Por Maximiliano A. Heusser*
Desde diferentes ámbitos dentro de la vida de nuestras Iglesias protestantes históricas, hemos escuchado o leído declaraciones respecto de la necesidad de ser comunidades inclusivas. Estas afirmaciones buscan superar algunos prejuicios sobre las personas que son -aparentemente- diferentes a la mayoría de quienes nos congregamos regularmente. Es decir, por un lado hay que reconocer que hay personas -insisto- aparentemente diferentes, y por otro lado, hay que recibirles y dejarles ser parte de nuestras comunidades. Estas consideraciones son buenas, necesarias y justas. Ahora, deberíamos preguntarnos si una vez que hemos realizado estas afirmaciones ya somos comunidades e iglesias inclusivas. Me inclino a pensar que no.
Cuando en el ámbito de las organizaciones sociales se debate y se reflexiona sobre políticas públicas de inclusión, se contempla el hecho de que determinados grupos en vulnerabilidad accedan a espacios y a oportunidades a los que –sin ayuda- no podrían llegar. De esta manera, aparecen programas de nutrición infantil, incentivos sociales y económicos que posibiliten a estudiantes terminar el colegio secundario, clases de apoyo escolar en las organizaciones sociales, actividades deportivas que promuevan la superación personal y comunitaria, distintos tipos de becas para chicos y chicas que deseen concretar un estudio superior o universitario, etc.
Si quisiéramos reflexionar sobre el nivel de inclusión que se busca en estas políticas públicas que acabamos de mencionar, rápidamente podríamos decir que se busca por distintos medios que estos grupos en vulnerabilidad de desarrollen plenamente y tengan las mismas posibilidades que tienen las personas que no se encuentran en su misma situación económica, cultural y social. Pero si movemos nuestra mirada hacia nuestras iglesias y comunidades ¿Podríamos decir lo mismo?
En este caso les invito a detener nuestra mirada sobre la comunidad LGBT. Mientras en algunas comunidades protestantes argentinas se bendice el matrimonio de personas del mismo sexo, en otras se lo condena, teniendo éstas pocas intenciones de establecer una reflexión madura y profunda sobre el tema. Ambas posturas reclaman ser inclusivas. En el medio de estos dos extremos, algunas comunidades que afirman ser inclusivas, prefieren abstenerse de bendecir el matrimonio de personas del mismo sexo, para evitar conflictos. Si cuando nos referimos anteriormente a políticas de inclusión, nos referimos a que los grupos en vulnerabilidad accedieran a todos los espacios y oportunidades que, por sí mismos, no podrían acceder, debemos sincerarnos y decir que aquellas comunidades que no bendicen el matrimonio de personas del mismo sexo no son completamente inclusivas, porque niegan a estas personas la posibilidad de recibir los mismos servicios religiosos que reciben las personas heterosexuales. En estas comunidades e iglesias las personas LGBT no están en igualdad de condición con las personas heterosexuales. Ocupan un lugar de marginación, no de inclusión. En la misma línea, aquellas comunidades que querrían hacerlo, pero prefieren dejarlo para más adelante para evitar conflictos, terminan actuando de la misma manera. Peor incluso, porque realmente creen que son inclusivas sin serlo.
La única manera en la que se puede ser iglesias y comunidades verdaderamente inclusivas, es permitiendo que estos grupos en vulnerabilidad accedan a todos los espacios y servicios que brinda la iglesia, como cualquier otra persona. Años atrás había iglesias que decían aceptar a las mujeres en el ministerio sin problemas. Sin embargo, este nivel de inclusión no se materializó por completo hasta que eligieron una mujer Obispa. Recién allí hubo equidad de género, porque las mujeres lograron acceder a un rol que hasta el momento sólo era ejercido por varones. De la misma manera, una verdadera y completa inclusión de la comunidad LGBT en nuestras comunidades e iglesias, solo será posible cuando puedan recibir los mismos servicios religiosos que los demás y participar de todos los espacios dentro de la vida de la iglesia, ya sea en cargos congregacionales o más allá de su comunidad local, como así también puedan acceder al ministerio ordenado, llegando incluso a ser pastor@s presidentes u Obisp@s, según cada tradición. El debate sobre la inclusión de personas LGBT en nuestras comunidades e iglesias puede ser largo, difícil, cansador, pero el camino de una verdadera y completa inclusión es uno sólo. En éste y en todos los casos de marginación.
Córdoba, Septiembre de 2016.
* Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, Coordinador de la Red de Liturgia del CLAI (Consejo Latinoamericano de Iglesias).
La inclusion tiene que ver con el amo;, y el consentimiento y la aprobacion de cualquier pecado, que es la erramienta del diablo para robar matar y destruir no puede llamarse amor, yo puedo hacer un circulo alrededor de mi que incluya muchas cosas y personas y que excluira otras, Dios me da libertad para excluirle a el si asi lo deseo, pero los resultados de dicha decicion seran aterradores, el vino a salvar lo que se habia perdido y estabamos perdidos en nuestros pecados debemos amar a los pecadores pero llevarlos al arrepentimiento si no es asi pereceran aunque nosotros los incluyamos sin arrepentimiento Dios no los incluira ni a ellos ni a nosotros! amemosle y demosle verdad que los liberte!!!!