Rebeka Anić recibió el 19 de marzo de 2017, conjuntamente con Mercedes Navarro Puerto, el  premio de la Fundación Herbert Haag para la Libertad en la Iglesia, en Lucerna. Nos complace  poder publicar aquí el discurso oficial de Rebeka. El copyright pertenece a la autora y a la  Fundación Herbert Haag para la Libertad en la Iglesia. 

Por Rebeka Anić 

En mi exposición, me gustaría tratar la complejidad del debate sobre los conceptos de género y la  problemática del movimiento anti-género actual. 

Al hacerlo, parto de la tesis de que el género puede percibirse como un problema incluso antes del  discurso de género propiamente dicho, así como en trabajos en los que el genero no se aborda  explícitamente. 

Precedentes de esto son las reivindicaciones de los años 70, con la emancipación de las mujeres y su  integración laboral y política. 

Aun cuando el género no se cuestione, está presente. 

Especialmente textos que no abordan el género como categoría teológica, suelen estar fuertemente  influenciados, produciendo implícitamente género con consecuencias negativas para las mujeres. He  aquí un ejemplo: 

En numerosos documentos del Vaticano y en declaraciones de los últimos tres papas, el concepto de  género es rechazado como ideología de género. Aunque el género se rechaza explícitamente como  categoría de análisis, la autoridad docente eclesiástica evalúa el sexo natural de tal manera que  subordina la eclesiología y el ministerio de la iglesia resultante. Hombres y mujeres se convierten en  categorías eclesiológicas y soteriológicas centrales. Según la enseñanza de Juan Pablo II, la Iglesia  se compone de una parte apostólica-petrina y una parte mariana, que se complementan entre sí. De  acuerdo con este modelo, la parte apostólica-petrina, es decir, la parte masculina, está representada  por la jerarquía, mientras que la parte mariana o femenina de la iglesia está compuesta por laicos y  laicas. Juan Pablo II transfiere el modelo de género antropológico-complementario a la iglesia y, por  así decirlo, también vincula con el género los ministerios y servicios eclesiásticos. Una consecuencia,  entre otras, es la exclusión de las mujeres de la ordenación. El rechazo del género como categoría  reflexiva, con el uso simultáneo del sexo biológico y una naturalización de la eclesiología desarrollada  históricamente, puede ser entendida como la exclusión de cualquier posibilidad de cuestionar y  cambiar las estructuras eclesiásticas. La justicia en eclesiología queda así por detrás de la  heterosexualidad, con dominio masculino, entendida como condición natural. 

El género como problema en las teorías de género 

Por supuesto, también se puede hablar seriamente sobre el género como un problema. Se trata de  teorías de género y el uso del concepto de género en diversas disciplinas científicas, como un desafío,  para tratar críticamente el tema, realizar nuevas investigaciones y estudios, y buscar nuevas  soluciones teóricas. De estos debates solo menciono que ha habido un cambio en el significado del  término género: lejos de una acumulación de características sexuales construidas socialmente hacia  el género como una categoría analítica, que cuestiona la opinión de que las diferencias corporales  conllevan un significado esencialista. 

Es importante señalar que el género también se aborda de diversas maneras en la investigación  homosexual, intersexual, transexual y gay. No hay solamente una única teoría aceptada  universalmente, como se afirma falsamente en el discurso antigénero. Sorprendentemente, este  discurso no tiene en cuenta las discusiones y divergencias en la investigación de género o los  desacuerdos entre las teorías individuales de género y la política orientada a la igualdad. Más bien se  presenta todo como un movimiento monolítico que persigue una ideología común y una acción  concertada con el objetivo de realizar un supuesto plan secreto, a saber, la destrucción de la sociedad  tradicional. 

El género como problema en el discurso anti-género

En mi presentación de cómo los autores anti-género describen el género como un problema, me  limitaré a tres críticas, que considero cruciales, ya que, con la ayuda de estas críticas, se rechaza  cualquier discusión sensata sobre el género o la política orientada a la igualdad. 

La primera objeción es que el término género y sus derivados no estén claramente definidos. Se  mantiene persistentemente desde 1995, a pesar de la literatura y documentos internacionales que  toman el significado y el uso del término en diversas disciplinas científicas. En cambio, los  protagonistas del movimiento antigénero crean sus propias interpretaciones de los términos género y  mainstreaming de género. La insistencia vergonzosa pero persistente sobre una interpretación errónea  sugiere que esto no es ignorancia, sino una apreciación deliberadamente falsa. Ambos conceptos actúan, por así decirlo, como canastas vacías que pueden llenarse a voluntad con diferentes  acusaciones: desde la creación de un nuevo ser humano sin sexo y la aniquilación de la humanidad,  pasando por la sexualización temprana de los niños, hasta la lucha por la homosexualidad y la  legalización de la pedofilia. Desde un espectro tan amplio, uno puede elegir a voluntad uno u otro  tema, que a nivel nacional puede ser útil para fines políticos o religiosos. 

Si los autores anti-género estuvieran informados de que su comprensión de los conceptos no se  corresponde con los significados que estos conceptos tienen en los documentos internacionales,  rechazarían estas objeciones afirmando que «conceptos tan nobles» como «igualdad de género»  ocultan el deseo de luchar por conseguir y forzar una cultura de la muerte, «una ideología sodomita»  o el derecho a la eutanasia o la eugenesia, como, por ejemplo, han hecho recientemente los obispos  eslovacos y polacos. Es bastante obvio que esto imposibilitaría cualquier discurso e incluso el uso de  los términos género y mainstreaming de género. 

La segunda objeción se refiere a una condena global de los estudios de género y la incorporación de  la perspectiva de género como ideología, sin que se argumente en que se basa esta acusación. Esto  debe considerarse como una indicación de que se usa el término ideología por su fuerte carga  emocional. La acusación de que detrás del concepto de género se esconde una ideología peligrosa,  pesa más que la acusación de que es un error o una teoría problemática. 

Por lo tanto, la tercera objeción. A los estudios de género se les niega la erudición, junto con el  esfuerzo por desacreditarlos como exceso, hocuspocus, dogmática pseudoreligiosa o como anti- o  pseudociencia. En el discurso antigénero se defiende sobre todo una comprensión empírica puramente  positivista de la ciencia. Y con tal fundamentación científica, el propio conocimiento parece estar  protegido de la mezcla de ciencia y política y liberado de la necesidad de una autorreflexión crítica. 

El problema de la interpretación del fenómeno anti-género 

Incluso la cuestión de cómo interpretar el fenómeno antigénero supone un problema. Una de las  preguntas es: ¿Es una campaña anti-género o un movimiento anti-género? Si es un movimiento, ¿tiene  entonces un carácter nacional o internacional? Las investigaciones hasta ahora sugieren que se trata  de manifestaciones nacionales de un movimiento trasnacional. A nivel nacional, se seleccionan  aquellos temas que se piensa que pueden desencadenar un pánico moral y causar una  homogeneización de la sociedad. Este movimiento tiene un fuerte lobby incluso en el centro de la  Unión Europea, en Bruselas. 

Aunque este movimiento, desde su inicio, tiene características claramente misóginas, se procura  encubrirlo. En el discurso antigénero, ya no se habla de ideología feminista, sino de ideología de  género. El objetivo de esta retórica es atraer a las mujeres a la lucha contra la ideología de género al  sugerir que esta lucha no tiene nada que ver con sus derechos. El movimiento antigénero obviamente  tiene también una dimensión política. Por un lado, aparece como una especie de masilla que aglutina  varias opciones políticas – desde los humanistas cristianos, los neoliberales y hasta los nacionalistas  radicales-. Particularmente sorprendente es la conexión entre el antigénero y el conservadurismo de  derecha y el populismo de derecha. Se entienden como narrativas políticas creadoras de identidad y  reductoras de complejidad, que se ajustan a la defensa de las ideas de género post-esencialistas y la  lucha contra el reconocimiento de la diversidad sexual. 

Los partidos de derecha usan diferentes formas de discurso contra el género para perseguir sus  objetivos políticos. En algunos casos, (p. ej. en Francia) intentan convencer a las mujeres migrantes.

criticando la ideología de género. Dado que las mujeres migrantes son consideradas conservadoras,  pero en su mayoría votan por partidos de izquierda, son un grupo objetivo de la propaganda electoral  de la derecha. En otros casos (Hungría, por ejemplo), la campaña anti-género contra las mujeres  migrantes se combina con un claro antisemitismo: Se afirma que los creadores de la ideología de  género son oligarquías sionistas que quieren legitimar la homosexualidad. La homosexualidad  causaría una disminución en la tasa de natalidad; a cambio la inmigración tendría que ser aceptada, y  ese sería el verdadero objetivo de la oligarquía. 

Los autores católicos contra el género muestran características de fundamentalismo católico a través  de sus puntos de vista antimodernistas, su rebelión contra una teología científica, la defensa de una  interpretación literal de la Escritura, una visión del mundo dualista, teorías de conspiración y similares. 

Un problema es que tales tesis se han incorporado a la Enciclopedia de la Familia – Conceptos y  discusiones ambiguas sobre la familia, la vida y cuestiones éticas (editado por el Consejo Pontificio  para la Familia). Así se han introducido en los documentos eclesiásticos, en declaraciones de la Santa  Sede, de los papas, de obispos individualmente y de las conferencias episcopales. Los teólogos que  cuestionan tales tesis son declarados ideólogos de género; están en peligro de perder sus puestos de  trabajo en las universidades eclesiásticas. Una posible explicación para tal comportamiento de la  jerarquía eclesiástica es que la Iglesia quiere recuperar la atención e influencia que ha perdido en la  sociedad secular sobre las cuestiones de género. Especialmente en los países poscomunistas, donde  el discurso antigénero sirve para la homogeneización de los católicos, que ha disminuido tras la caída  del comunismo. Sin embargo, lo que se pone sobre todo de manifiesto es la incapacidad de la jerarquía  eclesiástica para manipular o influir en una sociedad pluralista. 

Finalmente, ¿dónde está el problema? 

¿Por qué el género afecta al centro de identidad?; reside en el hecho de su consideración de concepto  peligroso – como concluye correctamente Regina Ammicht Quinn, ganadora del Premio Herbert Haag  2015-, porque cuestiona muchas ideologías sobre las que se basa el orden social y eclesiástico. Esto  provoca incertidumbre y temores, que los activistas antigénero y los partidos radicales de derecha  saben usar para sus propios fines. Al reducir la complejidad de las cuestiones sociales a las cuestiones  de género, utilizan el género para incitar al pánico moral y para lograr una homogeneización de la  sociedad que ya se ha perdido. Su objetivo es influir en la creación de normas sociales y leyes que  sean consistentes con su propia cosmovisión, una cosmovisión que ni es democrática ni respeta los  logros de la secularización. La Iglesia Católica, en su parte jerárquica, se ha unido en su mayor parte  a este movimiento, con la esperanza de recuperar así la posición social que ostentaba en la sociedad  premoderna. Al mismo tiempo, se evade de la obligación de enfrentarse con sus propias tesis  ideológicas y cambios dolorosos, lo que implicaría la consideración del género como una categoría  analítica y de justicia.