Por J. Javier Pioli
   No cleggo-lutherreo que hoy al abrir el buscador de Google vaya a encontrarme con ese tipo de homenaje. No espero que esta mañana, el mismísimo día de Halloween, alguno de los grandes portales de la web vaya a recordar que un día como hoy, 498 años atrás, un monje agustino clavaría sobre las puertas de la catedral de Wittenberg las 95 tesis que revolucionarían al mundo cristiano occidental. Dudo que el buscador de Yahoo tenga en cuenta una noticia tan aburrida. Podríamos decir que ese día ‘Lutero posteó 95 tips que cambiaron el look de la iglesia’, pero aun así creo que el titular les sonaría poco atractivo.

 

    Sin embargo, ese evento tan lejano y con olor a naftalina tiene un significado religioso y político importante. Relevante más aún en un mundo como el nuestro, en el que los medios de comunicación, la política y el rumor de la calle traen de regreso discursos que imponen una sola voz, modas que parecen hacerse obligatorias, publicidades que insultan a la conciencia.

 

   Hoy pienso que cuando Martín Lutero escribió aquellas 95 tesis lo hacía en un contexto europeo en el que el catolicismo romano era la norma. En ese mundo en el que se había criado Lutero los diferentes, los que se apartaban de la ortodoxia tenían tres opciones: convertirse, quedar aislados o ser extirpados. Por ese camino de intolerancia habían circulado los moriscos españoles –musulmanes conversos-, los judíos que eran apilados en los guetos medievales, y los valdenses y cátaros que marchaban al fuego cuando se negaban a abjurar. En ese mundo de intolerancia y terror al diferente vivió Lutero, y en ese mundo se animaba a ‘postear’ 95 ideas que pusieron de cabeza al papado.

 

   Lutero y los hombres que se plegaron a su movimiento buscaban abrir la brecha de un movimiento de reforma que cambiara la iglesia desde dentro. Pero no pasó mucho tiempo para que se hiciera evidente que eso no era posible, y decenas de nuevas iglesias comenzaron a brotar como hongos en la Europa occidental. Eran seguidores de Lutero, anabaptistas, zwinglianos, viejos husitas, valdenses escondidos en la montaña, reformados franceses y suizos que comenzaban a organizarse y a entrar en una disputa que arrastró al mundo europeo a sangrientas guerras de religión.

 

   Efectivamente, la Reforma Protestante abrió las puertas a una pluralidad de confesiones cristianas que cuestionaron la idea de una sola autoridad religiosa con poder para imponerse sobre todas las conciencias. Pero, como con la historia de Pandora, al destaparse la caja se coló el fantasma de guerras truculentas, intrigas y matanzas en las que la cuestión religiosa operó como un argumento de fondo. Una vez más parecía imponerse un cristianismo obstinado, intolerante, sanguinario.

 

   Sin embargo, a pesar de las masacres del Mérindol, de la muerte de Servet, de las Pascuas Piemontesas y de la dura represión a los campesinos alemanes, el surgimiento de la Reforma Protestante permitió que con el tiempo la idea de convivencia y tolerancia religiosa comenzara a madurar. Y ese rancio desprecio hacia el diferente tarde o temprano comenzó a transformarse.

 

   Cuando en 1726 Voltaire se va a vivir a Inglaterra, él descubre en ese país formas de convivencia entre católicos, anglicanos, protestantes y judíos que nunca hubiera imaginado para su propio país. En Francia estaba todavía presente la memoria de las guerras de religión y de la masacre de San Bartolomé cuando Voltaire, ese extravagante hombre de las Luces, se encuentra en Londres con un mundo insospechado:
 
 “…Allí el judío, el mahometano y el cristiano tratan el uno con el otro como si fuesen de la misma religión (…) Allí el presbiteriano se fía del anabaptista y el anglicano acepta el tipo de cambio del cuáquero. Saliendo de estas pacíficas asambleas, unos se reúnen en la sinagoga, otros van a beber; uno se hace bautizar en una gran bañera en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el otro hace cortar el prepucio a su hijo y murmura sobre el niño palabras hebraicas que no entiende; otros van a sus iglesias con el sombrero en la cabeza, esperando la inspiración divina; y todos están contentos.
Si en Inglaterra hubiese una sola religión, se temería el despotismo; si hubiesen dos, se matarían unos a otros; pero hay treinta, y viven felices y en paz” (Voltaire, Lettres philosophiques)
 
  Yo no sé si a las redes sociales les interesará, y no creo que sea ‘trending topic’ la cuestión de la Reforma Protestante hoy. No obstante, este mundo en el que vivimos sigue siendo un lugar bastante intolerante y suficientemente autoritario como para ponerse a pensar.

 

  Quizá las formas de intolerancia sean más sutiles y estén más veladas bajo el manto de lo políticamente correcto; quizá el autoritarismo aparezca disimulado por la ilusión de creer que podemos elegir. De todas formas, sigue habiendo prácticas que demuestran que la convivencia en la pluralidad y el amor por el que es distinto son tareas pendientes. Ojalá Voltaire pudiese visitarnos hoy y alegrarse al ver en la nuestra una sociedad hospitalaria con el extranjero, paciente con el rezagado, justa con el que ha sido despojado. Ojalá Lutero tuviese twitter hoy, y se animase a colgar en su perfil 95 ideas que pusieran de cabeza este extraño mundo en que vivimos.

 

 J. Javier Pioli