Nicolas Guigou y Magdalena Milsev

“Y soltaron a los cuatro ángeles que esperaban la hora, el día, el mes y el año, listos para exterminar a un tercio de los hombres.”

Apocalipsis 9, 15

Las pandemias y las epidemias mortíferas –más conocidas en otras épocas como pestes– poseen un halo de inmediatez y letalidad que usualmente remiten a unos oscuros orígenes (guerras biológicas y manipulación genética y social, incompetencia o maldad humana, castigo divino o eventual señal del final de los tiempos) y a la posibilidad real o imaginaria del contagio, de ser afectados por la temible enfermedad de diferentes maneras y por variados caminos. Bajo el contemporáneo y aséptico discurso médico y planetario, la cercanía humana deviene en peligrosa. El coronavirus –la peste de hoy– silencia ciudades enteras, inmoviliza aeropuertos, cierra fronteras y nos obliga a permanecer en un sedentarismo y un aislamiento obligatorios. Hay un único culpable: lo humano. Esa singularidad humana, eventualmente portadora de la peste, debe ser separada, distanciada, reducida a resguardos y cuarentenas.

El apestado siempre es el culpable, por portar la peste y mucho más por diseminarla, sea de manera inocente o irresponsable, o tal vez –las pestes amplían siempre las paranoias sociales ya instaladas– guiado por el oscuro propósito de perjudicar a los demás y atraer la desgraciada a su entorno, de manera de compartir con los otros un destino aciago al que él ya está condenado.

CIENCIA Y RELIGIÓN. El discurso científico sobre el coronavirus, o covid-19, no deja dudas respecto de la humanidad de esta peste (del humano como real o eventual portador) y se establecen diferentes narrativas acerca de su origen, las formas de prevención y su posible cura. Los orígenes de las pestes, las pandemias y las epidemias son siempre vidriosos, o al menos la disección científica no logra abatir las posibilidades de ficcionar. Ya no se podrá invocar –como en la Edad Media, con la peste negra– alineaciones planetarias capaces de desatar esta enfermedad ni responsabilizar a los humores de materia orgánica en putrefacción expandidos por el aire. Sin embargo, otras maneras de ficcionar sobre la peste son convocadas en esta contemporaneidad y compiten con la racionalidad del saber y el discurso científico, al simbolizar y narrar este coronavirus con el espíritu apocalíptico de la época, en clave de final de los tiempos.

Ya sea por medio de los mediáticamente presentes discursos científicos y médicos, las posteriores interpretaciones y los análisis de las ciencias sociales –una variación, en definitiva, del discurso social– de los efectos presentes y futuros de esta plaga contemporánea, ya sea a través de las tentativas políticas y gubernamentales que, con diferentes niveles de racionalidad, tratan de frenar la expansión de la pandemia, las cosmologías religiosas y los espacios de creencias continúan otorgando un aire profético a este coronavirus y manteniéndolo como un designio de la divinidad. Se trata de desentrañar su origen, sus devenires y su lugar en la escena del casi inevitable (desde estas perspectivas trascendentalistas y apocalípticas) fin del mundo. El coronavirus se manifiesta, así, en un contexto social que se encuentra semióticamente exaltado, en un estado de alarma cuyas prospectivas y apuestas a futuro se asientan muchas veces en el deseo encubierto y tanático de la destrucción total, de la esperanza ansiosa de un armagedón en ciernes.

PERSPECTIVAS RELIGIOSAS. A partir de esta exaltación, algunas corrientes esotéricas contemporáneas sostienen que el nacimiento de este fenómeno pandémico se debe a conductas reprobables y muy humanas. Así, para algunas corrientes cabalistas,1 en la eterna afectación entre mundos visibles (el nuestro) y los que no lo son, la producción permanente del odio gratuito –difamaciones, habladurías y viles chimentos que asumen, en las antiguas figuras alquímicas, el rostro de la comadreja, el hurón o la curiosa rata de campo– habría generado este virus para llamar la atención de la humanidad e incitarla a corregirse. También el manido tema del semen (sacralizado por tantos patriarcalismos) y su eventual “desperdicio” por la permanente masturbación masculina habría generado el surgimiento del covid-19, y la continuación de esta práctica onanista, su difusión extrema.

Otras corrientes religiosas más populares, como los pentecostalismos latinoamericanos, han diferido en su diagnóstico sobre la pandemia: la han colocado como “una invención de Satán” –este es el discurso del poderoso Edir Macedo, líder fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios (Pare de Sufrir)–, indicando que se trata de una ola de miedo orquestada por los medios de comunicación para debilitar a la población frente al Mal, con el objetivo de evitar que los feligreses se aglutinen en sus templos y sean protegidos de todo daño. Por cierto, esta actitud de fe viene siendo corregida por la Iglesia Universal del Reino de Dios en función de los infectados dentro de sus templos en el vecino Brasil.

De modo contrario –el ejemplo es útil también para comprender la heterogeneidad de los pentecostalismos latinoamericanos–, el conocido y local pastor Márquez ha señalado que las pestes como el coronavirus “son juicios de Dios en la tierra”, claras consecuencias de la desobediencia humana, “maldiciones que nos persiguen”, por no seguir lo escrito y manifestado en la palabra de Dios. La respuesta de la corriente religiosa dirigida por este pastor a la pandemia ha consistido en acompañar a sus fieles mediante celebraciones y oraciones virtuales, y aludir a lecturas proféticas y bíblicas que hacen referencia a las pestes, al mal comportamiento humano y al merecido castigo divino. A la vez, recomienda a sus seguidores, de manera más pragmática y realista, el profuso lavado de manos y la quietud hogareña.

En tierras católicas, los movimientos integristas exigen la apertura de las iglesias y la realización de misas, ya que es a través de la oración y los rituales que se logra la salvación del mundo de este virus. El papa y la mayoría católica, sin embargo, prefieren virtualizar sus oficios y su rituales, para bendecir y pedir a Dios por los enfermos y el cese de la peste desde una necesaria e higiénica lejanía.

Otras ofertas, aunque socialmente menos legitimadas, se suman a los rezos papales por la pronta sanación. Desde el curandero espiritista de Piedras Blancas, que asegura a través de unos carteles la cura del virus; pasando por el inclasificable pastor Héctor Aníbal Giménez (fundador de la iglesia argentina Ondas de Amor y Paz), que promociona un alcohol en gel milagroso y sanador de la pandemia;2 hasta la venta de remedios preventivos más sofisticados (y más caros), como el preparado alquímico selenita, producido por la vernácula Iglesia Mariavita, que fortalece el aura y espanta la peste, un sinnúmero de remedios y posibilidades mágicas han surgido como resultado de la enfermedad y la infinita credulidad humana.

Tal vez sea mejor hablar de la necesidad de simbolizar y narrar de alguna forma la peste –esta peste– y el lugar de lo humano. Una narración y una simbolización que exhiben los límites del discurso científico –no por ausencia de datos y razones, sino porque las razones simbólicas remiten a otro orden semántico– y manifiestan el lugar de lo humano desde el anhelo de su extinción y la extinción de todo lo existente (el final de los tiempos) o bien desde su desaparición de la faz de la tierra, para el bien del planeta y las otras especies.

En cualquier momento –bendito y alabado seas, coronavirus– veremos caminando, en la despoblada rambla montevideana, avestruces y mulitas.

1.   Guigou, L N (2018). Kabbalah, comunicación, antropología: las maneras de hacer/pensar teorías en la contemporaneidad. Montevideo: Lucida Ediciones, Fic-Udelar.

2.   El conocido pastor ya fue penalmente imputado por esta estafa. Véase ‹https://www.pagina12.com.ar/253791-imputaron-al-pastor-gimenez-por-vender-alcohol-en-gel-a-mil-›.

*    Licenciada en Ciencias Antropológicas y maestranda (Fhce, Udelar). Tesis: “Evangélicos y políticas”. **           Profesor titular del Departamento de Ciencias Humanas y Sociales (Fic, Udelar

Fuente: Brecha, 27 de marzo del 2020