Tony Brun

Pocos años después del asesinato de Jesús de Nazaret – que no fue un cristiano – nacía una nueva simbiosis entre religión y estado, conocida como cristiandad que adquiría forma cultural y civilizatoria: cultura o civilización cristiana.

Con el tiempo aquel imperio cristiano dio paso a los estados confesionales cristianos, los cuales hasta el día de hoy, continúan adheridos a la religión cristiana – cristianismo – sea por legislación o por los usos y costumbres de la tradición. Esta adhesión en la mayoría de las sociedades cristianas, no significa la prohibición de otras religiones no cristianas. Esto es evidente.

Pero también es evidente que tal adhesión ha ido paulatinamente deteriorando la energía de transformación que tenía el cristianismo en sus orígenes. Y hoy, es evidente que el cristianismo – como sistema de creencias y doctrinas – está moribundo. En cierto modo, es natural que así sea pues todo lo que nace, también muere. También las creencias, también las doctrinas.

Lo que no es natural son las causas de su mortal deterioro. Estas están ligadas en las condiciones sociales y culturales, que provocan más su involución que su evolución. La descripción de las múltiples causas y condiciones del mortal deterioro del cristianismo, escapa nuestra posibilidad y capacidad. Mencionaremos dos que nos parecen actuales y notorias.

  1. El cristianismo más prostituto que santo

Siempre se dice que la Iglesia es una “casta-meretriz” (santa y pecadora) y también que debe ser Ecclesia reformata semper reformanda est (reformándose siempre). Pero eso no es lo que sucedió durante siglos y tampoco ahora. Incluso, repetir estos subterfugios semánticos carga la sospecha de minimizar la inmoralidad ética que campea en el cristianismo moderno.

La institución más antigua de Occidente – representante del cristianismo – ha llegado a un punto de gravísima desmoralización con prácticas de abuso en todo los órdenes – incluso criminales – que ya no puede ser olvidadas ni mentidas. Y esto ocurre tanto en el ámbito católico como protestante y evangélico del cristianismo. Los crímenes que desde hace siglos sucedían en el centralismo jerárquico católico – y que recientemente Vatileaks reveló al mundo para vergüenza de la mayoría de los cristianos – suceden también en la nueva cristiandad promovida por la jerarquía protestante y evangélica. Basta recordar los apoyos irrestrictos y bendiciones de la religión civil estadounidense (American civil religión) – primero protestante y después evangélica – a las guerras contra Irak, Afganistán, el bloqueo al pueblo de Cuba, etc.i ¿Debería investigarse más la pedofilia y abusos de contra las mujeres en el ámbito protestante y evangélico? ¿O acaso ocurre sólo entre católicos?

El cristianismo – en su dimensión institucionalizada de sus iglesias – es más prostituto que santo. Las nuevas iglesias evangélicas – llamadas [bien o mal] neopentecostales – rejuvenecen la añeja cristiandad añadiéndole abundantes y modernas dosis de corrupción.

Ahora, los líderes – autoproclamados apóstoles, obispos, y profetas – no sólo se codean con candidatos presidenciales, sino también costean con el dinero y el voto del pobrerío a presidentes. Y estos – agradecidos como lobos entre las ovejas – les abren las puertas de congresos y ministerios. Ahora, las mentiras y corrupción que parten de sus sermones y celulares, son la nueva estrategia divina para imponer el “reino de los cielos” en la tierra. Simpatizar y abiertamente apoyar la persecución contra quienes son y piensan diferente; torcer y amoldar las palabras de las Escrituras para que sustenten proyectos de ley contra quienes son y piensan diferente; descalificar a quienes son y piensan diferente aun siendo de la propia familia… todo esto también vale.

Ahora, todo vale si es para la gloria de Dios. Y como Dios siempre está callado, pues ¡todo vale!

En general, el cristianismo actual y su institución – la iglesia – ya es una vergüenza. Ese vicio meretricio sediento de acomodación y poder mundano, pervive en todas sus acciones y en su piedad arcaica e irracional. El lenguaje tradicional ya no convence. Su deterioro es tan evidente que ya nadie se anima a acusar a la juventud moderna de “descrédito y falta de fe”.

Por supuesto que el cristianismo y su Iglesia ha hospedado genios y movimientos de personas de buen corazón, que aún siglos después continúan iluminando a la Humanidad. Pero la inteligencia y la compasión no son exclusivas propiedades cristianas. Los movimientos libertarios que han conducido a la Humanidad por senderos más evolucionados, no se dieron por causas exclusivas del cristianismo y la Iglesia.

Si se preguntara ¿cuál es la razón de ser de la iglesia en la actualidad de mundo? Ciertamente no lo es en el ámbito de las creencias, de los discursos y las doctrinas teístas. Las afirmaciones metafísicas – aun imbuidas de lenguaje bíblico – no salvarán al mundo y tampoco comprenden (connaître, conocer, abrazar) el sufrimiento humano.

Quizás la única razón de existir para la Iglesia en el mundo actual sea en dos aspectos:

Primero, recuperar su dimensión comunitaria y ser una “red de corazones” como decían los antiguos, y brindar a las personas un espacio social donde su necesidad vital de comunidad, de contacto personal y sociabilidad encuentren satisfacción. Tal vez esto sea nada más que una quimera. El andamiaje institucional y el peso de la tradición de siglos es de tal envergadura, que exigirá empezar de cero, y esto ya es imposible.

Segundo, recuperar su dimensión ética pero ahora liberada de toda referencia metafísica, llámese a esto el Absoluto, el Ser, el Creador o el Dios y Sus mandamientos. En otras palabras: no es necesaria ninguna referencia teológica para vivir éticamente en este mundo. Esta sería una ética inspirada en Jesús de Nazaret pero laica y secular.ii ¿Sería posible tal cosa? ¿O es en sí misma una contradicción? Miles y miles de seres humanos actúan éticamente para eliminar el sufrimiento en este mundo sin necesidad de ningún Dios. No es necesario creer en Dios para ser religioso, pues la esencia de la religión por antonomasia es la liberación del sufrimiento humano. El destino del Hombre está en sus propias manos. Si los humanos desaparecen, los dioses se esfuman.

En todo caso, el interés del Dios cristiano parece estar centrado en los seres humanos. Tal vez todo esto también sea nada más que una quimera. Aunque el cristianismo conoció un fértil agnosticismo, en la cual podría sustentarse una ética laica y secular, el peso de los siglos de teología es tal que exigiría la humildad intelectual de reconocer “sobre Dios…no lo sé”. Pero este “no-saber” está muy lejos de la torpe y borrosa confusión de la ignorancia. Es un estado de atención y alerta vívida que evita que uno se vea atraído por la tentadora seducción de la certeza absoluta. Y esto, a todas luces, hoy parece imposible.

  1. El cristianismo sin moratoria teológica

En general, la teología ha hecho bien al cristianismo y la Iglesia. Al fin y al cabo, el cristianismo es una religión teísta, y por eso promueve una fe teísta. Su punto de partida es un acto de fe a un credo y su sustento son un conjunto de creencias que mediante sesudas reinterpretaciones teológicas, adquirieron el estatus de dogma: el dogma cristiano.

Dicho esto nos preguntamos, si luego de siglos y siglos de teo-logía,iii esto es “hablar de Dios”, o discursar sobre Dios, ¿no es tiempo de una moratoria teológica? ¿Qué significa esto? Pues nada más y nada menos que parar de hablar de Dios. La suspensión de las opiniones y conjeturas, conceptuosidades teológicas y atolladeros sin salida a los cuales conduce el “hablar de Dios”. Al final, sobre Dios todo lo que se diga – incluso esto mismo que escribo – no pasa de especulaciones metafísicas siempre imposibles de afirmar o de negar. O peor aún, no pasan de intentos de hacer entrar a Dios con el calzador de nuestras formas y caprichos intelectuales.

Pero hablar de Dios se ha vuelto una obsesión y vanidad enfermiza. Por un lado, están las elaboradas elucubraciones teológicas que acaban haciendo afirmaciones intrincadas para sacar alguna con-clusión sobre Dios (close = cerrar). Y uno se pregunta ¿quién puede “encerrar” a Dios? Y por otro lado, están las predicaciones modernas en los grupos evangélicos que sólo expanden tonterías ridículas y narcisismos sin fin.

¿No sería mejor dejar de hablar de Dios? ¿Una suspensión de cualquier juicio y prescripción sobre Dios? ¿O al menos una disminución de tanta y tanta verborragia sobre Dios? A propósito, es bueno recordar aquí el consejo de San Francisco de Asís: “Predica el evangelio todos los días, y algunas veces usa las palabras”.

Pero no tengo esperanza que tal moratoria o disminución sucederá. Y aunque la época de las misiones “evangelizadoras” parece estar llegando a su fin, ahora se las sustituye con el activismo de “plantar iglesias”. Tal actividad – que bien parece una competencia adornada con citas bíblicas – ingenuamente cree que aumentando la cantidad aumentará también la calidad.

La paradoja es que cuanto más se hable de Dios, más moribundo el cristianismo estará. Poco importa si este “hablar de Dios” se hace desde las academias o desde las iglesias.

Sobre Dios cualquier información es siempre una limitación, y “también una idolatría”, dirían los padres de la Iglesia antigua. Lo impensable es impensable porque no puede ser pensado. Más aún, es inefable, o sea, no puede ser hablado. Y al decir esto, ya estamos en una contradicción.

En rigor entonces, ninguna palabra puede expresar lo que se declara impensable o inefable. “Sobre lo que no se sabe hablar, se ha de callar”, decía el filósofo austríaco Ludwing Wittgenstein.

Permitidme una afirmación a sabiendas que con esto se entra en la contradicción: Dios no es objeto ni de pensamiento, ni de voluntad y mucho menos de predicación o de anuncio, a menos que reconozcamos honestamente que pensamos, actuamos, predicamos o anunciamos a un ídolo. Como San Gregorio de Nisa sentenciara “los conceptos crean ídolos. Sólo el asombro conoce.”iv

Afirmar o negar a Dios ya carece de importancia. Ambas preguntas y cualquier respuesta – además de altivas – son especulaciones u opiniones irrelevantes e inválidas.

El cristianismo abunda en teologías, declaraciones, discursos, dogmas, doctrinas, creencias y mucho más sobre eso que todos convenimos en llamar “Dios”. Pero justamente sobre “eso”, no conocemos, no sabemos.

Comparto mi experiencia subjetiva. Cuando vuelvo a releer los libros y tratados de teología y teologías, ahora me cuesta encontrarles algún sentido y utilidad a tales estudios. En general, me parecen áridos y estériles, arrogantes en sus afirmaciones y certezas sobre Dios, y ciertamente, bastante aburridos.

Tal abundancia de afirmaciones enciclopédicas sobre “Dios” – desde las más elaboradas hasta las más ridículas – acaban por deteriorar más y más el cristianismo y su Iglesia. Es evidente que no se puede seguir presentando a Dios como panacea universal. La fe en un Dios padre, protector, bueno, omnipotente y omnisciente, etc. está declinando (y un Dios madre, tampoco resolvería la crisis). Pero no nos preocupemos. Cuando las antiguas imágenes de Dios ya no funcionan, surge un arduo trabajo reinterpretativo por inventar nuevas imágenes. Pero al final sólo eso son: imágenes, que aparecen y desaparecen.

El cristianismo está más moribundo, y su Iglesia cada vez convoca y evoca menos.

Entonces no tiene nada de extraño que un ser humano con un mínimo de introspección y reflexión, quiera pasárselas sin Dios, o al menos, distanciado de los –ismos e instituciones que se atribuyen la posesión y el conocimiento de Dios.

La cuestión desnuda y descarada consiste en preguntarse “¿para qué sirve Dios”? Todo nos indica – y las evidencias están a la vista – que podemos ser religiosos sin ningún “Dios”; podemos ser mejores seres humanos, buenos, de buen corazón y compasión, sin ningún “Dios”; que podemos liberarnos del sufrimiento – inclusive viviendo la inevitable contingencia de la enfermedad, la vejez y la muerte – sin ningún “Dios creador y salvador”.

¿Qué esperamos de Dios: que responda a nuestros pedidos, necesidades y caprichos; que remedie los males y las injusticias sociales; que nos proteja de los enemigos y – ojalá – que nos vengue de las ofensas recibidas; que su verdad – que es nuestra también – se imponga en este mundo?

No pocos reaccionarán – a menos en su interior – a estas radicales preguntas.

Unos, porque parten de la creencia que Dios existe (aunque nada pueden probar al respecto) cualquier cuestionamiento a este lugar fijo de su fe e identidad religiosa, será desechado. Otros, porque han hecho del cristianismo un sistema fijo de creencias y prácticas que les asegura un lugar de confort ya sea en su propio esquema egoísta o en las diversas jerarquías establecidas por la sociedad y el mundo. Unos y otros prefieren protegerse a sí mismos bajo una armadura de opiniones y conceptos fijos en las que puedan sentirse a salvo de cualquier cuestionamiento e impermeables a cualquier crítica. Es mucho más fácil confiar en un conjunto familiar de prácticas y creencias fijas. Por ilusoria que resulte esta postura, ofrece al menos cierto grado de comodidad especialmente porque la vida es infinitamente fluida, contingente, imprevisible, incierta y misteriosa y depende de un delicado equilibrio de causas y condiciones fuera de nuestro control.

  1. Para terminar…

Tengo la conciencia inquieta y por momentos aterrada que estamos llegando al fin como Humanidad, como civilización con sus grandezas y barbaries. El planeta ya no soporta más desarrollo – por más sostenible que se lo proclame – y todo parece indicar que nos acercamos a un límite, quizás invisible pero no menos real. Y en esta ultimidad, también sospecho que el cristianismo está culminando su periplo por este mundo.

Celebro y aplaudo a mis amigos y amigas – que pese a todo – todavía insisten en “la esperanza contra toda esperanza”. Ni ellos ni yo sabemos si esta insistencia no será más que un amuleto que viaja con nosotros por todas las incertidumbres. O sería la esencia de lo que se espera aunque no se vea “porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción” (Rom 8:21).

Hay un hecho universal, contundente e inesquivable: el sufrimiento y la tendencia innata a liberarse de él. En esto, todos somos iguales. Por eso, sin angustia por el final que se acerca y para el tiempo que nos resta vivir, vuelve a importar la persona concreta y su liberación. Que la liberación depende de nosotros o que la salvación está en nuestras manos, lo dicen prácticamente todas las tradiciones de la Humanidad.

Incluso el cristianismo guarda en su memoria, algo de esto. Por un breve período pervivió una tradición que no cayó seducida por el poder de la cristiandad, ni por la obsesión enfermiza y vana del hablar de Dios. Una tradición cristiana que cultivó el silencio. Que nada afirmaba y nada negaba sobre Dios, que – como siglos antes el Buddha – permanecía en la contemplación del silencio y el servicio para la liberación del sufrimiento humano.

En todo caso, para esta tradición cristiana antigua, eso que llamamos “Dios” siempre era un desconocido símbolo del Misterio. Pero esto no les impidió florecer espiritual y éticamente. Infelizmente, el apofatismo místico cristiano no se consolidó como movimiento reformador. Sus exponentes más lúcidos acabaron marginados de la Iglesia oficial. La retórica dogmática y autoritaria de Concilios cristianos siempre se impuso…hasta nuestros días.

Tony Brun

Washington, DC

Junio 2019

 

i Al llamado de los fundamentalistas islámicos a la guerra santa contra los «cruzados cristianos occidentales», un importante general norteamericano (William G. «Jerry» Boykin) responde que «sólo se vencerá a Saddam y a Ben Laden si se combate en nombre de Jesús”. https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-religion-civil-en-eeuu-nid833526

ii Somos consciente de la contingencia que esta afirmación plantea. En todo caso, exigiría para empezar una interpretación secular del Jesús histórico, liberado de todas las referencias metafísicas y transcendentes que se le asignó desde los primeros años de cristianismo.

iii El término teología (gr. θεολογία)no es de origen cristiano. Sus primeras referencias están en la antigua filosofía griega.

iv Gregorio de Nisa: “Vida de Moisés” em PG 44, Col. 377B y “Homilía XII sobre Cantar de los Cantares” em PG 44, Col. 1028D