Por Javier Pioli.
Por favor, perdón y gracias: son las tres llaves de la civilidad moderna, esa tríada que muchos padres orgullosos intentan inculcar en sus hijos. Aunque puedan haberse vaciado de contenido, aunque algunos gerontes cascarrabias sentencien con indignación que ‘ya no hay educación en la juventud’, lo cierto es que ‘por favor, perdón y gracias’ siguen siendo tres lugares comunes de la vida cotidiana. Como un culto trinitario a la etiqueta y a la buena educación, estas tres expresiones sobreviven de la mano de los buenos modales y de aquella idea culta de l’honnête homme: el hombre honesto y honorable.
Una de estas palabras fue pronunciada el pasado lunes 22 de junio por Francisco, actual papa del catolicismo romano, con motivo de una visita pastoral al templo –y con ello a la iglesia- de los valdenses de Torino. Quienes hayan presenciado aquel acto podrán dar cuenta de la sinceridad de esa expresión, pronunciada por un papa latinoamericano que conoció cara a cara a valdenses rioplatenses, y que supo también de la trágica secuencia de persecuciones que el catolicismo romano emprendió o avaló desde los bordes del siglo XIII y hasta mediados del XIX.
‘Por favor’ En el siglo XIII, la presencia efervescente de cátaros o albigenses en Occitania –actual sur de Francia- alarmó al papa Inocencio III, ordenando un avance represivo contra este movimiento. Desencadenada en 1208, la ‘Cruzada contra los albigenses’, tuvo un despliegue que impactó duramente también sobre los primeros grupos de valdenses. Recientemente excomulgados, ahora serían mortificados y condenados. Una nueva ‘guerra santa’ estaba en ciernes, no ya contra el mundo islámico extendido sobre Jerusalén, sino contra la disidencia interna. La cristiandad papal buscaba extirpar la herejía.
Desde ese entonces los valdenses vivieron una historia signada por episodios de cruenta persecución, intermediados por momentos de relativa paz. En uno de esos períodos, en 1545, una región completa es arrasada por ejércitos del papado y del rey francés. Se arguyó que Francisco I de Francia había finalmente resuelto la ejecución de 19 valdenses acusados de sedición, mas junto con ello el ejército papal proveniente de Avignon se cerró sobre la zona destruyendo poblaciones completas. Según las crónicas, pocos alcanzaron a escapar de la masacre del Mérindol. Los más afortunados llegaron a Suiza o a los territorios piemonteses, pero para los demás el destino fue la muerte o la prisión, o incluso la condena a remar el resto de sus vidas en las galeras del rey.
Hacia 1560, otro valdense de Calabria capturado y preso en Cosenza escribía a sus hermanos de San Sixto:
“…somos aquí entre 80 a 100 personas, todas reducidas a un lugar oscuro, en el cual, la mayor parte de aquellos que escapan de ser devorados por los piojos mueren de hambre. ¿Quién dudará ahora que todos nosotros pagaríamos con gusto con todo cuanto tengamos en el mundo, antes que ser condenados por siempre a esta miseria?»[1]
Lo curioso de todos estos episodios fue que los ejecutores de estas matanzas fueron sujetos que creían estar haciendo un favor cortés: un acto favorable a Dios, a una sabia disposición del papa, a un decreto del rey. Es que en los horizontes de la mentalidad medieval, extirpar al hereje era un favor a Dios, un acto de obediencia cristiana.
‘Perdón’. Esta semana, a 800 años de las Cruzadas contra los Albigenses y a 470 de la masacre del Mérindol, un papa tuvo un gesto honorable, de civilidad, y pidió perdón:
“Reflexionando sobre la historia de nuestras relaciones, no podemos más que entristecernos frente a las disputas y a las violencias cometidas en nombre de la propia fe, y pido al Señor que nos dé la gracia de reconocernos todos pecadores y de sabernos perdonar los unos a los otros.
Es por iniciativa de Dios, que nunca se resigna frente al pecado del hombre, que se abren nuevos caminos para vivir nuestra fraternidad, y a esto no podemos escapar. De parte de la Iglesia Católica les pido perdón. Les pido perdón por las actitudes y los comportamientos no cristianos, incluso inhumanos que, en la historia, hemos tenido contra ustedes. En nombre de Jesucristo, ¡Perdónennos![2]
Como no habría de extrañarnos, estos dichos conmovieron el mundo Protestante y ganaron un lugar destacado incluso en algunos medios de reconocimiento internacional. Marcando sólidas diferencias con el papado anterior, y con una iglesia que antaño había sido omisa a reconocer sus atropellos, Francisco dio una señal sorpresiva.
¿Qué perspectivas genera este gesto para los valdenses y para el mundo protestante? Siendo entrevistada por radio El Espectador la pastora Carola Tron –vicemoderadora de la Mesa Valdense en el Río de la Plata- señala que lo ocurrido el pasado lunes 22 “es algo muy reciente todavía, y no podemos medir qué impacto esto genera en las comunidades” Asimismo, la pastora recuerda que “venimos de otro papado que en el ámbito ecuménico realmente generó unas distancias importantes”.[3]
Aparentemente, la nueva actitud del papado abriría las puertas a otras formas de relacionamiento con el catolicismo romano. Cuanto menos, el pedido de perdón instala nuevamente la memoria de los hechos ocurridos a lo largo de 800 años de historia. Simplemente con haberlos mencionado, el recuerdo se instala y junto con él el reconocimiento de esos hechos. Ponerlas en palabra es atribuirles entidad, aceptar su existencia.
GRACIA. A diferencia del ‘gracias’ que obligan la cortesía y los manuales de buen comportamiento, este episodio debe cerrarse con un término muy caro a la tradición cristiana y particularmente al protestantismo. La gracia como don, regalo –del griego járis- que Dios da a la humanidad y que es señal del perdón y reconciliación. Según la teología protestante, solo por medio de la gracia el ser humano puede alcanzar la justificación y la plenitud. Ninguna obra, ningún gesto, ni el más esforzado sacrificio pueden salvar a la humanidad de su condición miserable. Solo la gracia, gesto amoroso e incondicional de Dios.
Esta gracia en la que vivimos obliga a superar los límites del dogma, de las propias tradiciones, de los rencores generacionales y del temor, para salir al encuentro del otro que pide perdón. En cierto sentido, ese perdón también restablece la memoria, y permite dar a aquellos hechos deshumanizantes un nuevo cariz. Si hubo hombres y mujeres perseguidos por causa de su fe, si murieron ahogados en un húmedo calabozo, si experimentaron el calor letal de las llamas o si fueron despeñados como un divertimento para los soldados, esas muertes violentas e injustificables han tenido un gesto mínimo de reconocimiento. Nada habría que pudiera hacerles justicia, a no ser, quizá, por medio de la gracia.
J. Javier Pioli
[1] Carta de Giovan Luigi Pascale datada 26/02/1560, citada por Giorgio Tourn en I valdesi : la singolare vicenda di un popolo-chiesa, Ed.Claudiana, Torino, 1999.
[2] Traducción libre del discurso en italiano, extraído de http://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2015/06/22/0495/01071.html
[3] http://www.espectador.com/sociedad/317953/valdenses-sorprendidos-por-el-pedido-de-perdon-del-papa-francisco
Lo mejor de la gracia cara es que es gratuita (:
Gracia’ Javo!
¡Así es!
Me encantó. Gran reflexión. Gracias.
Muchas gracias ,muy enriquecedora publicación.