LA COPA FIBA

-¡Hay equipo!- gritó el Alfredo. Salía del galpón del Bar y Tornería ‘Los Chaira’ montando una bicicleta de ruedas finitas, con un manubrio tan retorcido que parecía cornamenta. Los torneros contemplaban estupefactos la proeza de aquél cincuentón, que ingresaba al patio blandiendo un vaso de vermú con una mano, dominando el manubrio con la otra, pedaleando con un pie y frenando la rueda delantera con el perfil de la otra alpargata. Si un inspector de tránsito hubiese visto ese cuadro, no habría sabido con qué infracción iniciar la boleta.

Después de unos años de silencio, el pueblo volvería a celebrar su tradicional competencia. La festividad se había iniciado cuando un pastor veterano, hastiado de la parafernalia de los mundiales de fútbol, había decidido organizar un festejo local diferente. Por eso, cada cuatro años el pueblo celebraba en sus propias calles la “Fiesta Interreligiosa de Bicicletas Alegóricas” (FIBA).

En 2014 se había presentado a la carrera el colegio católico local con una bici-papamóvil, y las señoras de la iglesia bautista habían construido una bicicleta-Edén que repartía plantas a su paso. Doña Schmuckler había logrado una formidable réplica del muro de los lamentos en forma de bicicleta, pero quedó fuera de concurso porque el vehículo no daba la vuelta a la esquina.

Alfredo siempre había admirado esa competición, y por eso pidió para integrarse con una representación del Bar y Tornería. La única condición, claro, era que la bicicleta representara un motivo religioso. Y así comenzaron los trabajos de soldado y pintura, macramé y cartapesta. Finalmente, una gélida tarde de julio cuarenta bicicletas alegóricas se detuvieron frente al municipio, donde se había trazado una patriótica franja azul cielo. Allí estaban, mordiendo la línea de largada, todas las bicis-insignia de las instituciones locales. La gran novedad era el Bar y Tornería, que, para variar, llegaba tarde.

Ya sobre la hora, desde lejos se vio la polvareda de todo un pelotón. No era una, sino varias las bicicletas que venían directo desde el Bar, como carnaval carioca chirriante y colorido. Era memorable ver al Alfredo encabezando heroico aquel grupo, bicicleteando dentro de unas calzas celestes que parecían encarnadas en toda su humanidad.

La multitud quedó boquiabierta ante el rocambolesco pelotón. Tanto que hubo que acomodarle la mandíbula a una señora, porque se le había desencajado al ver pasar al Alfredo. Un niño casi se ahogó con una mosca, y hasta el viejo Valli, miope como topo, quedó estupefacto. Para él todo era como una mancha delirante y difusa que gritaba “dale boooo, dale boooo”.

-¡Henos aquí, presentes, oh pueblo de la FIBA!- dijo Alfredo con aire de estatua ecuestre.

Los reporteros locales querían saber sobre el motivo elegido, y la esposa de Alfredo, con solemne bruteza explicó:

-Como las vistas vuestras de ustedes pueden contemplar, aquí están de cuerpo presentes los rodados que representan al Dios cristianos…

-¡Qué interesante!- respondió un periodista, cubriéndose con la cámara de fotos para llorar de risa sin perder el decoro. -¿Y qué representan estas tres bicicletas?

-Claramente, son la Trinidad. Yo y mi marido bicicleteamos al Padre, que es un tándem que conduzco yo para demostrar que Dios también puede ser mujer y Madre, aunque pedalee el Alfredo… Al lado está el Hijo, y esa otra bici con side-car es el Espíritu Santo. Nos informamos bien para poder armar estas formidables bicicletas algorímicas…

Ocultos en la multitud, la pastora Laura y el padre Ernesto se carcajeaban sanamente. Era un espectáculo ver a todo el Bar y Tornería representando de una forma tan vistosa los principios de la fe cristiana. El ‘Hijo’ era una bici infantil con rueditas y un canasto en el que lucía un niño Jesús de cerámica, envuelto cual pesebre en pasto seco. Conducida por un tornero jovencito, llevaba sentado en la parrilla a Atanasio, que iba vestido con una sábana blanca, barba pintada y una peluca pajosa. Y el ‘Espíritu Santo’ era una bici deportiva a la que se le había soldado un side-car con una pecera grande. En ella habían sumergido un secador de pelo y flotaba una caja de fósforos.

-Es claro, señores –explicó la portavoz-; es símbolo del Espíritu, que puede ser agua, viento y fuego a la vez. Los fósforos los pusimos por razones de seguridá y economía doméstica. Jamás permitiría un ciclista con soplete…

Dicen los del pueblo que nunca se había visto una competencia tan alegre. Aunque las carcajadas en la noche fría causaron más de un broncoespasmo, lo cierto es que estas bicicletas alegóricas no serán olvidadas. Después de ese día, todos en el pueblo se olvidaron de Sampaoli, del promisorio juego de Mbappé o del álbum del mundial. Y en los grupos de Whatsapp hubo una foto que le ganó a cualquier otra. Era pintoresco ver al Alfredo embutido en una malla celeste, celebrando la victoria y abrazado a un Jesús escuálido, con una túnica llenita de grasa de cadena.

J. Javier Pioli

Relato publicado en Página Valdense,  julio de 2018