Así llamamos al encuentro que ese fin de semana realizamos un grupo de mujeres del Movimiento Juvenil Valdense

Estuvo enmarcado en el proceso de transformación hacia una Iglesia libre de violencia y opresión, camino comenzado con dos actos sinodales
exhortándonos a la reflexión comunitaria y a la acción, y que continuó por parte de los y las jóvenes por medio de cartas compartidas con el Cuerpo Pastoral y Mesa Valdense, por medio de campamentos y algunos encuentros con las comunidades donde se continuó abordando y problematizando este
tema, desde diferentes enfoques en cada ocasión. Jóvenes, varones y mujeres hasta este momento, porque creemos que este proceso de transformación es colectivo, nos involucra a todos y todas.
Y entonces se preguntarán por qué algunas mujeres realizamos un encuentro exclusivamente para nosotras. Porque también lo creíamos necesario. Porque como mujeres, muy pocas veces encontramos o nos permitimos espacios para pensarnos. Espacios de reflexión personal y colectiva sobre nuestras vivencias en la fe, en nuestras comunidades y entornos cotidianos.
Espacios para escucharnos, para compartir, para sanar,para acompañarnos. Para pensar nuevas posibilidades desde nuestro ser mujeres y pensar juntas a dónde queremos ir.
Para escuchar a las que ya caminaron mucho y para darnos fuerzas a las que
recién empezamos. Porque el cambio y la transformación se dan también en el encuentro entre mujeres de todas las edades y en la magia que allí se genera.
¿Cuáles son nuestros pozos?
Siguiendo las historias de Agar en el A.T. y de la mujer samaritana en el N.T., nos preguntamos qué lugares generan encuentro y son anuncio de vida buena y abundante. Mujeres rebeldes esas de la Biblia, mujeres que no callan, que enfrentan. Mujeres que deciden actuar contra la cultura dominante y la religión basada en interpretaciones al servicio de proyectos de muerte.
Y con esto me voy a otra pregunta que posiblemente se hicieron: ¿Por qué lo de «brujas»? ¿Cuáles fueron las brujas de ayer y cuáles son las de hoy? Aquellas brujas de hace más de 500 años, fueron nuestras propias ancestras, las mujeres valdenses, que vivían y morían por la fe. Porque ser valdense en aquel momento pasó a ser sinónimo de brujería, y muchas fueron las mujeres acusadas de «valdesía» y quemadas por ello.

Nuestras ancestras, esas brujas rebeldes, tenían en el movimiento Valdense el mismo poder que sus hermanos varones, y así como los barbas iban recorriendo las montañas de casa en casa para predicar el Evangelio, lo mismo hacían las sorores, mujeres predicadoras del movimiento.

Queremos recordar a aquellas brujas, a las que con su lucha y vida crearon y alimentaron el movimiento valdense, para reconocernos hoy en nuestras
comunidades de fe. Queremos pensar que es tiempo de volver a ser brujas indómitas, vivas y rebeldes, mujeres de fe y en continua  transformación. Y por ello realizamos este encuentro, donde 30 mujeres, madres, hijas, hermanas, tías, amigas, vecinas nos acercamos y  nos animamos a encontrarnos. Y por ello nos seguimos proyectando, pensando entre todas nuevos encuentros que vendrán.

Analía Long Bertinat

Nota de redacción. Sobre estos temas es interesante ver «Las sorores» en página 3 de la edición de julio 2013 y «Una valdense beatificada» en página 4 de la edición de enero 2017 de «Cuestión de fe»

Fuente de la nota: Cuestión de Fe