Por Franco Berón

Es apreciable la notoriedad que está tomando la reflexión sobre el vínculo que como humanidad venimos construyendo en relación al planeta, y a las demás especies que lo habitan. El paradigma antropocentrista se ve cada vez más interpelado, debido al impacto ambiental/social de las prácticas que se fundamentan en esta forma de entender nuestra interacción con todo lo que nos rodea.

La coyuntura actual ha inspirado en la comunidad cristiana procesos de discernimiento acerca de una mirada clásica, perpetuada hasta el día de hoy por algunos sectores religiosos que entienden al ser humano como vértice de la creación, al tratarse éste de una criatura privilegiada, pensada a imagen y semejanza de Dios, con autoridad de “someter” al resto de los seres con quienes coexiste1. No son recientes las objeciones que se le han presentado a esta lectura de las escrituras; pero lo que en su momento era reducido a meros debates teológicos, hoy se presenta como una necesidad urgente de transformar nuestras dinámicas de vida y pensamiento.

El abordaje ecologista desde la fe cristiana, suele partir de la idea de que la creación es la expresión de un Dios que es Amor2 y desea salir de sí mismo para donarse; un proyecto que nace del amor y para el amor. En este sentido, cuestiona las lógicas de sometimiento desde las que se entiende el lugar de la humanidad en la creación desde ciertas lecturas antropocentristas. La idea de “privilegio” para el cristianismo, cobra sentido en el servicio, en la construcción de libertad, de dignidad y plenitud; no en el ejercicio del poder3.

En los relatos de la creación se representa una relación cercana y armoniosa, entre el humano y el resto de las criaturas. En el relato yahvista se “considera” en un principio que las demás especies quizás podrían ser incluso, una buena compañía para solucionar la soledad del humano original4. En el relato sacerdotal, parecería que la existencia humana cobrara sentido en nuestro rol de cuidado hacia el resto de las criaturas, que en este caso nos preceden5. Desde la ecología cristiana se suele entender que éste se trataría de un llamado vocacional extendido a toda la humanidad.

Los demás animales, en el contexto de la creación, no eran pensados siquiera como alimento6. No fue hasta que la humanidad se apartara del proyecto de amor de Dios y la armonía de la creación se corrompiera7, que luego del diluvio se le permitió al humano la dispensa de valerse del resto de los animales como alimento8. Esto ante un panorama concreto y con una serie de condiciones9, que se desarrollaron luego en la “ley mosaica”10; procurando preservar así la dignidad del resto de las especies11. De hecho, el pacto de la primera alianza tuvo lugar con todas las criaturas que habitaban la tierra, y no con el humano únicamente12.

Si bien lo anteriormente mencionado, debe ser entendido teniendo en cuenta los recursos literarios que se utilizan en los relatos bíblicos; resulta llamativo observar la situación que vivimos hoy en día en términos climáticos, sanitarios y sociales, y el papel que juega nuestra relación con los demás animales en todo esto13.

Los anuncios proféticos ilustran la plenitud de la humanidad acompañada con una reparación de la armonía que existiría originalmente en toda la creación14. Es en este sentido que desde la ecología cristiana se hace énfasis en el cuidado del vínculo, no sólo entre humanos, sino para con el planeta y hacia las demás criaturas que lo habitan. La mirada antropocentrista que entiende al humano desde las relaciones de poder; es remplazada desde la ecología cristiana por una “conciencia de cuerpo”15 que entiende al humano como parte de un todo, desde un sentido cooperativo.

Hoy en día podría decirse que estamos convirtiendo la creación en un cuerpo estéril; los sectores más vulnerados de nuestra sociedad, con quienes Jesús se identifica16 según el relato bíblico, son quienes se están viendo más vulnerados ante esta situación. Quienes tienen menos recursos para defenderse de la crisis climática, son quienes menos responsabilidad tienen sobre esta. La integridad de las futuras generaciones también depende de que la creación sea un lugar fructífero. Hay una cuestión de justicia climática que está en juego. Estamos constantemente tomando postura ante esto con nuestras acciones y omisiones. Nuestras formas de producción y consumo le están robando la dignidad al resto de los seres (humanos y no-humanos) con quienes convivimos en el planeta17.

La invitación desde la ecología cristiana, es en definitiva, atender al clamor de una creación crucificada por nuestras faltas de amor, por nuestras diversas formas de ejercicio del poder, por la mercantilización de la vida18.

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1 Génesis 1;26

2 1Juan 4;8 / Romanos 1;20

3 Mateo 20;26 / Lucas 4;18

4 Génesis 2;18-19

5 Génesis 1;20-26

6 Génesis 1;29-31

7 Génesis 6;11-12

8 Génesis 9;3

9 Génesis 9;4

10 Éxodo 22;19 / Éxodo23;5 / Éxodo 23;12 / Deuteronomio 25;4

11 Proverbios 12;10

12 Génesis 9;9-10

13 https://elpais.com/elpais/2018/05/31/ciencia/1527756219_906375.html / https://www.infobae.com/america/the-new-york-times/2020/04/15/nuestro-cruel-trato-hacia-los-animales-condujo-al-coronavirus/?fbclid=IwAR2wLefTntZy9ZsSthaYaMgUsB05otDZAMscQUIN5NektFAtENp-dqrEptw

14 Romanos 8;19-21 / Oseas 2;18 / Isaías 11;6-9

15 1Corintios 12;12-26

16 Mateo 25;35-45

17 Isaías 58;6

18 Apocalipsis 11;18