La educación religiosa: un espacio de defensa de los derechos humanos

Nicolas Iglesias Schneider

El contexto de la pandemia del COVID 19 ha profundizado la radicalidad de los discursos de odio y basados en el fundamentalismo religioso o en ultraconservadurismo que atenta contra colectivos minoritarios o grupos vulnerados en sus derechos. Estos discursos, muchas veces xenófobos, homófobos o machistas, en algunos casos apelan a argumentos religiosos, y se multiplican no solo en las redes sociales, sino que en algunos casos se traducen en leyes, predicas religiosas o espacios educativos. Por esto nos interesan llamar la atención sobre cómo podemos alentar a que los espacios de educación religiosa sean espacios seguros y de promotores de la inclusión de migrantes, personas de la diversidad, mujeres o infancias.

Pero aquellos educadoras y educadores que buscamos que nuestros espacios sean inclusivos de la otredad y promotores de la convivencia, sabemos que se pueden construir otras narrativas y que la fe y la educación pueden ser motores de la transformación social, la libertad y el amor en la diversidad. En la línea de la educación popular de Paulo Freire y/o de la ética de la liberación de autores como José Luis Rebellato, estamos convencidos de que la educación puede ser un motor para la transformación social y la humanización.

 

Quisiera llamar la atención junto al filósofo Boaventura de Souza Santos, quien en su libro Si Dios fuese un activista por los Derechos Humanos, plantea la existencia creciente de una nueva gramática que desafía y se opone a los derechos humanos y para ello muchas veces apela a narrativas religiosas que él identifica como “movimientos que reclaman la presencia de la religión en la esfera pública.(…) junto con las teologías políticas que los sustentan, constituyen una gramática en defensa de la dignidad humana que rivaliza con la que subyace a los derechos humanos y a menudo la contradice.” (Santos 2014, 24)

 

Estos grupos que actúan tanto en la sociedad civil como en las iglesias y sus espacios educativos buscan reinstalar, desde una perspectiva religiosa o laica, concepciones tradicionales de familia, reprivatizando la sexualidad, intereses patriarcales que limitan la autonomía y derechos de las mujeres y las infancias. Para ello, han desarrollado un dispositivo político denominado “ideología de género”, proclaman ideas en sloganes como: “femeninas si, feministas no”, “a mis hijos los educo yo”, “mis hijos, mi reglas”, “por la familia y por la vida”, “feminazis”. Todas estas concepciones van en detrimento de los derechos humanos garantizados en las convenciones internacionales para la mujer y la infancia. (Bracke & Paternotte, 2018)

De Sousa Santos, plantea que las teologías integristas o fundamentalistas son “tanto en las versiones hegemónicas de la modernidad occidental, la globalización neoliberal, como en las teologías políticas fundamantentalistas, se alimenta el autoritarismo de la reducción del espacio público y de la crisis del Estado, y se los refuerza”. (Santos 2014, 69) Estas teologías fundamentalistas en alianza con el neoliberalismo salvaje, generan una dinámica destructiva de la vida y contraría a los derechos.

 

Para poder problematizar estas narrativas que son autoritarias y totalizantes, Boaventura plantea que la teología tiene un papel clave, junto a los movimientos sociales. Afirma que “un diálogo entre los derechos humanos y las teologías progresistas no solo es posible, sino que es probablemente un buen camino para desarrollar prácticas verdaderamente interculturales y más eficazmente emancipadoras. (…) El resultado será una ecología de concepciones de la dignidad humana, unas seculares y otras religiosas (Santos 2014, 86).

Por esto cabe preguntarnos ¿cuál es el papel docente cuando se utiliza el discurso religioso en la sociedad, los medios de comunicación e incluso en algunas comunidades de fe, para atacar los derechos humanos? Pensar en la dimensión ética de la educación religiosa nos lleva claramente a pensar en la clave hermenéutica del texto sagrado y su diálogo con el contexto.

 

Nos encontramos cada vez más desafiados y desafiadas en muchas regiones de nuestro planeta frente a lo que la filósofa alemana Hannah Arendt planteo en su clásico libro Los orígenes del totalitarismo (1994): «[e]l propósito de la educación totalitaria nunca ha sido infundir convicciones, sino destruir la capacidad de formar alguna» (p. 567). Así, el totalitarismo no tiene partido político, pues busca crear y reproducir víctimas y victimarios, anular la capacidad de pensamiento crítico y anular la existencia del otro diverso.

 

En este sentido, la educación religiosa tanto en las comunidades fe como en aquellas que se orientan desde una visión ética y secularizada y enfocada en los valores comunes a las diversas confesiones, deberían ser un potente antídoto contra los discursos nacionalistas, racistas y de odio que muchas veces buscan reinstalar la idea de una supuesta nación o sociedad homogénea, donde la diversidad sería un elemento extraño y amenazante.

 

En este sentido, deberíamos visibilizar la existencia, desde hace ya un par de décadas, de una nueva generación de teologías de la liberación que están en diálogo con muchos de los grupos que actualmente ven amenazados sus derechos. Desde allí, la teología de la niñez, negra, indígena, queer y feminista nos ofrecen algunas de las claves hermenéuticas que nos invitan a visibilizar estas otredades y luchas.

 

Retomando el rol de la educación y pensando en clave intercultural y plural, esta puede sin duda nutrirse de estas teologías plurales y éticas de la convivencia, en las cuales podemos afirmar otras narrativas que sean inclusivas, diversas y promotoras de los derechos humanos. Sin duda que el reconocimiento de la existencia del otro y la otra, así como tomar en cuenta la opinión y las ideas diversas, son claves en el vínculo comunitario y educativo. Este reconocimiento de la persona, sin cargar sobre ella culpa, vergüenza o estigma, es clave cuando nos referimos a los derechos humanos y la educación.

En este sentido quisiera compartir con ustedes el tan conocido texto del pastor Martin Niemöller (1892-1984), quien se ordenó como pastor luterano en 1924. A pesar de su inicial apoyo a Hitler, a partir de 1933 fue uno de los primeros y más tenaces críticos del nazismo y constituyó un movimiento de resistencia denominado Iglesia Confesante, que contó también con el teólogo y mártir de la resistencia Dietrich Bonhoeffer. El texto de “Guarde silencio” de Niemoller es muy claro, nos plantea cómo nuestra existencia y la posibilidad de que nuestra existencia tenga lugar está en interdependencia de la otredad.

 

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

(Semana Santa de 1946, Alemania)

 

Así mismo él plantea un cambio o una conversión: de la apatía frente al otro a un compromiso luego frente al autoritarismo. Martin Niemöller incluso se convirtió en un símbolo de la resistencia anti-nazi. Fue arrestado por la Gestapo en 1937 y declarado culpable de traición, siendo confinado hasta el final de la guerra en los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau.

Niemoller, a diferencia de Bonhoeffer, salvó la vida de milagro. Pero ambos tuvieron un papel clave en la crítica a la religión funcional a sistemas autoritarios y que no se compromete con la vida de los otros diversos y con la defensa de los derechos humanos. Esta clave hermenéutica y de compromiso radical por los derechos humanos sin duda es fundamental para nuestro compromiso como educadores hoy. (Kreher, Iglesias 2020).

 

Pregunta para dialogar

¿Qué podemos hacer para que la educación religiosa sea un espacio para la defensa de los derechos humanos?

 

Sobre el autor:

Nicolas Iglesias Schneider es licenciado en Trabajo Social y maestrando en Historia Política por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay). Cursó estudios en teología y ciencias de la religión en Argentina y Costa Rica y posee un amplio conocimiento del mundo eclesial latinoamericano. Desde el 2010 se desempeña como columnista sobre temas de religión y política en diversos medios de comunicación. Es director del proyecto sobre fe y derechos humanos «Fe en la Resistencia» y del documental del mismo nombre. Dirige el portal Los dioses están locos. Es consultor para ONGs y organismos internacionales en temas de religión y derechos humanos, y coordinador del proyecto para jóvenes Espacio VAR (Voluntariado, Arte y Reflexión).

 

Referencias bibliográficas

Arendt, Hannah (1994). Los orígenes del totalitarismo, Volúmen 2, traducción de Guillermo Solana. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Planeta-Agostini.

Santos, Boaventura de Sousa (2014). Si Dios fuese un activista por los derechos humanos. Madrid, Trota.

Bracke, Sara y Paternotte, David (2018). Habemus Gender “La Iglesia Católica y la Ideología de Género” Genero y política en América Latina.

Kreher, Stefanie y Iglesias, Nicolas. (2020) Pensar la memoria en la era de la distracción. Revista Religión e Incidencia Pública,N° 8 : pp. 1-16, GEMRIP, 2020.

 

Fuente:

Educación religiosa y derechos humanos (Nicolas Iglesias Schneider)