Gabriel Delacoste
Estoy muy feliz de estar acá, hablando con ustedes, en ocasión de la presentación de este libro tan interesante, tan importante y tan bello (hablo del texto, y también de los collages). También estoy contento de que pasado lo peor de la peste podamos juntarnos a hacer cosas como amucharnos a hablar de un libro. Y también estoy alegre de acompañar en este momento tan lindo a Nicolás y a Dahiana, que están haciendo el trabajo santo de pensar, en el presente, los problemas y las posibilidades de la tradición cristiana.
Para mi es un poco una sorpresa que me inviten a hablar de un libro que se titula “¿De qué lado está Cristo?”. Mi primer impulso sería responder: “Problema de los cristianos”. Es que la verdad es que no pudieron encontrar a alguien menos cristiano para hablar de esto. Si me permiten una breve vanidad autobiográfica, les cuento que vengo de una familia mayormente de judías, socialistas, anarquistas, batllistas. Que fui a un liceo de masones y que de adolescente me felicitaba a mi mismo de simpatizar con el ingenio de Beltrand Russel.
Pero también (siempre hay un pero) debo contar que uno de los recuerdos más entrañables de mi infancia es como Gloria, una abuela distinta a las otras, católica apostólica y romana, me contaba, un poco clandestinamente, sus versiones de las historia de la Biblia. Recuerdo demás de la incómoda escena de como ella intentaba, en las reuniones familiares, dar la buena nueva a mi otra abuela, judía, atea y socialista. Otra tía abuela mía, Alicia, fue metodista. Y pianista de la Iglesia donde, hace unos años, tomé mis primeros cursos de la Facultad de Ciencias Sociales, mientras el edificio de la facultad estaba en construcción. Cuento esto, un poco porque siempre está bueno conocernos un poco más, pero también para ilustrar que, como bien cuenta el libro que hoy presentamos, todo está mucho más mezclado de lo que parece.
La verdad es que con el tiempo Russel me dejó de interesar, no tanto porque yo abandonara el materialismo, sino porque me empezó a parecer evidente que sus refutaciones, tan autocomplacientes y llenas de desprecio, no parecían dialogar de ningún modo sustantivo con la experiencia y el pensamiento de los cristianos que efectivamente me crucé en la vida, ni con los que, una vez que empecé a dedicarme a cuestiones de teoría y filosofía política, empecé a leer.
Este libro es, entre otras cosas, un esfuerzo muy valioso por restaurar, a través de la investigación y la narración histórica, la riqueza, la complejidad y los conflictos del cristianismo en Uruguay durante la Guerra Fría, aunque, a menudo, el libro viaja en otras direcciones del tiempo y el espacio. Y busca, en ese pasado, las raíces y los antecedentes de muchas cosas que están pasando hoy.
Esto es especialmente importante en un momento histórico en el que el cristianismo ocupa lugar central en la disputa política. Pongo un ejemplo: el de las iglesias neopentecostales de la teología de la proposperidad (aprendí a llamarlas así y no “evangélicas” gracias al paciente apostolado de Nicolás, que insiste en explicar las diferencias entre las distintas denominaciones). Recuerdo todavía cuando, a principios de los 2000, este fenómeno parecía nuevo, y la actitud generalizada era reírse del jabón de la descarga. Con el tiempo, dejamos de reírnos cuando vimos que la cosa iba en serio y que se trataba de una organización poderosa que, por ejemplo, cortaba el bacalao en las intrigas palaciegas de la política brasileña. Todo el asunto nos tomó por sorpresa, como si hubiera venido de la nada.
Pero historia tienen las cosas. Y leyendo este libro podemos ver la historia de los televangelistas estadounidenses y la forma como sus iglesias desembarcaron en nuestra región, como parte de todo un complejo político-ideológico que se desplegaba en alianza con la estrategia anticomunista de Estados Unidos para el “patio trasero”. Así, este libro arma un mapa de las derechas cristianas (protestantes, y también católicas), que resulta muy útil para quienes queramos seguir investigando estas cosas. La forma detallista como nombra cientos de organizaciones, personas y publicaciones, aunque muchas veces no abunde en detalles, es un paso para que después vengan otros y sigan tirando de esas madejas. Una especialmente importante es la que conecta al nacionalismo conservador de la dictadura con el integrismo cristino, en organizaciones como “Tradición, Familia y Propiedad”. Pero también en muchas otras, más chicas, que formaban una red continental e inter-continental. Evidentemente, versiones de todo esto siguen activas y operando, y leyendo este libro podemos ver, todo el tiempo, pistas de cosas del presente cuya historia nos conviene conocer si no queremos que nos sigan tomando por sorpresa.
Lo mismo cuando vemos la cuestión desde la izquierda. Aunque todo el mundo sepa que la teología de la liberación existió, son, incluso para públicos politizados, poco conocidas las personas, las organizaciones, los antecedentes y las ideas de esta corriente. Impresiona, leyendo, ver la magnitud de sus conexiones con los mundos intelectuales y militantes más amplios. Además, una fortaleza del libro es enfatizar la importancia de las iglesias protestantes en los mundos de militancia de izquierda (y no solo en las de derecha), y especialmente su importancia en el movimiento de derechos humanos. Todo esto siempre en diálogo con el contexto internacional, recordando, por ejemplo que el héroe de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, además de socialista y antiimperialista era, antes que nada, un pastor.
“¿De qué lado está Cristo?”, así, presenta un mapa del cristianismo no dividido entre católicos y protestantes, sino a cada de estos cristianismos dividido entre izquierda y derecha, según el bipolarismo de la Guerra Fría. Si se me permite, se podría agregar, quizás, un énfasis en los “centros” cristianos que buscaban terceras vias entre esas izquierda y esas derechas. Hay por lo menos dos de estos centros.
Por un lado, el mundo que gira en torno a las democracias cristianas, que formaron una red junto con las tecnocracias desarrollistas de la CEPAL, la Alianza para el Progreso (en tiempos Kennedy, el primer presidente católico de Estados Unidos), las Naciones Unidas, la CIDE uruguaya, la democracia cristiana chilena alemana y la chilena, vinculadas a las alas progresistas del Partido Nacional. En mis investigaciones he visto esas conexiones aparecer por muchos lugares, pero todavía no se ha contando la historia completa.
Otro “centro” cristiano es la llamada “Teología del Pueblo”, una teología política católica de origen peronista que intentó, en los 70, dar una respuesta a la Teología de la Liberación, que diera cuenta de la necesidad de acercarse a los pobres y a la política, pero sin riesgo de rozar al marxismo. Esta corriente, elaborada por teólogos peronistas como el argentino Lucio Gera y el uruguayo Alberto Methol Ferré, era una derecha católica, pero que, siguiendo a Jacques Martain buscaba separar a la Iglesia católica de su vergonzante cercanía con el fascismo, y que, al contrario de los integristas, defendía las conclusiones del Concilio Vaticano II. Sin embargo, sus posturas de fondo eran cercanas a las del integrismo: defensa de un estado católico, reivindicación del imperio hispánico, anticomunismo. Es posible pensar a esta “teología del pueblo” como una tercera posición o una síntesis entre el catolicismo integrista y la teología de la liberación. Este no es un tema menor, porque la teología del pueblo es el pensamiento del que viene el actual papa Francisco.
Estas son posibles líneas para seguir investigaciones sobre estas cosas. No lo menciono para criticar el trabajo del libro que hoy presentamos, sino para, señalar pasos siguientes que este libro hace posible. Así es que avanza la ciencia.
Este libro es importante, así, para recordar que el cristianismo no es uno solo, que tampoco es una espiritualidad alejada del mundo y la política, y tampoco es necesariamente conservador. Esto es especialmente crucial, en tiempos en los que la estridencia de las derechas cristianas llama mucho la atención. Como todo buen trabajo de historia, este libro nos permite mirar de otro modo al presente, reconstruir lo olvidado y recordar a los derrotados, siguiendo el consejo de Walter Benjamin, ese judío comunista que tanto enseñó a los marxistas a tomarse en serio a la teología y la mística.
La tarea de reconstrucción de este pasado tiene una particular importancia desde un punto de vista generacional. Porque para quienes no vivimos el mundo anterior a la dictadura, ésta produjo un corte histórico radical, producido por los asesinatos, las organizaciones disueltas, pero también por las torturas y el trauma y también por la insistente propaganda que tantos años dijo que todo aquello fue una terrible equivocación de la que hay que arrepentirse. Y no debemos olvidar las “declaraciones de fe democrática” que tantos tuvieron que firmar para sobrevivir, renegando así públicamente, bajo amenaza, de sus convicciones revolucionarias.
Cambio de tema, pero no tanto. 1492 es el momento que los hispanistas celebran como fiesta nacional española y como nacimiento de América Latina (que ellos prefieren llamar hispanoamérica). Ese año, además del primer viaje de Colón, sucedieron otros hechos importantes: la publicación de la gramática de la lengua española de Nebrija y la expulsión de los judíos. Muchos judíos, por la persecución, se habían convertido al cristianismo, siendo llamados marranos. Incluso muchos de estos conversos tuvieron que huir de España y de Portugal por los acosos de la Inquisición. Muchos de ellos fueron a parar a los Países Bajos, ya que era una zona económica y políticamente vinculada con España, pero con menos peligro de persecusión. Una vez allí, tuvieron que reconstruir su religión, ya que la conversión y la huída había destruido la continuidad de su vida comunitaria. Debieron, para eso, importar rabinos desde otros lugares de Europa y volver a los viejos textos. De una familia de judíos que habían huído de Portugal a Amsterdam nació Benedicto Spinoza, uno de los artífices filosóficos del radicalismo democrático y el materialismo de la Ilustración. Que fue, por estas ideas, excomulgado del judaísmo.
¿No es la situación de nuestra generación parecida, en algún punto, a la de esos marranos? ¿Obligados a reconstruir, pacientemente, las ideas y las prácticas que a las generaciones anteriores les arrancaron a puro calabozo y declaraciones de fe? La reconstrucción de esta continuidad discontinua no va a ser una recreación como si nada hubiera pasado, sino algo nuevo, hecho de ruinas no siempre fáciles de interpretar, reconstruidas con materiales que tengamos que crear ad-hoc, con herramientas y objetivos dados por la situación presente.
La historia que tendremos que reconstruir no es solo la de los años 60, sino que va más atrás. Y no deja de ser interesante que uno de los orígenes de la Ilustración venga un producto de una cultura expulsada por la España que se estaba lanzando a la conquista, permitiendo echar en cara a los hispanistas el chiste de un Spinoza hispánico.
Claro, las ideas modernas de igualdad y libertad tienen muchos orígenes: los intelectuales de las repúblicas renacentistas italianas que redescubrieron y tradujeron a los a los místicos neoplatónicos y los atomistas hedonistas griegos; también debemos recordar a la reforma protestante y las revueltas campesinas anabaptistas que la siguieron. Y, sabemos ahora gracias al libro póstumo del gran antropólogo anarquista David Graeber (escrito junto a David Wnegrow), que las conversaciones del intelectual y político del pueblo nativo norteamericano Huron-Wendat Kandiaronk con colonizadores franceses, que fueron publicadas en Francias, y criticaban la falta de libertad y de igualdad de las sociedades europeas, las que dispararon las discusiones sobre la igualdad que inspiraron a Rousseau y la Revolución Francesa.
Hablando de influencias americanas en las ideas emancipatorias modernas podríamos hablar de la revolución de Haití, y del famoso caso de las Misiones Jesuíticas en el corazón de la Cuenca del Plata, donde los guaraníes construyeron una sociedad que fue considerada por muchos utópica. La expulsión de los jesuitas y las guerras guaraníticas desparramaron a quienes venían de vivir esa experiencia, que terminaron siendo, según Methol Ferré, la base social del artiguismo.
Methol interpreta esto como una señal de un origen católico de lo mejor de la tradición del pueblo oriental. Y esto no es descabellado, pero podríamos, bastante fácilmente, darlo vuelta y pensar que lo interesante de las ideas que organizaron a las misiones no era tanto (o no era solo) lo que traían los misioneros, sino cosas como la propiedad común de la tierra, que seguramente tenían más de indígena que de europeo.
Me fui de tema, pero volvamos a lo nuestro, a través de otro pequeño rodeo. La casualidad quiso que esta semana tuviera que escribir otro texto sobre el cristianismo de izquierda, para el informe anual de Serpaj. Investigando sobre la vida y la obra de Perico Pérez Aguirre me enteré que él también estaba muy interesado en el pensamiento indígena, y en pensar la política emancipatoria del presente en diálogo con este. Su libro “desnudo de seguridades” está cruzado y articulado por interpretaciones de la mitología mesoamericana.
Perico es un personaje importante del libro que hoy estamos comentando. En el libro aparece, sobre todo, como un clérigo, un militante, una figura del ecumenismo y del movimiento de derechos humanos. Pero fue también un teólogo. Podemos pensar a Perico como parte de una línea de católicos comprometidos con los pobres, siguiendo a Francisco de Asís. También, como una línea de católicos críticos de la colonia, siguiendo a De Las Casas.
Para Perico, los derechos humanos no son algo etéreo, sino que están basados en la defensa de la integridad de cuerpos humanos, capaces de sufrimiento y de gozo, y de empatía con el sufrimiento y el gozo ajenos. En el camino de esa reflexión, rápidamente se dio cuenta de que el feminismo (con sus críticas a la explotación y maltrato del cuerpo de las mujeres) y el ecologismo (con su pensamiento sobre nuestra ligazón material con el mundo que nos rodea) son necesarios compañeros de viaje. Un viaje que necesitaba de la compañía de la obra de Marx y del pensamiento político revolucionario, siempre buscando alianzas con la militancia y la contracultura juvenil y anti-autoritaria.
Llama la atención que Perico, hace 20 años, estaba leyendo sobre ecologismo, cibernética y teoría de sistemas, y que citaba con soltura a autores como Lovelock, Bateson, Margulis y Maturana, en busca de bases intelectuales para un pensamiento ecológico que nos permita una nueva relación con el mundo del que formamos parte.
Y todo esto sin apartarse de su base cristiana. En su reivindicación del cuerpo hay una reivindicación del sentimiento de estar ante el otro, ante su rostro, ante su sufrimiento. La base de todo su pensamiento es eso que se siente en las tripas cuando vemos los rostros del hambre y la violencia. Y la escucha a esa fuerza que nos hace movernos hacia el encuentro de ese otro sufriente. Esto, para Perico, implicaba la posibilidad de una mística de la solidaridad. Lo que tiene todo que ver con lo anterior, ya que Perico parece ver, en la ecología y en la teoría Gaia, la posibilidad no solo de una comprensión de los sistemas ecológicos, sino también de una conexión experiencial con el todo: un acceso místico, por que no decirlo, a Dios. Que, si se me permite citar a Spinoza, es la naturaleza.
Entonces, volvemos a lo teológico. Es que la pregunta “¿De qué lado está Cristo?” es una pregunta que puede responderse en el terreno de la historia, pero que es en realidad profundamente teológica. Con implicancias tremendas para una cultura para la que importa mucho cómo se invoque la figura de Jesús de Nazaret. Y para eso, necesitamos cristianos.
29 de octubre del 2021, Salón Azul de la Intendencia de Montevideo.
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