Stephan Doitschinoff -nacido en Sao Paulo (Brasil) en 1977- En uno de sus cuadros, Cristo aparece caracterizado como una pieza de carnicería lista para trocear, una denuncia del artista de la comercialización de la figura de Cristo

Stephan Doitschinoff -nacido en Sao Paulo (Brasil) en 1977-Artista de denuncia religiosa

Por Adrian Aranda. A mis hermanos en la fe, amados, quisiera dar cuenta de un fenómeno que se ha establecido sobre todo en nuestras Iglesias neopentecostales, de las cuales me siento parte en carne y sangre, así como a todo el Cuerpo de Cristo en su totalidad:
En mis prematuros ocho años de conocer al Señor y ser partícipe de su amor y gracia, ha habido algo que me ha inquietado, desvelado, e incluso hacerme pasar por largos períodos de depresión y confusión. Me refiero a la jerarquización de la Iglesia y los problemas que esta trae a la libertad cristiana, contra la cual yo creo atenta de una manera dañina.
Con mucho temor de caer  en aires mesiánicos infundados, he acudido a la Historia y las Sagradas Escrituras, para analizar este fenómeno y comprobar su legitimidad, que hoy día se nos presenta como algo incuestionable de carácter absoluto.
En principio, encontré en la protocomunidad judeocristiana del primer siglo ciertas características que quisiera explayar. Primeramente, pude dilusidar un fuerte sentido de justicia, igualdad y abnegación. Las riquezas se depositaban a “los pies de los apóstoles” y se repartían “a cada uno según su necesidad” (Hch.4:35).  Cuando los apóstoles ya no pudieron atender con diligencia esta tarea propusieron al pueblo (a la grey) que eligieran siete diáconos para administrar los bienes y atender a las viudas y huérfanos con diligencia, y “agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron” (Hch.6:5). Aquí vemos claros ejemplos de justicia en tanto que las ofrendas eran repartidas entre toda la grey según las necesidades y con una protección plus sobre las viudas; de igualdad en tanto fue la “multitud” quien escogió a los siete diáconos mediante una “propuesta” de los apóstoles; y de abnegación en tanto que los apóstoles de una manera desprendida no tuvieron reparo alguno en ceder el trabajo de administrar los bienes a creyentes “de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y sabiduría” (Hch.6:3), pero no elegidos por ellos, sino elegidos por la “multitud” en tanto que “los doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron: […] Buscad, pues hermanos entre vosotros, […] a quienes encarguemos de este trabajo” (Hch.6:3).
Algo similar sucede cuando Pedro recibe la revelación de ir a predicar a los gentiles a la casa de Cornelio. El impacto para su mentalidad judía fue muy grande, y se tuvo que desestructurar y  ceder a la revelación del Señor. Así y todo, “siendo considerado como columna” de la Iglesia (Gá.2:9) al volver a Jerusalén tuvo  que rendir cuentas, dado que lo increparon “diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hch.11:3). Pedro, sin aires de imponer su liderazgo, ni su nueva revelación (que era la del Evangelio mismo en su totalidad), les contó todo “por orden lo sucedido” (Hch.11:4). Aquí vemos al “máximo líder” de la Iglesia primitiva rendir cuenta sobre algo que había hecho, con humildad, sencillez y cautela, y ni siquiera fue que le rindió cuentas a los demás apóstoles solamente, les rindió cuentas a “los que eran de la circuncisión”, es decir, a toda la comunidad judeocristiana que se encontraba en Jerusalén.
Avanzada y desarrollada la Iglesia primitiva, consolidadas y bien distinguidas la comunidad cristiana judía y la comunidad cristiana gentil, surgió el asunto de que si los nuevos conversos gentiles debían circuncidarse o no. Para ello, se estableció un ámbito de diálogo y “mucha discusión” (Hch.15:7), el cual más tarde sería el Primer Concilio de Jerusalén, y en el cual se resolvió en conjunto, puesto que les había parecido bien al Espiritu Santo y a ellos (a “nosotros” dice Hch.15:28), no imponer la circuncisión a los gentiles como condición para comulgar, y elaboraron una carta que enviaron a Antioquía para hacer saber de su resolución.
Vemos en el anterior relato, un espíritu “democrático”, en el sentido de que no  existían imposiciones, ni se concebían las arbitrariedades de los principales líderes como “la verdad” o como una orden vertical, sino  que predominaba el diálogo, la búsqueda del consenso, la unidad en el “sentir” pero nunca en el “pensar”. Varias veces el apóstol Pablo exhorta en sus epístolas a los creyentes a tener un mismo “sentir”, “parecer” (Fil.2:2; 1Co.1:10) y “unidos  en una misma mente”, pero esta palabra “mente” en el griego tiene como término más próximo “Noûs”, que no refiere a “pensar” ni a “razón”, dado que estos téminos aparecieron siglos después, sino que refiere al “alma”. En ninguna parte del Nuevo Testamento se nos insta a “pensar todos igual”, sino mas bien que la exhortación es a “sentir todos igual”.
La historia parece indicar que fue en siglo II cuando nació una estructura jerárquica dentro de la Iglesia. Según el teólogo Hans Küng constó de tres fases antes del asenso del obispo de Roma que consolidaría la jerarquización eclesial. Una primera fase data de que los obispos-presbíteros, durante los últimos años del primer siglo, luego de la muerte paulatina de los primeros apóstoles, se fueron imponiendo a los profetas, maestros, diáconos y otros servicios dentro de la Iglesia. En la Segunda fase, se comienza a imponer el episcopado monárquico, es decir, un solo obispo por ciudad. En la tercera fase, el episcopado se extiende a un territorio eclesial más allá de una sola ciudad, lo que se llamaría luego “diócesis”, palabra que viene del latín “dioecĕsis” que deriva del griego “διοικησις” (dioikēsis), y significa “administración, dirección, gobierno”. Finalmente el episcopado monárquico en Roma surge a mediados del siglo II personificado en el obispo Aniceto.
Ateniéndome al anterior desarrollo, pareciera que la jerarquización no formó parte de la esencia de la cuna del cristianismo, sino que fue un producto elaborado y alimentado por la sed de poder de los hombres. Dicho esto, ¿Por qué estamos cometiendo los mismos errores? ¿No podemos aprender de la Historia? El protestantismo simbolizado en Lutero, representa una ruptura con la verticalidad monárquica y una apología a la libertad cristiana mediante la legitimación del sacerdocio universal, es decir, el hecho de que todos podemos acercarnos directamente a Dios a través de Jesucristo, lo cual nos pone en igualdad de condiciones delante del Soberano Señor. Las Sagradas Escrituras no hacen distinción entre cristianos, las distinciones las introdujeron hombres que quuerían apartarse de la masa y formar una “élite eclesial” (Lutero). Decía el Reformador en su carta sobre la Libertad cristiana que esto es hacernos “verdaderos esclavos de la gente más incapaz del mundo”.
¿Cómo podemos alegar ser protestantes y evangélicos y permitir estructuras piramidales que solo pretenden dominar a los hombres y usurpar la libertad que Cristo nos ha dado? Gran parte de las Iglesias neopentecostales actuales practican la idealización del líder, la obediencia ciega, prácticas que terminan creando creyentes sumamente infantiles e incapaces de tomar decisiones por sí mismos o en comunión con el Espíritu Santo, gente muy confundida, lastimada, y oprimida por no “poder ser”, negando así la esencia de La Reforma: Sola scriptura (“solo por medio de la Escritura”), Sola fide (“Solo por la fe Dios salva”), Sola gratia (“solo por la gracia”), Solus Christus (“solo a través de Cristo”) y Soli Deo gloria (“la gloria solo para Dios”).

Adrian Aranda, setiembre de 2016