha puesto en juego en la arena política y pública.

Esto ya ha sido expuesto como un cambio significativo en el vinculo religión-política en la investigación que se encuentra en: DiosesLocos.Org. A partir de esto se desprenden nuevas preguntas, sobre como se comportaran los actores políticos vinculados a diversos grupos religiosos. ¿Cómo se vincularán las opiniones e influencia de los colectivos religiosos en las decisiones políticas de los legisladores? ¿Cuál es el papel de las religiones y sus líderes en las discusiones sobre temas agenda política y social?

El hecho religioso siempre fue político, pero en este momento histórico, el cambio está dado en que algunos grupos religiosos toman en cuenta su capacidad política incluso en las urnas y no dejan su discurso religiosos encerrado en las paredes de los templos, sino que lo llevan a lo público. Las religiones no están haciendo política solo cuando participan electoralmente de forma organizada, como es el caso paradigmático de Brasil, con una bancada evangélica de 80 diputados o una ferviente evangélica, candidata a presidente como fue Marina Silva.

En nuestro país podemos relevar diversas expresiones de la participación política de los religiones. Algunos ejemplos son: el trabajo con el Instituto Nacional de Rehabilitación, templos interreligiosos y un protocolo para la atención la vida religiosa en las cárceles, decenas de organizaciones basadas en la fe que -de forma cotidiana- hacen política pública gestionando políticas sociales en convenio con el Estado, el abordaje que las comunidades religiosas están haciendo en temas como consumo problemático de drogas y la experiencia del diálogo interreligioso uruguayo que elabora una agenda política desde los diversos grupos religiosos.

Todas estas intervenciones de lo religioso en lo público y lo político, desafiando los limites tradicionales de la laicidad a la uruguaya nos generan más preguntas que respuestas. ¿Hasta dónde llegaran los cambios del espacio religioso uruguayo? ¿Cómo reaccionaran los grupos que no ven “de buena manera” estos cambios? ¿Cuál es el rol del Estado y su vínculo con lo religioso en el Uruguay del siglo XXI?