Diego Pereira
En el 2017 se cumplirán los 500 años de la Reforma Protestante que tiene a Martín Lutero como el gran reformador y el abanderado de un movimiento que cambió para siempre los rumbos y destinos del cristianismo occidental primero, pero mundial después. Lutero vivió en su propia carne u en su alma una crisis que también encontraba -en el contexto en el que atravesaba la humanidad- un retorno muy fuerte: sus dudas eran las de muchos, sus críticas eran las de muchos, sus cuestionamientos eran los de muchos, su deseo de una religión más verdadera era el de muchos. No fue un sólo hombre quien provocó la reforma, sino que fueron millares de personas que vieron en él la capacidad de llevar adelante la transformación. Fueron muchos cristianos que depositaron en él la confianza necesaria para apoyarlo en sus ideas hasta las últimas consecuencias. Si bien el primer movimiento fue nacionalista, propio de un estado alemán que vio con oportunismo político el momento, luego se fue extendiendo apuntando a cierta universalidad que provocó la expansión de la reforma.
Junto con Lutero existían cristianos de renombre que también experimentaban una búsqueda profunda de reforma de un estilo de vida religioso que se veía obstaculizado por muchas razones. Desde Teresa de Jesús y su propuesta de reforma de la Orden del Carmelo, que comenzó siendo un revolución de mujeres y que se ampliaría a los hombres gracias a las ardientes búsquedas de un Juan de la Cruz, buscador incansable de Dios. Pero no olvidemos a un Ignacio de Loyola, a un Juan de Ávila, a un Felipe Neri, a una Juana de Arco, y tantos otras mujeres y hombres que buscaban un camino de pureza hacia Dios, lejos de la parafernalia de las estructuras -materiales y humanas- que se fueron creando en la época medieval. Dentro del mismo cristianismo se gestaba un movimiento que ya estaba causando temblor por muchos lados y que podría verse como parte de la transformación.
Pero no sólo dentro del ámbito religioso se percibía un gran cambio: a todo nivel se fueron dando búsquedas y descubrimientos que fueron adelantando una nueva era que llegaba y que traía innovaciones que cambiaría el orden establecido. Con el desarrollo de las ciencias vinieron los descubrimientos físicos y matemáticos que fueron ampliando el horizonte de búsqueda humana. La creación de varios instrumentos tecnológicos favorecieron el espíritu aventurero de la época y esto ayudó a los hombres y mujeres de aquella época a ampliar los límites del mundo. Los descubrimientos de tierras nuevas trajeron cambios en la economía con la aparición de nuevos productos y un nuevo mercado, los viajes ayudaron a la movilización social a tener nuevas metas y oportunidades, lo que da lugar a nuevos lugares de poder e intereses políticos que comienzan a crecer.
Con todo eso -y mucho más- el cristianismo medieval ya no será el mismo. Frente a la problemática situación vivida en Europa a la interna del Iglesia Católica, llegan épocas de grandes desafíos que incluirán la evangelización de los seres de las nuevas tierras. Si por un lado se veía un fracaso, por otro nacía una nueva oportunidad de llevar a la Iglesia a otras latitudes bajo el impulso del Evangelio. Pero eso irá llevando hacia otro capítulo horroroso de la historia humana: en nombre de Dios se matarán millones de almas humanas en tierras americanas, por no aceptar la “verdad católica” (como en las Cruzadas) . Nuevamente el espíritu del bárbaro se impone sobre la racionalidad naciente de la época. Racionalidad que bien utilizó Lutero al criticar y poner en tela de juicio tantas verdades religiosas que no concordaban con el mismo mensaje del Evangelio.
Para todos los cristianos se nos viene un tiempo de oración, discernimiento y de reflexión ya que el espíritu de reforma que movió a Lutero también se asemeja al de San Francisco de Asís que, manteniéndose dentro del Iglesia, propuso un gran cambio. Pero ambos, creemos, son movidos por el mismo Espíriru de Dios. Este mismo Espíritu viene inspirando al Papa Francisco que propone también una transformación que tiene que ver con lo central: la vuelta al Evangelio. Francisco de Asís primero y Lutero después purificaron a la religión de todo aquello que la estaba ahogando en estructuras que fueron pervirtiendo la misma vivencia del Evangelio. Ambos fueron en contra del abuso del poder, del sometimiento de unos sobre otros, de privilegios sagrados de unos y la condenación eterna de otros. Ambos dieron su vida porque la Palabra del Señor llegue a todos sin escusas y sin intermediarios que cobren peaje. Miremos con apertura de corazón y de mente el ejemplo de Lutero para colaborar con las transformaciones religiosas y espirituales que son tan necesarias en nuestro tiempo.
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