LA HAYA, Países Bajos — Cuando las dos pastoras neerlandesas Jessa van der Vaart y Rosaliene Israel van a la iglesia, por lo regular recorren las calles de Ámsterdam en bicicleta hasta llegar a su parroquia protestante, en el centro de la ciudad. Pero la noche del 5 de diciembre empacaron sus albas en la cajuela de un automóvil y condujeron por la autopista hacia La Haya, para hacer una especie de relevo entre vicarios.
A partir de las 20:00, debían remplazar a un ministro local en la modesta iglesia Bethel. Después, a las 23:00, sería el turno de un grupo de la ciudad de Voorburg, quienes tenían programado pasar ahí toda la noche cantando himnos y predicando hasta el amanecer, cuando otro clérigo debía llegar para tomar la estafeta.
Las dos pastoras de Ámsterdam iban un poco tarde. “Bueno”, dijo Van der Vaart cuando Rosaliene Israel arrancó el motor. “Tendrán que seguir hasta que lleguemos”.
Lo dijo porque ese servicio maratónico, que comenzó hace más de seis semanas y ha continuado sin interrupciones, no puede acabar nunca.
Una ley neerlandesa poco conocida dispone que la policía no puede interrumpir ningún servicio religioso para realizar arrestos. Así, desde hace seis semanas, los funcionarios de migración no han podido ingresar a la iglesia Bethel para capturar a los cinco integrantes de la familia Tamrazyan, quienes son refugiados armenios que huyeron a ese santuario para evitar el cumplimiento de una orden de deportación.
El servicio, iniciado a fines de octubre como una discreta medida de último recurso de un pequeño grupo de ministros locales, ahora es un movimiento nacional en el que han participado clérigos y fieles de varios pueblos y ciudades de los Países Bajos. Más de 550 pastores, de unas veinte denominaciones, han cubierto turnos en la iglesia Bethel para celebrar un servicio continuo con el propósito de proteger a esta familia.
“Se trata de practicar lo que predicamos”, comentó Van der Vaart, mientras viajaba con Rosaliene Israel por la carretera A4 de los Países Bajos en dirección a la iglesia en La Haya.
En esta época en que el cristianismo va perdiendo relevancia en Europa, al mismo tiempo que la xenofobia y el nacionalismo van en aumento, el servicio de Bethel también ha actuado como un recordatorio de la influencia que todavía pueden ejercer las instituciones religiosas en una Europa occidental de mayoría secular. Los pastores han protegido a la familia Tamrazyan y, a su vez, la familia les ha dado una causa para demostrar el poder de su fe.
“Tenemos dificultades como iglesias occidentales. Cada vez nos hacen más a un lado y como dirigentes religiosos podemos percibirlo un poco”, aseveró Rosaliene Israel, quien funge como secretaria general de la Iglesia protestante de Ámsterdam.
“Pero con esto que está pasando”, continuó, “sentimos que lo que hacemos es muy relevante”.
Desde hace algunos años, los nacionalistas han difundido mensajes xenofóbicos para obtener cargos en Italia, Hungría y Austria, además de lograr cierta prominencia en Suecia, Alemania, Francia, el Reino Unido y los Países Bajos, y así le han dado énfasis a la impresión de que el continente europeo prefiere aislarse. En contraste, cuando las dos pastoras llegaron a las afueras de La Haya, Van der Vaart recalcó que el maratón de la iglesia Bethel demuestra que todavía existe otra Europa.
“Muchas veces creo que estamos viviendo tiempos con menos solidaridad”, se lamentó Van der Vaart, quien está encargada de la iglesia Oude Kerk, el edificio más antiguo de Ámsterdam. “Con esta iniciativa, que se basa por completo en la solidaridad, siento que mi esperanza se renueva”.
Un escondite modesto
Si no la estás buscando, es muy fácil pasar de largo la iglesia Bethel, un edificio de ladrillo rojo escondido en una calle lateral poco transitada de La Haya. Adentro se encuentra un complejo más grande, que incluye el espacio donde se hospeda la familia Tamrazyan, así como oficinas y salones. En una primera impresión, parece un tanto mundana.
Cuando Van der Vaart y Rosaliene Israel llegaron, con unos cuantos minutos de margen, no había ningún policía listo para atacar. El mero hecho de que el servicio continúe es suficiente para que mantengan su distancia. Las dos pastoras se apresuraron a ponerse las albas y entrar en la capilla. En el muro de azulejo que se encuentra detrás del altar se observa una versión de un cuadro de la Virgen y el Niño inspirada en el tema migratorio: un retrato de una refugiada africana y su bebé, vestidos como María y Jesús.
Los tres jóvenes Tamrazyan —Haryarpi, de 21 años, Warduhi, de 19, y Seyran, de 15— entraban y salían, y con frecuencia desempeñaban un papel activo en el servicio. Sin embargo, solo se permitía el ingreso de los periodistas por periodos breves, una regla establecida, según explicaron los pastores, con el propósito de garantizar que el servicio conserve su valor espiritual en vez de convertirse en un espectáculo mediático.
“Algunas veces reflexiono y me pregunto por qué ha alcanzado las dimensiones que tiene ahora”, comentó el pastor Derk Stegeman, vocero de la familia y el principal organizador del servicio. “Es porque protegimos nuestro servicio y no lo transformamos en un plan de acción con otros objetivos”.
Donde comenzó todo
La historia del servicio no comenzó en La Haya, sino en Katwijk, un pueblo costero al sudoeste de Ámsterdam. La familia Tamrazyan llegó ahí debido a que el padre tuvo que huir de Armenia por razones políticas en 2010, según Stegeman. De acuerdo con los deseos de la familia, los detalles de sus tribulaciones se han mantenido en secreto, así como los nombres de los padres para evitar repercusiones en contra de parientes que todavía se encuentran en Armenia.
Mediante un proceso legal que duró seis años, los funcionarios neerlandeses intentaron negarle asilo a la familia en dos ocasiones, pero en ambas obtuvieron un dictamen adverso del tribunal. No obstante, el gobierno por fin se salió con la suya en el tercer intento, a pesar de que los tres hijos ya habían permanecido en el país más de cinco años y, en teoría, podían obtener una amnistía conforme a una ley promulgada en 2013.
Lennart Wegewijs, vocero del Ministerio de Justicia y Seguridad neerlandés, declaró que el gobierno no podía comentar casos individuales. Aun así, explicó que, en general, de acuerdo con la legislación neerlandesa, las familias solo pueden solicitar la amnistía si están dispuestas, aunque suene paradójico, a cooperar con las acciones de los funcionarios para deportarlos del país.
Para evitar una situación que consideran peligrosa con toda certeza en Armenia, la familia Tamrazyan no cooperó. En su lugar, decidieron refugiarse en una iglesia de Katwijk. Cuando esa primera iglesia agotó sus recursos para poder ayudarlos, los encargados de Bethel convinieron, después de algunas deliberaciones, recibir a la familia.
Además de mantener oraciones a toda hora, la iglesia le ha brindado apoyo psicológico a la familia y les da clases a los hijos, que ya no pueden asistir a la escuela ni a la universidad.
Para evitar aumentar el estrés que ya viven, la familia casi nunca da entrevistas y así fue con The New York Times.
Sin embargo, en un blog que comenzó a escribir poco después de refugiarse en la iglesia, Haryarpi, la hija mayor, ha descrito el alivio que sintió cuando los recibieron.
“Muchas veces pienso que el único lugar en el que estoy a salvo es en la iglesia”, escribió en neerlandés el 4 de noviembre. “De verdad siento que es un refugio”.
Los pastores prometieron continuar el servicio de manera indefinida, con todo y que el ministro neerlandés Mark Harbers afirmó el 7 de diciembre que el servicio no ha cambiado la postura del gobierno.
Fuente: New York Time
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