L. Nicolás Guigou*

Verlos.
Se los ve recorriendo barrios y pequeños pueblos con sus megáfonos, apareciendo de forma estridente en los grandes medios de comunicación y redes sociales, poblando los centros de las ciudades con sus ampulosas iglesias o presentes en un intrincado racimo de templos en las periferias. El plural y heterogéneo universo pentecostal resulta parte –nos guste o no – del escenario perenne de América Latina. La revolución comunicacional y política que portan, viene dejando anonadados a comunicadores, politólogos y demás investigadores del mundo social. Antintelectualistas por definición, les importa muy poco a estos pastores y pastoras la reflexión de esos estudiosos. Mucho menos, los ataques provenientes del campo político y de los movimientos sociales, meras manifestaciones de la acción satánica sobre el mundo que debe ser obligatoriamente sufrida y enfrentada y que por cierto, no hace más que fortalece sus convicciones y el accionar de su fe.

Milagros bíblicos.
Sus milagros son más portentosos que los de Moisés, el propio Jesús y todos los profetas que aparecen en la Biblia, libro que interpretan de manera literal y a través del cual intentan transformar (y salvar) este mundo. Sus exorcismos, no requieren de ninguna inspección papal, y se realizan en sus iglesias diariamente. Sanan, curan, exorcizan, afirman que el dinero, la prosperidad y el progreso material son manifestaciones de la bondad divina, y su ausencia, un indicador más de la presencia demoníaca en el mundo. Su revolución es comunicacional, política, y principal y fundamentalmente, popular.
Mayoritariamente conservadores o ultraconservadores, no exhortan a sus fieles, los pobres de América Latina, a redimirse a través de alguna revolución emancipatoria y redentora. Todo lo contrario. Apoyan y promueven gobiernos derechistas en toda la región, son contrarios a la denominada agenda de derechos, hacen piras con la efigie de Judith Butler y la prenden fuego. Llegan al cancionero popular latinoamericano con temas dedicados a Israel, tales como la canción ‘En tus tierras bailaré’ (cantado por figuras populares, entre las que se encuentran la Tigresa del Oriente, Wendy Sulca y Delfín hasta el fin), y que indican su devoción por ese país en tanto reloj de la historia humana (y divina), de particular relevancia para estar al tanto -de acuerdo a los acontecimientos y supuestas señales milagrosas que ocurren en tierras israelitas- de lo lejano o cercano que se encuentra el final de los tiempos.

Revolución popular.
Su compleja relación con lo popular nada tiene que ver con alguna clase de emancipación, ni menos con las tradiciones culturales de estos sectores, mayoritariamente dañinas para su desarrollo, diagnosticadas como manifestaciones de las fuerzas oscuras, o bien pentecostalizadas, recuperadas para Jesús, como la famosa comida bahiana acarajé – plenamente vinculada con las religiones afrobrasileñas y particularmente con el candomblé- y que ya posee una versión cristiana, sin demonios, y por supuesto, pentecostal.
La liberación –palabra obsesivamente pronunciada en los templos pentecostales- por la que transita el mundo popular latinoamericano adscripto a estas corrientes religiosas, se condensa en la liberación política del sufrimiento, del dolor incorporado en esos cuerpos pauperizados, golpeados. La liberación de los sufrientes, pues. Esta revolución populista y popular, implica un giro político y comunicacional. La dimensión más visible de ella es la irrupción sin permiso en el campo político, las representaciones corporativamente religiosas en los Parlamentos y anexos. Pero este es un efecto de superficie, de arrastre, con sendas consecuencias sobre cualquier clase de idea de secularización que podamos tener. Lo religioso se imbrica aquí nuevamente en lo político, es lo político y lo constituye. Desde esas moralidades, los pentecostales actuarán en la arena política y en los espacios de decisiones, lugares para nada menores en importancia y relevancia. Cuando afirmamos que las diferentes representaciones son un efecto de superficie de esta revolución político-comunicacional, hacemos referencia a que la primera y radical intervención pentecostal en la política es en los cuerpos de los creyentes, en la transformación de cuerpos sufrientes a cuerpos liberados, bajo un signo diferente de los supuestos canónicas de liberación corporal de las clases medias, por una razón muy básica: se trata de otros cuerpos. Esa liberación de los cuerpos sufrientes se manifiesta en términos comunicaciones en el hablar en lenguas (glosolalia), en los cánticos permanentes, en la recepción performática y la incorporación precisamente corporal de esa entidad tan compleja e indefinida denominada Espíritu Santo, que lo puede todo casi todo. También, en los giros y gestos espasmódicos que los pobres de América Latina expresan en estos espacios de fe, cuando son liberados de espíritus malignos y entidades obscuras que en una barroca y cambiante demonología pueden incluir desde entidades del panteón afro-indígena latinoamericano, hasta el ‘espíritu’ del sindicalismo o del petismo (restos que quedan de alguna antigua militancia en el Partido de los Trabajadores, para el caso del Brasil).

La liberación de los cuerpos sufriente, la exorcización de este sufrimiento, no remite únicamente a la biografía personal de cada fiel pentecostal. Se trata de entender el sufrimiento como fuerza política, acumulado de generación en generación, que logra por fin manifestarse en el espacio popular generado por el pentecostalismo latinoamericano.
El triunfo de la revolución político-comunicacional pentecostal, es el triunfo sobre el sufrimiento llevado a cabo por los más desposeídos de esta parte del mundo, otorgándoles el inmenso goce de la victoria –sustantivo de aparición permanente en los cánticos pentecostales- sobre el dolor hecho cuerpo.
Desde un etnocentrismo intelectualizado de clase media, resulta predecible condenar a los sectores populares que encuentran su refugio en estos territorios de creencia, diagnosticándolos como ‘alienados’ o ‘manipulados’, afirmación que si bien puede poseer elementos de verdad, no colabora en demasía a comprender el fenómeno.
El éxito de los pentecostales en los sectores populares latinoamericanos, el apoyo de los mismos a estas corrientes religiosas, estriba en la posibilidad que brindan para la reelaboración de un mundo de dolor. Dado que en la indagación politológica más frecuente apenas existe un cuerpo social abstracto, la propia dimensión corporal, el cuerpo, el cuerpo político producido, carece en estos análisis de relevancia e inclusive de existencia. Este cuerpo político es la base de la revolución político-comunicacional pentecostal expresada en estas nuevas corporeidades que encuentran su goce en darle sentido al padecimiento, bajo una trasmutación simbólica singular, en la cual el sufrimiento y el dolor son plenamente vencidos en el mundo social con herramientas trascendentales y extra-sociales.

Religión y política
Este nuevo cuerpo encantado, posee varios niveles, en los cuales la representación política mundana –esto es, la integración mediante el voto popular de organismos gubernamentales- constituye por cierto su ampliación. El cuerpo político se reencanta, horadando uno de los relatos más preciados de la modernidad en el cual la dimensión política y la religiosa resultan (o resultaban) mutuamente excluyentes. El sufrimiento como fuerza política ingresa así en el espacio de la polis, para transformar su destino orientado ahora por los designios del Espíritu Santo. Un capítulo más en la gradual caída de las razones o racionalidades de la modernidad. Un paso más en la licuación gradual de la democracia liberal, tal como la conocemos.
Los pentecostales entran de lleno en la mundanidad de la política, para sanar a estos países, para que estas naciones cumplan con la misión encomendada por la divinidad, eliminando o transformando los elementos retardatarios, oblicuos o degenerados que, desde esta perspectiva, las constituyen. Ingresan en este ítem una amplia población conformada por los que aún no han tocado las puertas de sus templos y que deben ser de una u otra manera integrados, ya que el telón de fondo de esta bulliciosa labor de difusión y conversión está constituido por la idea del final de los tiempos, con claros tonos apocalípticos.
De esta manera, la urgida acción política pentecostal prepara al mundo para la inevitable salida del mismo, aguardando con paciencia y bonhomía, la destrucción total.
Por cierto, si esta espera teológica-política resulta cuestionable en términos de verdad, no lo es en los efectos del pentecostalismo sobre las democracias liberales latinoamericanas, las cuales, van siendo progresivamente degradadas por estos movimientos religiosos, generando así de manera certera, y en una suerte de profecía autocumplida, un verdadero final de los tiempos, de los tiempos de la política y de los tiempos de las democracias.

Fuente: Publicado en el Semanario Brecha, 21 de febrero de 2020, p. 8.
*  Profesor Titular. Dpto. de Ciencias Humanas y Sociales, Instituto de Comunicación, Facultad de Información y Comunicación, UDELAR.