jerónimoAntonio Coelho Pereira

Escribir sobre Jerónimo Bórmida es escribir sobre un fraile capuchino y un cura montevideano. Lo conocí en 1972 en la Parroquia de Punta Carretas. Sus compañeros de comunidad eran Santiago Vitola, Jose Luis Zanin y José Casañas, una fraternidad de frailes jóvenes, muy unidos, apoyados por una comunidad laical muy comprometida con el Evangelio y la Pastoral de Conjunto. Los jóvenes nos sentíamos muy acompañados, los frailes eran nuestros referentes, vivíamos momentos muy duros del  país y peores se avecinaban.

Tipo exigente, profesor incómodo

Pero volviendo a Jerónimo, era dentro de esa comunidad el que menos tiempo estaba con nosotros por su cantidad de actividades como docente y teólogo. Recuerdo de esos tiempos que no solo la comunidad parroquial, sino otras comunidades, trataban de saber qué misas celebraba para escuchar sus homilías. Me tocó tenerlo en el ITU-Laicos como profesor de Teología Fundamental. Fueron momentos dificilísimos para este instituto, se encontraba al lado del Hospital Militar y luego fue expropiado por las FF AA; era un lugar de pensamiento crítico y de resistencia ante los momentos que vivía el país. Pero las clases de Jerónimo personalmente eran las más incómodas, porque no solo había que estudiar, sino fundamentar lo que se aprendía, no había forma de pasar desapercibido. El provocaba continuamente y, por momentos, era tan grande la exigencia que uno deseaba que terminara pronto. Pero luego de finalizada la clase, se sentía la necesidad de contarle a todo el mundo lo aprendido.

Fraile capuchino, cura montevideano

Vuelvo al comienzo, ¿por qué un fraile capuchino y un cura montevideano? Primero dentro de su congregación eran momentos muy tristes por las divisiones: los frailes más jóvenes se sentían identificados con el Concilio Vaticano II y los documentos de los obispos del continente, mientras los más adultos se atrincheraban en el convento de San Antonio y Santa Clara con una postura totalmente contraria a los cambios. Pero también había un redescubrimiento de la figura de Francisco de Asís y de la teología escotista (del beato Juan Duns Scoto, gran teólogo medieval franciscano).

En Jerónimo estaba también el cura montevideano. Además de brillar teológicamente, se confundía como la mayoría de curas con el pueblo, y vivía en la fidelidad a sus compañeros de clero y a su pastor, Don Carlos Parteli. La mayoría de nosotros, los jóvenes que participábamos en las parroquias, sentíamos admiración y orgullo por nuestros curas, estaban cercanos, al lado nuestro, nos acompañaban en nuestras comunidades de base, nos escuchaban y nos protegían; nunca sentí que nos exponían ni que nos manipulaban ni mucho menos jugaban con nosotros. Los recuerdos imborrables de los seminarios de Pastoral de Conjunto, la continua formación para que fuéramos libres y creativos, las concelebraciones en la Catedral llena de pueblo de fieles junto a sus pastores. Experiencias que quedarán marcadas para siempre.

Momentos duros para nuestra Iglesia, el diario El País atacando todos los días con los infames apartados “se dice”, continuamente difamando a Don Carlos y sus comunidades, las provocaciones tanto de la policía de investigaciones como de la derecha fascista, pero la fuerza que daba la comunidad nos ayudaba a superar los miedos. Ahí estaba Jerónimo, con sus aportes teológicos, colaborando desde sus homilías, con lucidez, valentía, siempre cerca.

Responsabilidades en la Orden

Luego fue elegido provincial de la Provincia capuchina del Río de la Plata y a continuación lo llamaron para colaborar con la Curia general capuchina en Roma. De esta etapa en la que no conviví con él guardo solo un relato de algo que me contó. Un día se le aparece en Roma Don Carlos Parteli que acompañaba una excursión. Se ponen a charlar y Jerónimo le mira los zapatos, estaban gastados y viejos. Antes de despedirse, Jerónimo le pide que lo espere un momento y va hablar con el ecónomo de la congregación para solicitarle una colaboración para un obispo del Tercer Mundo; este le contesta cuánto querés, cuatro mil, cinco mil dólares, a lo que Jerónimo responde “estás loco, lo ofendés, es para comprarle un par de zapatos”.

Otra vez en el país

Después nos reencontramos en 1992 cuando regresó al país. Pasó un breve tiempo en la Parroquia de Nuevo París, para luego compartir con los hermanos Felipe y Pedro en comunidad, primero una casa en La Teja y luego en Sayago. No creo que esté de más contar que se ocupaban de todas las tareas de la casa, no tenían personal de servicio, pero tampoco tenían una despensa con alimentos, porque si alguien venía a la puerta a pedir algo y atendía Felipe les daba todo lo que tenían.

En esos tiempos, una tarde, Jerónimo me llama al CIPFE, en los Conventuales, y me comunica que me habían encargado la animación de la Familia Franciscana, le costó mucho convencer que un laico asumiera ese rol, pero como era terco lo logró. Fue ahí donde pasamos a convivir muchos días de la semana, armando cursos, retiros, campamentos, programas de radio, encuentros ecuménicos, visitas a todas las comunidades de hermanos y hermanas de todo el país. Personalmente crecí mucho, trabajar con él era muy exigente, no era hacer cosas por hacer, sino que eran cosas pensadas, planificadas y después evaluadas. Para mí era muy entusiasmante, aunque por momentos me enojaba porque lo veía muy negativo, pero luego me fui dando cuenta de las dificultades que se avecinaban, no solo económicas, sino cambios profundos en la Iglesia que no favorecían nuestros proyectos de formación y animación.

Resistido pero libre y firme

Me fui dando cuenta también de lo resistido que era por su forma de ser, de decir las cosas, de escribir, pero lo más triste era que los que lo combatían no eran frontales, le tenían miedo, entonces lo difamaban. Era radical, por eso transmitir una imagen edulcorada de Jerónimo es traicionarlo. Él detestaba ver un laico revestido en el altar, decía siempre la frase del obispo Casaldáliga “Ay de los laicos con sotana y los curas sin espíritu”. Se retiraba de una reunión sin importarle quien estuviera, si no estaba de acuerdo con lo que se estaba diciendo. Le preocupaba profundamente el poco interés tanto de frailes como de seminaristas por el estudio.

Con algunas personas le sugeríamos que no publicara, que solo diera charlas, porque era inminente que terminaría sancionado por Roma, pero él no solo continuaba. Jerónimo fue efectivamente sancionado, al inicio de un año lectivo no se le renovó la llamada misión canónica para enseñar teología. Recibió sin embargo el apoyo de sus compañeros sacerdotes docentes y pudo solucionar rápidamente el problema escribiendo un artículo sobre el asunto en que era cuestionado y se lo aceptaron. Así que bastante rápido volvió a la docencia con ese estilo tan propio. Nunca se pudo saber de dónde había salido la acusación a la que Roma prestó oídos en un primer tiempo. Indudablemente sufrió, pero mucho más le dolían las traiciones, eso lo llevó a estar un tiempo fuera de su congregación viviendo en una parroquia del clero donde un sacerdote le ofreció un cuarto.

Desde el “lugar del peón”

La muerte de Jerónimo, aparte del dolor que me provoca, me genera una preocupación: son pocos los teólogos con esa valentía, y a su vez seriedad e iniciativa para formar cristianos y cristianas comprometidos y comprometidas con su tiempo. Él no se cansaba de poner sobre la mesa el tema desde qué lugar nos paramos para mirar el mundo, no se cansaba de repetir “es distinto ver la realidad tomando whisky con el patrón que vino con el peón”. Cada uno de nosotros sabrá qué lugar elige, Jerónimo siempre eligió el del peón.

En estas semanas también despedimos al sacerdote Adolfo Chapper, el querido Chino, y es inevitable pensar en los dos y sentir lo mucho que perdemos con ellos. Esa identidad de la Iglesia de Montevideo que muchos compartimos, en la que fuimos formados, una espiritualidad que se encarna en el evangelio de Jesús y nos invita a vivir desde allí nuestra vida cotidiana.

Fuente: http://www.obsur.org.uy/articulos/jeronimo-bormida-a-dos-voces/