domingoramos_0Por Adriano Frattini

El domingo de ramos conmemora la entrada a Jerusalén. Marca la apertura de la semana más importante para la fe cristiana, en la que se conmemora la pasión, muerte y vida después de la muerte de Jesús.

El evento sucedió de forma muy particular, contra todo lo que se podía esperar de la entrada de un líder, un profeta o alguien aclamado por el pueblo como lo era Jesús. Ninguna de la expectativas comunes y más compartidas de la época fueron llenadas en esta entrada, que no es ni una entrada triunfal, ni una apertura esplendorosa. Dice mucho esta entrada de la vida y del proyecto de Jesús. Nuestra vida también puede ser definida por las “entradas” que hacemos, todo el tiempo estamos pasando por puertas y haciendo entradas que van escribiendo nuestra historia: la entrada a una casa de estudios, la entrada a un hospital, atravesamos la puerta del registro civil o la iglesia, pasamos por las puertas de un cementerio, la entrada a un consultorio médico, los portones de un nuevo empleo, etc. Todas esas puertas, lugares y situaciones por las que pasamos nos van definiendo como personas, y forman parte de nuestra vida. Lo que juega un papel definitorio en la forma en la que viviremos nuestra historia, y nos desarrollaremos en ella, disfrutándola en plenitud es el como, como entramos por esas puertas, con qué actitud.

En este evento, Jesús demuestra un modo distinto de actuar, un modo que nos puede enseñar a nosotros a vivir, en todos los lugares a los que entramos en la vida. La vida es para vivirla, y vivirla bien, y eso tenemos que hacerlo de la manera en que Dios nos enseña. En estos tiempos de guerras, y violencia, cuando no todos en el mundo pueden disfrutar el buen vivir que Dios pensó para todos, en este tiempo de explotación y de globalización, de economización de las guerras y de todas las decisiones públicas, vale la pena apostar al ejemplo de Jesús, que nos mostró una forma diferente de vivir en este mundo.

 

 – Jesús entra en un burrito, símbolo de humildad y horizontalidad

Los líderes se subían a caballos, como los que nuestra ciudad esta llena. El caballo de la conquista, del poder, de la fuerza, del triunfo. Y Jesús se baja del caballo, justamente en esta escena, o más bien ni siquiera se sube a un caballo, sino a un burrito. Era de esperar que entrara a caballo, bien elevado, con la cabeza en alto a tres metros del suelo, mirando desde arriba al pueblo, con pompa y circunstancia. Jesús decide entrar a la ciudad santa, a Jerusalén, la ciudad emblema en medio del gentío que iba a celebrar la Pascua, en un burrito como el rey Salomón, cuyo nombre quiere decir “paz”, a la altura del pueblo, mirándose cara a cara, de forma horizontal. Y esto no es casualidad, por que solo la humildad trae paz, solo la humildad abre las puertas del cielo, y nos abre las puertas de los hombres y las mujeres. Y si bien notemos que Jesús no cambia de lugar, no se hace público y se pone a aclamar, ni se baja del burrito, sino que se coloca más o menos a la altura de la gente. Y eso es lo que puede salvarnos, el recuperar la capacidad de mirarnos a los ojos, de romper con las barreras que nos separan y nos hacen creer que algunos están más arriba y otros están más abajo, porque si lo pensamos un poquito todos estamos debajo de este cielo, y todos fuimos creados por el mismo Dios. La horizontalidad de las relaciones es la forma más amena de vivir, y la más respetuosa. Para poder comprender la vida así, desde lo llano, desde la igualdad, es necesario hacer lo que hizo Jesús, que es liberar al corazón de la ambición del poder y las pretensiones de triunfo, eso es libertad plena. Esto es lo que hace Jesús en este episodio, pues nunca estuvo tan cerca de ser proclamado rey, en ningún otro momento de su vida está tan cerca de ser proclamado lo que en realidad es y merece, de ser reconocido en su verdadera dignidad. Sin embargo, Jesús es consciente que su misión no es entronizarse como cualquiera hubiera soñado, y que su misión no era granjearse el respeto de las clases dirigentes y hacerse así un instrumento más para la dominación y el sostén de los privilegios de los judíos y los romanos, Por eso elige un modo distinto de entrar. Esta escena es un momento crucial de la vida de Jesús, porque aqui en esta entrada decide a qué va a entrar a la ciudad de Jerusalén. Y no va a ser para entregarse a la tentación de los aplausos, ni de los triunfalismos, ni de la fama, el poder o el dinero, sino para encarnar nuestra pequeñez y nuestra fragilidad, nuestra miseria humana y nuestra vulnerabilidad, dignificando así nuestras historias. ¿A qué entramos a nuestra ciudad? ¿A qué entramos a nuestra casa? ¿A qué entramos a la iglesia? ¿A que entraste al lugar donde trabajas?, ¿a tu profesión?, ¿a tu matrimonio?.

 

– Jesús guarda silencio, acepta en silencio y trabaja en silencio

También en esta perspectiva de hacer una entrada distinta el pasaje entero está signado por una cosa: es una entrada marcada por el silencio de Jesús. Salvo al inicio al dar las instrucciones, después no hay palabra alguna, ni arenga, ni discurso de su parte. Jesús permanece como una figura que deja hacer, se deja honrar y accede, sólo al final Lucas el evangelista, menciona unas palabras de Jesús, eso de “si ellos se callan las piedras hablarían”. “El silencio de Dios”, nos hace pensar, esos momentos en que nosotros queremos una acción, o una voz que truene de parte del Señor y que ponga por fin orden, o por lo menos que explique, que nos revele qué pasa lo que pasa, y cuando dejará de pasar o pasará otra cosa. Nos cuesta aceptar los silencios. Bethoven decía “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”, como aceptando que el silencio puede ser fermental, y así como es muy útil en la música, puede ser importante en la persona, en cada uno de nosotros y nuestro proceso de transformación.  ¿Por qué el silencio? El silencio de Dios puede ser una oportunidad para que hagamos algo en nuestra vida, o en la vida de alguien, y eso no significa que Dios no esté o que no vaya a realizar sus obra con los hilos incomprensibles que son su forma de actuar, sólo significa que nos está dando pie como en la escena de una obra de teatro a nosotros. Y el silencio es también una actitud de aceptación. Aceptación de las cosas como vienen, aceptación de las cosas que a veces no se pueden cambiar, aceptación de las contingencias de la vida, o de la voluntad de Dios, y aceptación del prójimo. Aceptar a las personas en sus actitudes, como Jesús aceptó a esa muchedumbre que tiraba palmas y mantos a sus pies, aceptó en silencio. En el silencio es donde pueden estar pasando las mejores cosas, y quien soporta el silencio, y tiene seguridad de que ahora o en algún momento Dios va a actuar, va a ver algo maravilloso, Dios siempre esta haciendo algo, aunque esté callado, y nosotros para variar también podemos callar un poco de vez en cuando.

– Jesús acepta el plan del Padre, y se ciñe al mismo, al igual que los discípulos

También callaron los discípulos, e hicieron, se largaron a cumplir las instrucciones de Jesús para buscar al burrito. Callaron y cumplieron. Resulta interesante cómo la gente alrededor de los animales atados deja que se lleven a los mismos, que eran bastante valiosos, y en cómo no hay solicitud ninguna de permiso para llevárselos, sino solamente una explicación y la promesa de devolverlos. Seguramente serían personas que habían conocido a Jesús, aunque no lo dicen los Evangelios. Aquí la actitud elogiable y deseable es la de los dos discípulos enviados a hacer el mandado, que cumplen las voluntad del Señor, y ellos que eran tan protestones y respondones todo el tiempo esta vez se comportan como obediencia y van a cumplir con total tranquilidad la comisión encomendada. Esa también es la actitud de Jesús, que se apega al proyecto de Dios y se apega al plan, aceptando voluntariamente su misión. ¿Y nosotros que?. Nos haríamos un poco de bien y nos liberaríamos de muchas tensiones si nos sintiéramos a nosotros mismos un poco más como comisionados, como enviados, como personas que han aceptado el plan de Dios para sus vidas y que lo siguen. Eso es lo que somos y en eso radica toda nuestra autoridad. Y esto no implica andar atropellando, ni pasado por arriba a los demás.

El llamado es a bajarse del caballo del orgullo, de la violencia, del triunfalismo, de la ambición del poder y del dinero,para subirse al burro de a humildad, del servicio, de la aceptación y de las cosas que deben ser hechas, servicios que solo nosotros podemos hacer, buenas palabras que solo nosotros podemos pronunciar, caricias que solo nuestras manos pueden dar.

“El Señor lo necesita”, dicen los discípulos para referirse al burrito que lo llevará. Y está puesto con un énfasis particular, como si fuera algo que recordar. En efecto, es de recordar que el Señor puede necesitar algo, pero no porque el necesite sino porque hay obras que deben ser hechas, y alguien tiene que llevar a Jesús consigo a donde vaya. El Señor te necesita, y nos necesita porque tiene que llevar a cabo su plan en este mundo, porque tiene que llevar a cabo su plan en tu vida, y tiene algo para vos y para mi. Porque como dijo san Agustín: DIOS QUE TE CREO SIN TÍ, NO TE VA A SALVAR SIN TI. Unos cargan, otros acompañan, en esta escena hay dos burros, el que lleva y la madre burra que acompaña, y así es también la vida, cada cual a lo suyo, unos cuidamos, otros cuidamos a los que cuidan, y todo eso es valorado por Dios, y puede formar parte de una gran obra que realice el Señor.