Victor Liza
Es de Perogrullo decir que las candidaturas de Pedro Castillo y Keiko Fujimori, competidores de la segunda vuelta electoral peruana, son polos opuestos. El primero representa el cambio de un statu quo que se ha mantenido en las últimas tres décadas. La hija del expresidente Alberto Fujimori es, más bien, el estandarte de ese establishment, además del legado de corrupción y violaciones a los derechos humanos del decenio de su padre, amén del reciente abuso de poder de su mayoría parlamentaria en el último quinquenio. Pero en el campo de las relaciones religión-estado hay una aparente coincidencia.
Cuando ha sido consultado por la prensa, Castillo se ha mostrado contrario al enfoque de género en la educación. El propio líder de su partido, Vladimir Cerrón, ha tenido declaraciones en contra de estos temas que han sido consideradas misóginas, aún dentro de la propia izquierda peruana. Sin embargo, Castillo ha dicho también que la legalización del aborto, bandera del progresismo y pecado para los conservadores, puede debatirse en el marco de una asamblea constituyente, propuesta de campaña con la que busca construir un nuevo pacto social entre los peruanos, alejado de la neoliberal Constitución de 1993 impuesta por Fujimori padre. Esa ha sido una de sus concesiones, lo que no es menor.
Keiko Fujimori también es contraria al enfoque de género. Y en la práctica lo ha demostrado con creces. Desde su época de congresista (2006-2011) hasta los días que corren, su bancada ha rechazado y bloqueado varios proyectos de ley como el endurecimiento de sanciones por crímenes de odio contra homosexuales, la unión civil entre parejas del mismo sexo, por mencionar algunos. Y lo han hecho de manera militante. Varios de los parlamentarios fujimoristas eran miembros de iglesias evangélicas o pastores cercanos a “Con mis hijos no te metas”, movimiento que se opone a cualquier iniciativa que defienda los derechos de las mujeres y la comunidad LGTB. Y también hay católicos que integran el Opus Dei. Hasta su retiro ordenado por el papa Francisco, el excardenal Juan Luis Cipriani, de esa misma orden católica, fue su aliado incondicional en estos temas.
El fujimorismo no es el único movimiento político que se opone a lo que los conservadores llaman “ideología de género”. En el último quinquenio, coincidió en esos temas con algunos parlamentarios del Apra, Alianza para el Progreso (APP), y hasta con integrantes de Peruanos por el Kambio, el desaparecido partido del expresidente Pedro Pablo Kuczynski. En el Parlamento elegido en 2020, ya sin la mayoría aplastante del 2016, se plegó a iniciativas de bancadas disímiles en lo político, pero conservadoras en lo moral, como Acción Popular y Podemos Perú.
Para el próximo quinquenio, el fujimorismo, que ahora tiene 24 parlamentarios de 130, cuenta con aliados (en todo sentido) como Renovación Popular, del excandidato presidencial Rafael López Aliaga, quien ha declarado ser célibe desde hace cuatro décadas; y de Avanza País, de Hernando de Soto, quien si bien no se ha mostrado contrario a estos temas, tiene congresistas que podrían frenar iniciativas favorables a la comunidad LGTB. Y si sumamos a APP, partido con el que ahora tiene una alianza política, constituyen una mayoría que no solo será un bastión conservador en temas morales, sino que puede servirle a Keiko Fujimori aún si pierde la elección.
En el caso de Castillo, si bien se presenta conservador, no es un “militante” de la causa como lo son los fujimoristas y sus aliados. En todo caso, expresa el tradicional conservadurismo peruano, que más que oponerse a estos asuntos, tiene preocupaciones materiales urgentes, como la salud, la educación y el trabajo, que la pandemia ha evidenciado como desatendidos. Su partido, Perú Libre, tiene como banderas principales el cambio del modelo económico neoliberal por uno de producción nacional y de trabajo, además de diversas reivindicaciones sociales. Está más alineado a los procesos de cambio que enarbolaron los gobiernos denominados “democráticos y populares” de inicios del presente siglo, que encabezaron Lula da Silva, Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, por mencionar algunos personajes. En la segunda vuelta ha conseguido el apoyo de Juntos por el Perú, de Verónika Mendoza, que tiene una mirada más progresista con respecto al género, y que podría influir en futuras decisiones de gobierno en caso de que llegue al poder.
En suma, si bien ambos candidatos tienen discursos conservadores en lo moral, aparentemente similares, la práctica nos indica que el fujimorismo ha sido el principal enemigo de estas minorías. No son escenarios al cien por ciento favorables, pero ya vemos cuál se torna mucho más complicado.
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